Más sobre el divorcio
Me parece muy bien que la Iglesia católica no reconozca el divorcio, como no sea en determinados casos sobradamente justificados y, si no es así, al menos generosamente compensados, puesto que es solamente ella la que, sabe lo que debe hacer, al igual que los católicos por convicción deban de acatar lo que les dicte la Santa Sede.Me parece, en cambio, muy mal que se tenga que considerar católicos y, a su vez, tengan éstos que someterse a sus condicionantes, a todos aquellos que a los pocos días de nacer nos hayan llevado, por pura tradición, a la pila bautismal, para convertirnos en cristianos dentro del seno de la Iglesia católica.
Pero aquí no vamos ahora a extendernos sobre tal o tales costumbres que hábilmente han impuesto los hombres de la Iglesia valiéndose de su más poderosa arma, de su mejor aliada, como es la ignorancia, producto de la incultura más absoluta; y de ahí el distanciamiento y rompimiento que siempre tuvo con la ciencia y con todo aquello que significara progreso. Era, sin duda, la mejor forma de obtener un terreno fértil para la superstición, y con ella poder promover sin obstáculos el miedo, el pavor que infundían con su limbo, su purgatorio y el infierno eterno.
Para qué vamos a extendernos también sobre lo que suponía en este país el hecho de que una persona no estuviera bautizada. Creo que de todos es sobradamente conocido. El caso es que hacerse apóstata ahora, sobre una cuestión que no tenemos por qué solicitarla desde el momento en que cuando nos bautizaron tampoco nos dejaron elegir, es un paso a dar que considero del todo innecesario, inútil. A todo esto, la Iglesia y el Estado han formado una trama tan entrañablemente complicada, que aunque sea un hecho la separación de ambos, esto no parece más que teórico y proyectado hacia una libertad que se acaba de iniciar. La gran secuela -que es a lo que voy- es que el divorcio, por ejemplo, sigue siendo palabra tabú para el Gobierno, lo que quiere decir que si bien hemos salido de una dictadura de cuarenta largos años, seguimos todavía en otra que dura nada menos que trece siglos. Y conste que no deseo divorciarme. No sé, en cambio, mi mujer.
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