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Los economistas

Dice un verso de mi admirado Pere Gimferrer, joven poeta catalán que puede ser, sin duda, el Verdaguer de la nueva Generalitat: Si pierdo la memoria, qué pureza. Bueno, pues yo he perdido, la memoria aritmética hace mucho tiempo y vuelvo a contar por los dedos haciendo la cuenta de la vieja. (En este caso, la vieja era mi abuela.) He perdido de la memoria la tabla de multiplicar. Qué pureza, Pere.

A pesar de lo cual, como soy un audaz reportero vestido de columnista, voy a meterme una vez más en el mundo de los economistas, del que no sé absolutamente nada. Diego Jalón, desde su columna económica, hace una loa y oda al empresario nacional, empresario español, empresario valiente, y me la dedica. María Antonia Dans me echa el teléfono para hablarme de Diego Jalón, con el que tengo un amigo común y coruñés llamado Luis Caparrós, que pone todos los días a funcionar su pluma de medianoche en La Voz de Galicia. Dice la voz dulce y galleguiña de María Antonia:

-Diego Jalón es culto, literario, bajito, y yo le debo un cuadro hace diez años.

Vale. La loa/oda de Diego Jalón viene motivada por mi carta a Luis Olarra, al que admiro y quiero, y no sé sí le he argumentado bien mi elogio y reproche. El sí es un empresario romántico, entre tanto empresario que llamaré babilónico, por no salirnos de la cultura., Pero no debo romantizar a todos los empresarios. Ellos ya se romantizan, embellecen y afeitan a sí mismos, como esos que, en carta a Blanco y Negro, con firma ingenua que apenas les esconde, me recuerdan que la industria de la moda y la alta costura da de comer a muchas familias, Es el viejo argumento humanitarista de los empresarios. Pues sólo faltaba que, encima de arrancarles la plusvalía a los lumpen, no les dieran de comer.

En esto que salta mi viejo amigo Funes Robert, desde casa de Guerrero Burgos:

-El Gobierno está asfixiando a la empresa.

Yo a Funes Robert lo conocí hace muchos años en la revista Punta Europa, revista en la que, como ha recordado mi querido Carlos Luis, nos bañábamos todos los días en Menéndez y Pelayo. Manuel Funes Robert es menudo, polemista, simpático, vivo y combativo. Y, en los ratos en que no hace la defensa ardida de la libre empresa, vaca a la investigación cervantina de la cueva de Montesinos, el Quijote apócrifo, Argamasilla de Alba y demás enrolles eruditos. O sea, que es un economista/humanista, que es como deben ser los economistas (caso de mis amigos Tamames o Luis Gamón), para no aburrir a las ovejas.

Hace un tiempo que no lo veo, hombre, y no sé por qué trochas cervantinas y económicas anda ahora mi querido Funes Robert, pero yo diría que también se ha pasado en el siglo XXI con su loa/oda a la libre empresa frente a un Gobierno -e incluso un Estado- que, mal que bien, quiere socializar un poco. Ya digo que no sé nada del tema. Perdí una semana de mi irrecobrable infancia aprendiendo los espinosos quebrados y salí de aquel campo de concentración aritmético hecho un poeta lírico, por reacción saludable contra el medio. Pero pasota del todo no debo estar, porque hace tiempo que pedí en esta columna la cabeza política y solnizada de Jiménez de Parga, que es el ministro de los pobres, y ahora la piden hasta sus compañeros de secta.

O sea que los economistas, en plan cibernético, me las pueden dar todas del mismo lado, porque estoy volcado en economía, pero¡ como le dije el otro día a Luis Olarra, algo sabe uno de hombres, y cuando yo digo que don Jiménez no funciona es que no funciona, y cuando Carrillo dice que no hay derecho es que no hay derecho. Buena parte de los empresarios y capitalistas españoles han encontrado un nuevo hobby antidemocrático más descansado que el golf, porque con el golf te puedes morir de infarto en plan Crosby. Es el hobby desinvertir. Lo practican con displicencia y ropa de entretiempo, muy puestos de twed apolítico. Para desestabilizar una tierna democracia no hace falta poner bombas a los conserjes. Basta con desinvertir. Aunque en cuestión de números ya digo que estoy limpio.

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