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Eurocomunismo y cristianismo

Miembro del comité ejecutivo del PSUCCoincidiendo con la celebración del Sínodo en Roma, Enrico Berlinguer, secretario del PCI, acaba de enviar una carta a monseñor Betazzi, obispo de Ivrea, uno de los escasos miembros progresistas del conservador episcopado italiano. La carta es respuesta tardía a la que el obispo de Ivrea escribiera a Berlinguer hace unos quince meses, planteándole una serie de interrogantes sobre las relaciones del partido con el movimiento cristiano. En su momento, el secretario del PCI se había limitado a dar acuse de recibo, Ahora ha redactado un texto de unos trece folios, que publican íntegramente L'Unitá y Rinascitá, del que se ha hecho eco toda la prensa italiana, y que previamente había sido remitido a todos los obispos sinodales.

La carta de Berlinguer es un paso adelante de indudable trascendencia en el análisis del tema marxismo-cristianismo, y más en concreto, de las relaciones partidos comunistas-Iglesias, en el contexto del eurocomunismos y en muchos aspectos, desborda el marco italiano. La cuestión teórica fundamental de la interpelación de monseñor Betazzi al «caro Berlinguer» puede centrarse así: el PCI acepta desde hace años en su seno a cristianos, cada día cuenta con más votos de estos sectores, pero el partido, como organización política, ¿no sigue profesando explícitamente la ideología marxista entendida como filosofía materialista atea?

A esta cuestión Berlinguer responde decididamente que no Recordando que el PCI no hubiera podido realizarse fuera de la tradición revolucionaria heredada del marxismo y de sus clásicos, su actual secretario -prolongando y actualizando las posiciones iniciadas en su día por Togliatti-, precisa: «Sin este patrimonio, y concretamente sin el análisis marxista -es decir, sin un marxismo entendido y utilizado críticamente como enseñanza, pero no aceptado ni leído como un texto inmutable-, serían inexplicables no sólo las actuales posturas del PCI, sino su mismo crecimiento.» Para proseguir «ahora bien, ¿de este gran patrimonio de orientación ideal y cultural desciende acaso la concepción de un partido político que profese una filosofía y, en particular, una metafísica materialista y una doctrina atea, un partido que se proponga imponer, o incluso privilegiar, en su actividad política y en el Estado una particular ideología, un ateísmo? Una vez más respondo decididamente que no». Berlinguer concluye que el PCI quiere ser «un partido laico y democrático, y como tal, ni es un partido teísta. ni un partido ateo, ni un partido antiteísta», y aspira a construir «un Estado laico y democrático, y no un Estado teísta, ni un Estado ateo, ni un Estado antiteísta».

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Algunos publicistas atentos a las sesiones del Sínodo han considerado que las sucesivas intervenciones de obispos de países del Este denunciando la cersecución o las limitaciones que sufren las comunidades religiosas en sus naciones han influido decisivamente en la toma de posición de Berlinguer. Algunas requisitorias episcopales han señalado que la «ldeología marxista atea» domina la vida pública y trata de sustituir a la religión. En su carta, el secretario del PCI critica prudentemente tales discriminaciones y reconoce «que en algunos países del Este europeo se dan todavía manifestaciones de intolerancia religiosa de Estado», señalando la incoherencia de tal situación con una auténtica aplicación del sentido laico que partido y Estado deben tener en una perspectiva marxista.

La carta de Berlinguer -que aborda otros aspectos precisos de la colaboración práctica de comunistas y cristianos en el actual momento cristiano, así como de la emergencia de los valores cristianos sobre los que ahora no podemos extendernos-, se halla en neta convergencia con la línea adoptada ante la cuestión cristiana por parte del PCE y del PSUC desde la primavera de 1975.

En efecto, nuestros partidos eurocomunistas han adoptado posiciones explícitas respecto a la evolución del cristianismo, revisando la cuestión de la militancia de cristianos en el partido. A partir de declaraciones programáticas, han perfilado su decisión de roniper con el planteamiento comunista=ateo, con la exigencia de asumir la ideología ateísta para la militancia efectiva para la eventual promoción a puestos dirigentes, dejando atrás las tradicionales tesis de Lenin acuñadas en base a la privatización de la fe, explicitando que el partido admite a los cristianos con su fe. La raíz de esta decisión se halla resumida en la idea deciarativa en que se señala que el cristianismo no es forzosamente alienante, que no siempre es opio del pueblo; a partir de ahí, se reconoce que existe una conciencia cristana basada en una fe liberadora, que está siendo impulso revolucionario y fermento transformador de la historia. Las declaraciones se pronuncian, explícitamente, al igual que Berlinguer, por el carácter laico del partido, señalando que «el ingreso de cristianos en el seno del partido viene a fortalecer su carácter laico y a superar ciertas corrientes que pretendían mantener la tendencia a identificar comunismo con ateísmo». En otro momento se subraya que «el fenómeno descrito, -la militancia de cristianos en el partido- hace avanzar en el desarrollo de la teoría y de la práctica marxista», lo que supone aceptarlo como un enriquecimiento cultural del marxismo y del propio partido, y no tan sólo como un fenómeno coyuntural, pasajero o meramente oportunista, tal como algunos han querido ver.

Las declaraciones del PCE-PSUC, que han provocado amplios debates en los partidos y en diversos sectores de la Iglesia. han permitido introducir el debate cultural y teórico propio del tema marxismo-leninismo en el seno mismo del partido, y a los cristianos comunistas, los ha inducido a llevar este mismo debate al interior de la Iglesia.

Las posiciones que acabamos de describir son una clara superación del famoso diálogo cristiano-marxista desarrollado a raíz del Concilio Vaticano II, con participación de teólogos conciliares, filósofos marxistas y dirigentes comunistas del Este y del Oeste, congelado después como consecuencia del aplastamiento de la Primavera de Praga. Aquel diálogo -que supuso un encuentro inesperado- permitió un deshielo y un mejor entendimiento entre ambas partes. Pero, aun en las actitudes más abiertas, el diálogo supuso por su propia naturaleza y concepción la posibilidad de coloquiar entre dos partes separadas, cuando no claramente enfrentadas. Por muy cordial que fuera la controversia, nadie puso en duda que el teólogo o el intelectual cristiano estaban de un lado, y el filósofo o el dirigente comunista, del otro. En principio, el diálogo no se proponía mover las piezas fuera de zonas de demarcación delimitadas En aquellos momentos casi nadie sospechó que el encuentro podría llegar más lejos.

Desde entonces, no pocos acontecimientos han trastocado la disposición del tablero. La creciente difusión de la opción socialista en los medios cristianos ha permitido que el pluralismo político de los cristianos rompiera sus tradicionales límites por la izquierda. De otra parte, tal como estamos viendo, la aceleración del proyecto eurocomunista, que incluye un más correcto análisis del fenómeno religioso y del pluralismo político de las masas cristianas, ha facilitado el mutuo acercamiento y la unidad de acción en la lucha social.

Esta realidad es la que hanyenido a recoger las declaraciones del PCE-PSUC y la carta del secretarlo del PCI, superando la de otros sectores eurocomunistas -presentes incluso en estos mismos partidos- que vienen defendiendo posiciones distintas, menos proclives a este avance conjunto en el seno mismo del partido y a la consiguiente aceptación del debate cultuiral. Estos sectores consideran que el diálogo ha muerto, advirtiendo que antes de morir ha dado a luz una criatura preciosa: la cooperación política. Para ellos, lo importante sería simplemente la posibilidad de consolidar la coexistencia a nivel mundial, para lo cual, el entendimiento de cristianos y comunistas en problemas como el de la paz sería decisivo, así como a la hora de resolver los graves problemas abiertos por la crisis del capitalismo.

Pero no debería irse más allá de la cooperación política y si los cristianos militan comunista deben saber que la matriz marxista del partido sigue siendo atea, lo que no impide que se tenga el mayor respeto por su vida de fe privada. (Formulación que, ya es hora de decirlo, conceptualmente resulta disparatada, si se reflexiona con rigor sobre ella. Un partido comunista, en perspectiva marxista, es laico por definición, como consecuencia de su naturaleza, que es explícitamente de clase. Declararlo ateo es, paradójicamente, confesionalizarlo.) En suma, la posición de estos sectores «más prudentes y temerosos» no va más allá de la vieja política de «mano tendida» y se niega a introducir el debate cultural marxismo-cristianismo en el seno del partido.

Las declaraciones del PCE y del PSUC y la carta de Berlinguer han modificado radicalmente esas viejas coordenadas. A partir de ellas, las relaciones eurocomunismo-religión y más en concreto referidas al cristianismo, han alcanzado un nivel de interpenetración irreversible que tiene hincadas sus raíces en la explícita presencia, cada día más amplia, de comunistas cristianos y en la unión fraternal con sus compañeros de lucha.

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