Los test de inteligencia
Los test inteligencia son una pruebas «standarizadas», constituidas por una serie de cuestiones o ítems que el sujeto entestado tiene que tratar de resolver, generalmente, dentro de un tiempo límite previsto con antelación.
La solución correcta del mayor número de item en el mismo tiempo da lugar a que la puntuación total de la prueba sea más o menos alta. Es decir, se trata de objetivar un rendimiento intelectual en una cifra. Por supuesto que la medida del rendimiento intelectual no es igual que la medida que suelen usar las ciencias físico-naturales.
No existe unidad de medida de la inteligencia. Así, por ejemplo, un C. I. de 100 no es un 10% superior a un C. I. de 90.
Se trata de ordenar a una serie de sujetos entre dos parámetros. Los test de inteligencia suelen incluir items expresados con palabras, con números, con formas de dos o tres dimensiones, etcétera. Así pues, se habla de inteligencia verbal, numérica, espacial o general, según el tipo de prueba aplicado.
Este instrumento útil y necesario en múltiples tareas de la actividad humana tiene sus limitaciones. Unas derivadas de la propia naturaleza de lo que se quiere «medir», la inteligencia, y otras por las propias actitudes del examinador.
La inteligencia en si misma puede considerarse como un aspecto diferenciado del organismo síquico, pero de ninguna manera independiente del resto de la estructura de la personalidad.
Si entendemos que la agilidad intelectual expresada en la idea de dar el mayor número de respuestas correctas en un tiempo determinado es o constituye una dimensión objetivable del nivel de inteligencia, o mejor, del rendimiento intelectual, nos encontramos con toda una problemática de la cual sólo pretendemos tocar algún aspecto.
Cuando un sujeto se coloca ante un test de inteligencia suele ser más o menos consciente de que se trata de «medir» un aspecto de su personalidad con fuertes connotaciones de valor social y, por supuesto, personal. El culto a la inteligencia, con minúscula, es decir, a la inteligencia expresada en términos, por ejemplo, de cociente intelectual, añade un juicio de valor ante el cual el sujeto entestado no es, por supuesto, indiferente.
La exploración o conocimiento de esta amplitud mental activa diversos grados de ansiedad, según la peculiaridad del sujeto, de tal manera que éste no sólo ha de enfrentarse ante unas dificultades externas y concretas, sino que además deberá manejar las connotaciones emocionales vinculadas a la situación del examen y que, indudablemente, influirán en los resultados.
El test de inteligencia pone al sujeto ante unas dificultades concretas, en las cuales éste ha de poner en acción aspectos diferenciados de la personalidad, las llamadas aptitudes intelectuales, pero no sólo ésta. Un cociente intelectual, por ejemplo, tiene poca entidad en si mismo. La inteligencia no se puede valorar en abstracto. Está indisolublemente unida a una personalidad que, por supuesto, no se manifiesta de un modo uniforme en cualquier marco de actuación.
¿Podemos hacer una equivalencia lineal entre un cociente intelectual bajo y un sujeto poco inteligente?. La experiencia nos demuestra en múltiples ocasiones que no. Es una actitud peligrosa para la comunidad social y para el individuo entestado la tentación de considerar como inteligencia aquello que miden los test de inteligencia. Sería dar un crédito excesivo a un instrumento en el fondo muy simple si le comparamos con la enorme complejidad de la aptitud mental llamada inteligencia.
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