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Tribuna
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El sonido de los números

Manuel Vicent

Las sesiones del Congreso comienzan siempre con un golpe en la frente. iLa llave! ¿Dónde está la llave? Hoy la había olvidado hasta elpresidente del Gobierno. Pienso que sería un buen .negocio montar en los aledaños de las Cortes una ferretería para que los diputados pudieran comprar ese instrumento del voto electrónico. Pero salvado este rito, la sesión ha comenzado. Esta tarde ha sonado en el Congreso la música metálica de los número, el ronroneo de cifras, un baile pesaroso de miles de millones. Los diputados se han dedicado a aprobar unos créditos extraordinarios. Todos estaban más o menos de acuerdo. Se trata de una liquidación de restos, este era un saldo franquista que había que pagar, una letra areptada que se ha colado por la rendija, protestada por el antiguo régimen. Duelos y quebrantos de Hunosa, angustias metafísicas de Renfe, descalabros de Transmediterránea. Los padres de la patria han echado la firma a regañadientes con la advertencia de que sea esta la última vez. Enrique Barón ha estado muy brillante explicando esta mala gana.Por lo demás, ya se sabe que el fundamento de las Cortes democráticas son las matemáticas. No todo van a ser palabras sonoras y remolinos de voz trepando por los principios. Al fin y al cabo, el presupuesto montado sobre el dinero del público es la fuente de la legislación de un país libre, porque un diputado no es más que un señor de provincias que sus paisanos eligen y envían cerca del Gobierno para que vigile qué hace con sus impuestos. En este sentido el contríbuyente ahora puede estar más tranquilo porque aquí en.el hemiciclo hay unos señores dispuestos a contar los pasados millones triunfalistas abjurando de las cuentas de la vieja, y a repasar las partidas como quien cuenta habas.

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La función de hoy se ha visto muy animada, con un ambiente de vísperas, con ese entramado de pactos para preparar el colchón de espuma para que no se descalabre el Pacto de la Moncloa cuando mañana haga en público el número de la pértiga. Durante el entreacto, del salón en el ángulo oscuro podía verse componiendo la escena política del sofá, sentados en sillones isabelinos, a Adolfo Suárez y a Felipe González musitándose amores, una escena de cuitas iluminada por el relámpago de los fotógrafos. Adolfo Suárez tiene un especial talento para escuchar. Se atrapa el mentón, afila el diafragma de los párpados y concentra una atención de filosofía pura en lo que le soplan, en este caso Felipe González, escorado en su traje de pana, que parecía tentarle como Yago a Otelo.

Después ha hablado Fernández Ordóñez en defensa de las medidas urgentes sobre Reforma Fiscal. Este es un político que habla de economía con mucha elegancia espiritual. Ha compuesto brevemente una sonata financiera tratando de convertir en ética un problema de la Hacienda malherida. Es un ministro exportable, con una dicción totalmente europea.

El sonido de esta tarde en las Cortes ha sido muy metálico, un descuartizamiento de cifras. En el Congreso existe el consenso general de que a este país sólo lo puede salvar Pitágoras. Vale, primero hay que saldar las deudas y cargar con la penosa herencia del pasado, hay que recoger el confeti y las serpentinas del presupuesto orgánico, pero a partir de ahora las cuentas claras. Había en el ambiente la ilusión de limpiar los viejos comederos, con la esperanza de dejar adecentado el local para la fiesta de mañana. Parece que la política de este país va a entrar finalmente en agujas, lo que se dice la metafísica del estómago. La sesión de hoy ha venido a decir: primero hay que asegurar el cocido, y después hablaremos de Goethe.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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