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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El crimen de Guernica

PRECISAMENTE EL día en que se hacía público el texto conjunto Gobierno-Oposición de la ley de Amnistía, que incluye a todos los presos políticos vascos, el presidente de la Diputación de Vizcaya, señor Unceta Barrenechea, ha sido asesinado, junto con dos guardias de su escolta. En la víspera, más de 100.000 bilbaínos, convocados por el PNV, el PSOE y otros partidos, habían respaldado las negociaciones iniciadas por los señores Arzallus y Benegas, en nombre de la Asamblea de Parlamentarios vascos y con el visto bueno del lendakari Leizaola, para estudiar con el Gobierno de Madrid un régimen provisional de autonomía para Euskadi. Y no hace muchos días la rama político-militar de ETA, en cuya órbita se mueven los más significativos partidios de la izquierda abertzale en todo caso, extraparlameniaria-, había hecho público su propósito de poner en segundo plano la lucha armada para consagrar todos sus esfuerzos a las movilizaciones populares. Para completar el cuadro, los extrañados, o han abandonado el nacionalismo vasco para vincularse a organizaciones trotskistas, o manifiestan su apoyo a EIA, el más importante grupo abertzale que acudió a las elecciones de junio y es calificado por algunos observadores como la organización legal de ETA (rama político-militar).Este es el cuadro político en el que se inscribe el atroz crimen de ayer sábado en Guernica. Las dos banderas que permitían la movilización del pue blo vasco -la amnistía total y el reconocimiento de sus derechos al autogobierno- ya no van a poder ser enarboladas, en el futuro, por el extremismo radical, despojado así de consignas de contenido popular, humanitario y vasquista para sus propios fines. Las elecciones de junio habían demostrado ya que la gran mayoría del pueblo vasco se siente mejor representada por la línea moderada del PNV y el PSOE que por la radical,encarnada en Euskadiko Ezkerra. Esta primera divisoria mostró, bien a las claras, que el talante de moderación y el deseo de cambio, generales en el resto de la Península, también eran predominantes en Euskadi. Pero la inminente promulgación de la amnistía y el inicio de las negociaciones para la autonomía vasca ha producido una segunda división dentro del sector, ya de por sí minoritario, de la izquierda ábertzale- pese a su radicalismo, los representantes de Euskadiko Ezquerra, los principales grupos de KAS (coordinadora del socialismo abertzale), los extrañados e incluso, de algún modo, la rama político-militar de ETA, parecen iniciar su reconversión a la vida democrática. Ello incluye la aceptación del veredicto popular expresado en las urnas y excluye la utilización de las armas.

De esta forma, quedan solos los supervivientes de ETA (rama militar) y los comandos bereziak, dispuestos.-como los fascistas- a no utilizar otra dialéctica que la de los puños y las pistolas, a no dar a las umas más uso que ser rotas, y a sembrar la tierra vasca de cadáveres.

En el terreno ideológico, el círculo se ha cerrado. Los dos extremos, en la derecha y en la izquierda, usan el mismo lenguaje, ponen en práctica idénticos procedimientos y cultivan los mismos valores. Para unos y otros, la Patria -la Patria española y la Patria vasca- no son los hombres que la componen, sino una simple coartada para proteger sus intereses. Los medios ocupan el lugar de los fines; y la vida de un hombre es menos valiosa que el cartucho que la siega. Ambos glorifican la violencia, la guerra y el arrojo, aunque en la práctica tiendan emboscadas y disparen por la espalda. Lo que los ciudadanos. opinen o voten, nada importa.

Sólo queda por comprobar si esa coincidencia en el terren o de los símbolos y los valores no esconde una connivencia en el plano puramente instrumental y logístico. A nadie sorprendería que las armas, las municiones, los fondos y las instrucciones que reciben los extremistas de izquierda y de derecha tuvieran un único suministrador: aquellas fuerzas nacionales o intemacionales interesadas en desestabilizar la situación española, destruir la democracia y transformar al país entero en un campo de concentración.

El Gobierno debe actuar con toda energía en el aspecto estrictamente policial y de orden público, y en el que, desde luego, no se puede aplaudir su gestión. Pero no basta. Hay que consolidar el aislamiento político ya existente de quienes comenzaron en la violencia revolucionaria y han terminado, por la inexorable lógica de las cosas, transformados en vulgares asesinos. El crimen de Guernica tiene, seguramente, un objetivo para estos extremistas desesperados: frenar el proceso de descomposición de la izquierda abertzale, imposibilitar la amnistía, dificultar las negociaciones para el restablecimiento provisional de la autonomía en Euskadi, abrir una brecha entre él PNV, y el PSOE, por un lado, y los demás grupos nacionalistas. Los asesinos no sólo han cometido un crimen, sino que, además, han tendido una trampa política. Que la necesaria persecución del delito no sirva a los propios delincuentes para cumplir sus fines.

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