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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un síntoma de la crisis

LA DIMISION del señor Camuñas como ministro de Relaciones con las Cortes pone claramente al descubierto que las tensiones dentro del equipo ministerial, detectadas por los observadores políticos a comienzos de septiembre, son una evidente realidad y no un invento de la prensa. La desaparición del señor Camuñas del Gabinete, no es sino un síntoma de los conflictos dentro de un equipo ministerial carente de coherencia ideológica.Pese a las reiteradas y encendidas proclamas de que UCD constituye un partido unido, coherente y armónico, los conflictos que lo aquejan son el secreto de Polichinela. Por lo demás, no hay razones para asombrarse. Si ya el antiguo Centro Democrático era una artificial confederación de ideologías que en los demás países europeos compiten entre si en busca de respaldo electoral, el aterrizaje del señor Suárez y de los hombres del viejo aparato estatal y sindical en esa plataforma de liberales, democristianos y socialdemócratas terminó por llevar a los límites del absurdo la confusión política e ideológica. Al igual que la gente que grita en la oscuridad para acallar su propio miedo, los líderes y portavoces de las diversas tendencias que forman la UCD se han dedicado a practicar una altisonante retórica unitaria, mientras espiaban con temor y con recelo las maniobras de sus competidores dentro del Gobierno.

Pero no se trata de mirar hacia atrás ni con ira ni con risa. Porque la apremiante realidad es que la democracia española se halla en peligro. Es evidente que el señor Suárez no debe intentar seguir gobernando sin mayoría en el Congreso (aunque la ley electoral y los senadores de designación real se la proporcionen en las Cortes) y con el único apoyo de una minoría parlamentaria que es sólo la piadosa ficción de un partido. Y también parece claro que la actitud del PSOE, cerrado en banda a la posibilidad de un Gobierno de coalición, comienza a rozar las fronteras de la -frivolidad política y -todavía más grave- de la irresponsabilidad histórica. Mientras la UCD defiende los galgos de su monopolio del poder y el PSOE apuesta por los podencos de sustituirle a corto plazo en su pleno ejercicio, los enemigos del pluralismo y de, la libertad incrementan su campaña de desprestigio contra el Parlamento, imputan la gravísima crisis económica a la democracia, atizan la violencia en el País Vasco y extienden el terrorismo por toda la nación.

Nuevamente, la idea de un Gobierno de coalición que sume en el poder al menos a las dos fuerzas políticas principales del país parece mostrarse como una necesidad histórica para la consolidación de la democracia en España. Los costos políticos pueden ser, indudablemente, elevados para los socialistas; y un sacrificio para los neodemócratas que han adquirido la costumbre de disfrutar del poder en solitario. Tal vez las elecciones municipales y las elecciones sindicales constituyan para el PSOE un objetivo prioritario en este momento, pero los socialistas deben enfrentarse, definitivamente, con sus reponsabilidades. Y no atacar tan virulentamente como lo hacen al poder si no han construido todavía una alternativa válida al mismo. La UCD sola no está en condiciones de gobernar; no sólo no ha obtenido más que el 34% en las elecciones legislativas, sino que, además, es un mosaico de grupos y tendencias con una peligrosa propensión a acuchillarse entre sí. Además, la salida del señor Camuñas del Gobierno puede restar a éste el apoyo de los doce diputados de su partido. La perspectiva de que el PSOE pueda llegar al poder en solitario a corto plazo es un ensueño o una trampa para arruinarle como posible equipo gobernante a plazo medio, o para poner en marcha una «operación chilena» en nuestro país.

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El Gobierno de coalición no es, desde luego, la única salida, sino una de las posibles.. Otra, apuntada por el propio Suárez, un programa político pactado entre los cuatro grandes partidos (AP, UCD, PSOE y PCE) y ejecutado sólo por el Centro podría sustituir con dificultades a aquél, pero parece haber quedado en vía muerta por las; actitudes -de continuo maximalistas- del PSOE. El Gobierno de concentración que otros proponen, con representación de todos los partidos, ofrece más dificultades todavía. Es evidente, por lo demás, que el PSOE ha. hecho público reiteradas veces su negativa a participar en cualquier clase de Gobierno con otras fuerzas políticas, pero Suárez -amparándose en ello- insiste en no hacerles una oferta pública y razonada de poder. La negativa de los socialistas a una oferta de este tipo daría, cuando menos, al actual presidente la fuerza moral necesaria ante: el país para demostrar que él estuvo dispuesto y los demás no.

Por lo demás, la cuestión de quién podría presidir un Gobierno de coalición tiene difícil respuesta. El señor Suárez cometió graves errores al formar su segundo Gabinete, pero todavía figura en su activo el desmontaje del, franquismo y el menguado éxito de la UCD en las elecciones de junio. El mismo se lo ha puesto difícil, pero no se divisa otra perspectiva en el seno de la UCD. Otras personalidades políticas han quedado fuera de juego por diversas razones: la aplastante derrota electoral de su partido, o la no concurrencia a las urnas en las elecciones; de junio, ya que el voto popular es un requisito sine qua non para todo político que aspire al poder en una democracia. Pero sería para España un triste sino contar con un solo candidato a la presidencia de un Gobierno de coalición; y es un deber de la clase política española impedir que el juego constitucional quede bloqueado por no disponer más que de un participante.

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