El Schubert de Daniel Baremboin
El recital patrocinado por Su Majestad la Reina la beneficio de los minusválidos ha constituido un gran éxito, no sólo de público, sino también desde el punto de vista artístico.Daniel Baremboim había escogido el más hermoso de los programas posibles: los cuatro Impromptus Op. 142 (fue esta serie la interpretada y no la Op. 90 que anunciaba el programa) y la gran Sonata en si bemol, de Schubert.
Una vez más, este «monstruo» de nuestro tiempo que es Baremboim puso de manifiesto su gran categoría; pero ¿cómo es el Schubert de Baremboim? En primer lugar es sobrio, enormemente sobrio, sin ningún género de exceso; en segundo lugar cabe decir que destaca su serenidad. Baremboim escoge casi siempre los tempos, y lo que es más importante, el carácter, dentro de una gran tranquilidad, a veces con lentitud; la música discurre serena, con muy pocas -increíblemente pocas- tensiones. Todo es moderado: la alegría, la tristeza, la gracia, la pasión... En todo momento está presente una exquisita delicadeza que comienza por el sonido. La sonoridad del piano de Baremboim es una verdadera maravilla: suave, dulce, aterciopelado, jamás incisivo, opuesto a la percusión, sin caer jamás en el colorismo tímbrico ni en los excesos de pedales; es un tipo de sonido poco común dentro de su generación, que nos recuerda a mas de uno de los «viejos maestros».
Daniel Baremboim, piano
Schubert:Cuatro Impromptus, Op. 142. Sonata en si bemol, D. 960, obra póstuma. Teatro Real, día 20.
Sin embargo, hay un hecho que cabría señalar: los Impromptus de Schubert (como los momentos musicales) constituyen la irrupción de la pequeña forma musical romántica, antes de Mendelssohn, antes de Schumann, contemporáneos de las primerísimas obras de Chopin, sin más precedente importante que las piezas breves de Beethoven: bagatelas, rondós... Es, por tanto, la aparición del lied convertido en música instrumental, la consagración definitiva del intimismo pianístico. Por otro lado, estamos en 1827, en un romanticismo temprano, que no se ha gastado a sí mismo. Por ello es un romanticismo espontáneo, que aparece en estado puro, cargado de sencillez y bien, por qué no, de ingenuidad. En seguida el mismo mensaje tendrá que ser «justificado» de otro modo. ¿Qué quiere decir esto? En primer lugar nos encontramos ante el problema de la pequeña forma. Como ocurre en poesía la forma breve lleva consigo una carga emocional, una comunicatividad condensada, irracional. Por ello no resiste el tratamiento formal de una obra extensa. Son obras que hay que defender a base de pequeños contrastes de tensión -pequeños para no traicionar a su intimismo-, y de mantener un grado de inquietud (aun dentro de la serenidad), una vibración, directamente tomados del lied. Pero nos falta el mensaje poético, nos falta la voz humana, expresiva por sí misma. He aquí la terrible dificultad de esta música. Justo es decir que el último Impromptus y, sobre todo, las cinco propinas (los Impromptus Op. 90, números dos, tres y cuatro, y los Momentos musicales, Op. 94, números tres y cuatro) mostraron una frescura y una espontaneidad muy superiores a los tres primeros.
En la segunda parte, Baremboim, nos ofreció una preciosa versión de esa maravilla que es la última sonata de Schubert, una de las grandes obras de todo el romanticismo: seria, sensible, bien construida, arriesgándolo todo con una honestidad admirable en la lentitud del andante. Los dos últimos movimientos, de un modo especial el scherzo, constituyeron momentos de verdadera buena música.
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