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Tribuna:
Tribuna
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La otra amnistía

Al mismo tiempo que las Cortes aprobaban la amnistía política, el ministro de Justicia, señor Lavilla, nos ha anunciado otra amnistía que me parece a mí tan grave como a Torcuato Luca de Tena la citada amnistía política: desde ahora son amnistiados por la Ley española los hijos naturales y equiparados en sus derechos a los legales. No hago un poema contra esto, como Luca de Tena lo ha hecho contra el perdón político, porque estamos celebrando el centenario de Villaespesa y no quiero caer en villaespesismo, pero les prometo a ustedes que la cosa me tiene en un grito.No es la primera vez que escribo previniendo de este peligro, porque el asunto se veía venir. Ya sé para qué hicieron la conspiración masónico-marxista, las Cortes de Cádiz, el himno de Riego, la anti-España, la Institución Libre de Enseñanza, la Primera República, la Segunda República, la reforma agraria, la generación del 27, la desamortización, la expulsión de los jesuítas, Esquilache, Floridablanca, Campomanes, el ministro volteriano Conde de Aranda y la Pasionaria: todo esto está hecho en España y contra España, no para destruir este país o arrancarle su fe, no para legalizar los cementerios civiles o implantar el amor libre, no para ganar el premio Nobel o entrar en el Mercado Común, sino para legalizar a los hijos de tal.

Y eso sí que no y por ahí no paso. Desde Padilla, Bravo y Maldonado a la verbena del pecé en la Feria del Campo, todo lo que ha hecho en España el liberalismo ateo y la masonería internacional es una larga y turbia maniobra para conseguir que los hijos naturales sean efectivamente naturales, cuando todos sabemos que son mucho más legítimos los de lata.

Tenía que ser precisamente el señor Lavilla -para mayor sarcasmo histórico-, o sea, un hombre de la Biblioteca de Autores Cristianos, un tácito, una persona decente, quien anunciase esa Ley promiscua, según la cual todos los nacidos er España van a ser españoles con iguales derecios, todos hijos naturales o todos hijos legales, olvidando que hacer un hijo legal cuesta más, porque cuesta aburrimiento matrimonial, tedio hogareño, siglos de santa esposa, postres dominicales, misas de doce y viaje semanal a la parcela con la suegra y el almohadón bordado. En carribio, un hijo natural se hace alegremente en un cuarto de hora de pasión verdadera y campestre, y por tanto no puede tener los mismos derechos ni ser tan ciudadano como los ciudadanos del tedio.

Lo dijo Groucho Marx poco antes de morirse:

-El amor eterno sólo se encuentra una vez en la vida y ya no hay quien se lo quite de encima.

Es grave que el reconocimiento legal de los hijos naturales se haga así, de golpe, en esta España como problema, pero aún es más grave que lo haga precisamente un señor ministro católico, como Lavilla Alsina, fraguado en la Editorial Católica y la Biblia Nácar-Colunga. Realmente, la guerra: civil no fue sino una guerra de hijos legales contra hijos naturales, una guerra de legítimos contra bastardos, como bien se ve en el filme Caudillo, que Basilio Patino ha tenido el arrojo de estrenar en estos días, con esa calma suya deseñor delgadito.

Porque los bastardos nacionales no son sólo los hijos de soltera -que para ésos ya tenemos una expresión rotunda y piádosa en castellano-, sino los hijos desnaturalizados de la anti-España, desde Moratín a Jorge Semprún, o desde donde usted quiera hasta donde usted quiera. Y esos bastardos son los que ahora ganan el premio Planeta, dan conferencias en el Club Siglo XXI, con la aquiescencia culpable de Guerrero Burgos, y los que, finalmente, le han sugerido al señor Lavilla, mediante soplo maléfico o filtro envenenado en cóctel liberal, esa Ley que iguala a los grandes con los medianos e más chicos, como ya previera Jorge Manrique, que al fin y al cabo era un rojo con ropas chapadas.

Luis Calvo, con camisa abierta y melena blanca que le dan un aspecto de Peter Lorre del periodismo,me enseñaba el otro día un libro:

-Mira, aquí pone que ser republicano. es ser tal y tal y tal.

Un libro español, claro. Un libro que seguramente no ha leído el ministro Lavilla, porque de haberlo hecho no incurriría en esa Ley desaforada, masénica y judea (que es más que judía) que viene a confundimos a los españoles unos con otros como si efectivamente fuésemos hermanos.

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