José Luis Sánchez

Recuerdo haber comentado, durante una visita al Salón de Tapices del Alcázar de Sevilla, cuán adecuada resultaba la técnica de éstos a la narración épica. Aun cuando en ello se encerrara quizá cierto anacronismo, al que nuestra condición de modernos frecuentemente nos invita, pensábamos que el aire de viñeta que los tapices suelen poseer insinúa, en mayor medida que la aparente inmediatez de la pintura, la presencia del narrador en la misma línea de los cromos y grabados populares que necesitan del canto del ciego o, lo que aquí puede resultar más interesante, del conocimiento previo de lo narrado por parte de la comunidad en que se insertan.De este modo la imagen no es sino una sombra que se refiere o, mejor, que pone en marcha algo que está ya presente en la mente de todos. Puede que la buena servidumbre para con la épica que el tapiz parece ofrecer se deba a que mientras el artificio de la pintura escamotea el lienzo que le sirve de base, en aquél la imagen se confunde con el tejido mismo. Así sería lo representado, en su identificación con el soporte, la base en la que el relato se apoya.

La visión de un tapiz de Roy Lichtenstein trajo estas reflexiones hacia un marco de problemas contemporáneos. En cuanto que el pop se apropia imágenes de esos dos vehículos por excelencia de la mitología moderna que son el cine y el comic, la técnica del tapiz bien pudiera resultar en él un soporte adecuado.

Pero con un espíritu no tan directamente iconoclasta y en el deseo de aprender a convivir con los monstruos de nuestro entorno que Scott Brown y Venturi pregonaran, el tapiz se presenta como un medio profano frente a la grandilocuencia de la pintura que sirve bien al carácter objetivo de las imágenes representadas, esto es, a unas imágenes que son inseparables de la base material en la que comúnmente se insertan. Y es este tipo de adecuación el que confiere interés a los trabajos de José Luis Sánchez.

Habiendo tomado anteriormente referencias en el comic, se ciñe ahora, en esta primera exposición, exclusivamente a la esfera de la mitología cinematográfica. Dejando aparte la relación ya apuntada de esta técnica con la épica que da también aquí buen juego, resulta asimismo interesante esa no inmediatez del tapiz, de la que hablamos, sirviendo en este caso para traducir el ambiguo status de realidad que la estrella adquiere a través de su figura en el celuloide. Pero incluso más que por referencia al filme, dicha realidad resulta problemática en las imágenes que de la estrella se dan fuera de la pantalla.

Por ello creo acertada la elección, por parte de José Luis Sánchez, de fotografías como la de Marilyn di Maggio, y no de fotogramas de películas.