Valencia por la identidad perdida
Una historia escrita sectariamente ha impedido a los españoles conocer las razones reales de los movimientos autonomistas. Un oscurantismo pertinaz ha impedido a muchos valencianos conocer su identidad. Pero de esto somos también, en parte, culpables los que sin haber fomentado la coentor hemos permitido la muerte por consunción de aquellos movimientos políticos cuyas reivindicaciones estaban fundamentadas en el autonomismo. Aún a sabiendas de que el blasquismo derivó en su última etapa hacia la derecha y perdió con ello contacto con el proletariado y la pequeña burguesía -no con el más tradicional republicanismo español- hay que decir con toda sinceridad que, tras la muerte de Blasco Ibáñez, Valencia no ha vuelto a contar con un partido formalmente enraizado con el pueblo. Esquerra Valenciana de Marco Miranda fue el último intento de concentración de fuerzas autonomistas. Después, casi nada.Si grave fue la pérdida de la guerra de Sucesión y con ella la desaparición de los fueros, o lo que es lo mismo, la sumisión a las leyes de Castilla, quizá peor fue la derrota en la guerra civil porque tras ella se produjo un excesivo período conformista. Valencia ha vivido los últimos cuarenta años haciendo dejación cada día de una parte de sus derechos y de ello son responsables, en gran medida, algunos de los hombres públicos alumbrados por el franquismo. Fue un ministro de , Educación. valenciano el que ¡consintió unos. libros, de texto de geografía basados en la ceremonia de la confusión. Fue otro valenciano el que propulsó el famoso Plan Sur que estamos pagando con toda una serie. de impuestos y que ha hipotecado a la capital del país hasta 1990. Cuando el director de Las Provincias publicó un artículo en primera página titulado Palabras, para dejar constancia de la ineficacia del poder central al año de la riada de 1957, ni una sola hoja se movió por sentimientos de solidaridad. Y lo mismo ocurrió cuando el alcalde de la ciudad pidió cuentas.
Las fuerzas vivas que acudían otros 9 de octubre ante la estatua del Rei Conqueridor eran precisamente las que hacían creer a los valencianos que su gran labor patriótica estaba en proporcionar divisas al Estado a cambio de nada. Y por lo poco que se recibía había que mostrar grandilocuentes agradecimientos. Mientras se hablaba de «ofrendar nuevas glorias a España» se ocultaba que de las zonas deprimidas de las tres provincias salían al extranjero miles de trabajadores. Y mientras las naranjas eran el principal ingreso en divisas del Estado español, los agricultores, en años de helada, tenían que mendigar créditos para poner de nuevo en marcha sus campos. Las contrariedades climatológicas eran «comprendidas» por las vías de apremio en los pagos. Ya cuando el turismo comenzó a contribuir al relanzamiento económico, Valencia pasó de la indiferencia a la afrenta.
En las catacumbas universitarias se produjo el despertar, deseado, pero mientras unos siguieron los pasos de los grandes partidos nacionales, otros, se unieron al movimiento catalanista y si de las sinceridades autonomistas de los primeros había que dudar, simplemente con repasar la historia, sobre los segundos recayó todo el desprecio de la oligarquía que hizo renacer la vieja querella de «el perill de Catalunya».
Los autonomistas valencianos nos hemos perdido en la discusión de las anécdotas y parece que ni siquiera sobre la senyera hay posibilidades de acuerdo. Sólo faltaba, a última hora, cuestionar el 9 de octubre, que es fecha victoriosa y, en definitiva, la del nacimiento del país, y pensar en la batalla de Almansa que es conmemoración de derrota y oprobio. Pienso que las discrepancias actuales se podrían haber soslayado de haber contado con un partido auténticamente autóctono. El que en las pasadas elecciones hayamos unido los votos a los partidos de carácter estatal, fiando en ellos la defensa de las reivindicaciones autonomistas, no nos ha beneficiado de una manera definitiva. Aunque ni en Catalunya ni en el País Vasco hayan obtenido triunfos rotundos los partidos nacionalistas, no cabe duda que su presencia ha sido la que en definitiva ha forzado a cumplir a todos las promesas de la campaña electoral.
Ha tenido que sorprender por fuerza a los valencianos de las tres provincias el hecho de que mientras ciertos partidos no han puesto la mínima objección a crear asambleas de parlamentarios en la mayor parte del Estado, hayan expuesto sus reticencias justamente en donde los problemas de tipo histórico y lingüístico son evidentes.
Hoy tiene el pueblo valenciano la obligación moral de salir a la calle a manifestar con toda nitidez cuáles son sus aspiraciones. Hoy tiene el pueblo valenciano un compromiso histórico que cumplir, porque por encima de los intereses de partido están sus reivindicaciones generales. Hoy está en juego algo más que el poder de convocatoria de quienes ejercen su liderazgo político. Hoy se juega el pueblo valenciano la posibilidad de optar por la recuperación de su identidad. A los parlamentarios les ha correspondido el decir el «cavallers la partida es»: al pueblo le toca pasar la pelota por encima de la cuerda.
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