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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Datos para una crisis

LA UNION de Centro Democrático está en crisis y, naturalmente, el Gobierno también lo está. Es uno de los inconvenientes de gobernar en solitario: que cuando un solo partido va mal, todo el Gobierno va mal. Nada nuevo, extraño o alarmante en las prácticas políticas parlamentarias.Lo único nuevo es el talante con el que algunos han recibido la noticia de que las disensiones en la UCD están abriendo una crisis de Gobierno, y la deducción -bastante lógica- de que si la UCD no sabe o puede gobernar en solitario con su mayoría relativa debe formar Gobierno de coalición con otros partidos. De una parte, la noticia se pretende negar; de otro lado, la solución que se aporta se tilda de interesada o al servicio de políticos descabalgados en las elecciones de junio o apartados del actual Gabinete. Tengamos un poco de serenidad y vayamos por partes.

Nadie le está colocando un torpedo a la UCD, o al Gobierno. La descomposición de las relaciones entre los miembros del partido gobernante -sean o no ministros- es un dato constatable y objetivo. Y está propiciando una situación preocupante. Al menos cuatro ministros han reconocido privadamente a este periódico la existencia de disensiones graves en la Unión de Centro y en el Gobierno, y la falta de una ideología aglutinante. Y alguno de ellos ha expresado su voluntad de abandonar el Gabinete si no se alcanzan niveles mínimos de entendimiento político.

A pocos se les oculta que el equipo económico del Gobierno, una vez elaborado su plan de acción inmediata, se encuentra incapacitado para llevarlo eficazmente a la práctica por la ausencia de un acuerdo o pacto político con las restantes fuerzas del Congreso. Y por las mismas causas el urgente acuerdo salarial con las centrales sindicales se encuentra ahora en un callejón sin salida.

Los patronos y los meros inversionistas se encuentran preocupantemente desorientados sobre sus expectativas más legítimas desde un punto de vista social. (El pequeño empresario no monopolista se siente más amenazado que protegido.)

No pocos miembros del actual Gobierno expresan igualmente su malestar por una política presidencial basada excesivamente en contactos directos con los ministros Abril y Otero, en detrimento de un trabajo de equipo gubernamental.

Sa Carneiro, secretario general de la socialdemocracia portuguesa, suspende su visita a Madrid bajo consejo, para evitar mayores especulaciones sobre la homologación internacional de la UCD, partido del que sigue ignorándose si su etiqueta es socialdemócrata, democristiana o liberal, por citar sólo las tres teclas que hasta ahora se han tocado.

El presidente de las Cortes, Alvarez de Miranda, cuyo partido integrado en UCD mantiene un ministro en el Gobierno -Iñigo Cavero- tiene un enfrentamiento público, aunque indirecto, con el ministro de la Gobernación a cuenta del incidente en Santander entre un diputado socialista y la fuerza pública.

Se acumulan datos sobre el malestar en ciertos sectores de las Fuerzas Armadas a cuenta de la situación en el País Vasco y nadie con suficiente autoridad política desmiente el retiro voluntario del mando de armas de algunos tenientes generales.

Las negociaciones para el restablecimiento de una Generalitat en Cataluña se desarrollan, a espaldas del Congreso, en unos juegos florentinos entre el Gobierno y el señor Tarradellas y, en ocasiones, desdeñando a los propios representantes elegidos por los catalanes.

Hay ministros que en su desamparo ideológico y político preguntan a los periodistas su opinión sobre cómo finiquitar el asunto de la amnistía política. ¡A estas alturas!

La política exterior tiene su más reciente resumen en un viaje del señor presidente por algunas capitales europeas, muy explotado publicitariamente por los medios de comunicación del Estado, pero sin claras contrapartidas útiles para el país.

Estos son algunos -que no todos- de los datos para una crisis que ahora se pueden aportar. Con el presidente estamos de acuerdo cuando afirma su «tranquilos, señores, que todo va bien». Si la democracia funciona, nada marcha -en efecto- irremediablemente mal. Y bajo esta luz las crisis de los partidos y de los Gobiernos adquieren una apariencia mucho menos crispada y dramática de la que ahora mismo se nos quiere ofrecer. Pero la crisis existe y a nadie debe asustar.

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