Las Cortes consagaron la reconciliación nacional
Un aplauso largo, vibrante e intenso saludó ayer en el hemiciclo del Congreso de Diputados la aprobación de la ley de Amnistía, que, aunque con algunas limitaciones, coloca una piedra definitiva para la reconciliación entre vencedores y vencidos de la guerra y la posguerra española. Sólo un grupo parlamentario, Alianza Popular, se abstuvo de aplaudir, tras haberse abstenido con los votos.
En el banco azul, todos los miembros del Gobierno (faltaba, entre otros, el ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa, que se encuentra acompañando a los Reyes en las islas Canarias) aplaudieron ampliamente. El vicepresidente primero del Gobierno y ministro de la Defensa, teniente general Gutiérrez Mellado, de pie junto al presidente Suárez, aplaudió durante unos segundos y volvió a hacerlo cuando observó las miradas y las cámaras fotográficas pendientes de su actitud.Junto a los perfiles de reivindicación permanente de las fuerzas de la Oposición y de la izquierda, la amnistía aprobada significa un reforzamiento de la política de pacto promovida desde la Moncloa. Con la amnistía posible de UCD, Adolfo Suárez redondea su oferta de credibilidad a las fuerzas de la izquierda, a la vez que deja al descubierto su flanco débil: la falta de respaldo de determinados sectores del Ejército a su política.
El espectáculo de la sesión plenaria de ayer ofreció un abanico de actitudes ante esta delicada situación del Gobierno.
Alianza Popular, coherente con su identificación con la etapa que la amnistía viene a revisar, ha quedado al margen de la medida de gracia, colocándose objetivamente en disposición para una posible regresión política.
Las fuerzas de la izquierda demostraron, por su parte, un espíritu constructivo y su carácter de oposición democrática -no sistemática- al ejecutivo.
La comprensión hacia los condicionamientos que han impedido a UCD dar un paso más para completar la amnistía se tradujo en las palabras de los diputados comunistas y socialistas, que no insistieron más de lo preciso en las deficiencias de la amnistía militar. El voto en contra de Julio Busquets y la presencia en la tribuna de público del ex comandante Otero y de los ex capitanes Reinlein, Ibarra y García Márquez, fue una respetuosa y silenciosa protesta a las limitaciones de la amnistía militar y una aceptación realista de los hechos del momento.
Ni siquiera los diputados del País Vasco, el pueblo más castigado por la represión del franquismo, agotaron el margen de la crítica posible a una época no del todo superada. Antes bien, las palabras con mayor carga de concordia fueron las pronunciadas por Xavier Arzallus.
Por otra parte, ninguno de los diputados aludió a un acontecimiento ocurrido durante la mañana y que sembró de tensión los pasillos de las Cortes: la muerte de un joven por disparos de la Guardia Civil, en un control vizcaíno.
La guinda final a la jornada parlamentaria de la amnistía la puso por la tarde el Senado, que acogió favorablemente la proposición aprobada por el Congreso, en una sesión en la que brillaron oradores como Satrústegui y Francisco Ramos, y en la que Xirinachs anunció su decisión de sentarse en las sesiones ante una amnistía no suficiente, pero satisfactoria. La rúbrica más significativa en la sesión en la Cámara Alta fue, quizá, el abrazo de Justino Azcárate y Joaquín Satrústegui en medio de la sala, entre los aplausos de los senadores. Unicamente se escuchó una exclamación de «¿Y Paracuellos, qué?», en un momento de la sesión.
Las seis abstenciones corresppndieron a los senadores de designación real tenientes generales Luis Díez-Alegría y Angel Salas, almirante Gamboa y señores Arespacochaga y Silva Melero, y al senador del Grupo Mixto, por Zaragoza, Isaías Zarazaga.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.