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Tribuna
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La inhibición del niño

Con frecuencia observamos como algunos niños inquietos, vivos e inteligentes, no usan su capacidad mental para afrontar las dificultades escolares con éxito. Derivan, por tanto, en malos escolares y esto trae consigo innevitables consecuencias de orden familiar y social.Suele decirse de estos niños que su vitalidad, energía desbordante e inquietud se aviene mal con la estrechez, en el más amplio sentido, del recinto escolar.

Sin embargo, también conviene resaltar la dificultad que expresan para descargar por vía mental las tensiones siquicas que siempre están implícitas en toda manifestación de inquietud. Realizan esta descarga de tensiones por vía fundamentalmente motriz, es decir, a través de carreras, saltos, peleas; de una manera muy directa, pues no toleran ni la demora ni la espera.

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Para que el niño adquiera destreza en el manejo de símbolos e imágenes mentales que le permitan organizarla acción en forma de pensamiento y no como acto irreflexivo, es preciso que aprenda a tolerar cantidades moderadas de frustración. Tiene que transformar la inquietud en acción dirigida, a través de un proceso mental que culmine en la satisfacción de sentirse vinculado con nuevos objetos sobre los que establecerá un dominio activo, un conocimiento.

El niño debe de engancharse en un proceso de tal manera que los elementos de realidad sean, en el comienzo, simbolizados y representados por elementos de ficción - piénsese en el juego- pero que a la postre estos mismos elementos de ficción van siendo paulatina y gradualmente sustituidos por elementos más reales en un juego mental que forma parte de lo que llamamos trabajo intelectual.

Con todo, estos niños que indudablemente expresan dificultades indicativas de que algunos procesos madurativos no progresan adecuadamente, no son los que más deben de preocuparnos. Al fin y al cabo manifiestan su inteligencia y como inteligentes se les considera. Tienen amplias posibilidades para insertarse activamente en el medio.

Sin embargo, hay otros niños que parecen apagados, sin vida, como atolondrados. La voz popular y con frecuencia la del profesional interesado en la conducta del niño, los tiene por tontos o muy poco inteligentes. Son niños sin porvenir y sin ilusión. Pero... ¿podemos decir sin otras matizaciones que son poco inteligentes?

No necesariamente. En muchos casos, la inteligencia no se manifiesta al modo convencional. Es decir, como capacidad para enfrentar con éxito los requerimientos educativos y sociales. A veces, la inteligencia obedece a otros tipos de motivaciones. Nos referimos a esa inteligencia, o mejor, capacidad mental, usada para eludir responsabilidades, para enmascarar sentimientos que el niño no puede tolerar, para dar a las acciones propias una connotación de azarosas o determinadas por una especie de fatalismo que no puede ser manejado activamente por el sujeto. Estamos ante una inteligencia de tipo defensivo.

Contenidos emocionales bloqueados

Ahora bien, ¿qué responsabilidades tratan de eludir?

Son muchas y muy complejas. En parte, las derivadas del propio crecimiento mental, el cual está implícito en toda nueva adquisición y conocimiento.

1) El niño debe de tener confianza y seguridad en la bondad de las propias acciones para establecer vínculos constructivos y proveedores de estima y satisfacción, con la realidad social y natural que le rodea.

2) Debe aceptar los caminos inherentes al crecimiento, que incluyen un contínuo abandono de unos modos de satisfacción, por otros más evolucionados.

3) La tolerancia de una separación progresiva en forma de autonomía e independencia del medio familiar, transfiriendo afectos y orientando curiosidad e interés hacia medios más alejados, tales como la comunidad social, amigos.

4) La sensación de que ser adulto significa algo atractivo e interesante. ¿Cuántas veces los adultos desmoralizamos al niño pasándole la factura, de todas nuestras insatisfacciones como miembros de una pareja, como trabajadores, como padres, etcétera? En muchas ocasiones, y lo grave es cuando estas ocasiones se convierten en algo habitual, comunicamos al niño sólo los aspectos negativos de nuestras actividades, cargando a un ser débil con el peso de algo que nos compete.

Si el proceso de crecimiento plantea dificultades a un niño de una familia culturalmente media o alta, para quien el progreso intelectual y la adquisición de conocimientos implica parecerse cada vez más a sus padres, ¿cuál será la situación del niño procedente de un medio pobre en lo cultural y generalmente en lo económico, donde el crecimiento implica separarse cada vez más de sus padres, parecerse menos a ellos y superarlos?

Hay una tupida red de contenidos emocionales que bloquea la expresión de la inteligencia. Para ilustrar alguno más, imaginemos el choque entre los deseos a veces muy exhibicionistas del niño y el éxito de sus compañeros. Este choque a veces genera intensos sentimientos de envidia. Su actividad intelectual incluye el no reconocimiento de los éxitos intelectuales de los demás y favorece la aparición de fantasías de destrucción de los logros ajenos que, por supuesto, pueden enriquecer sus propios recursos intelectuales. Por esta y otras razones, atacar la inteligencia de los demás implica serios daños para la propia.

Quizá algún lector sienta esta inteligencia defensiva como un montaje intencional, una nueva argucia del niño vago y perezoso. Conviene que considere que estos niños aunque no lo expresen sufren, y sufren mucho.

No debemos de olvidar la responsabilidad que tienen la sociedad entera, la familia y los educadores en la creación del marco que permita al niño sentirse bueno, valioso y feliz. Sin estas premisas una sana evolución tiene ante sí una tarea excesivamente ardua. El mejor medio de ayudar a estos niños es entender que necesitan de la máxima atención ellos y sus familias para restaurar elementos básicos de confianza, seguridad y autoestima con el objeto de que puedan enfrentar aquellas dificultades que por sí mismos son incapaces de resolver. Necesitan restablecer dentro de sí mismo unas relaciones de calidad, que por los motivos que fueren, les ha faltado.

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