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Iglesia y capitalismo: respuesta a Antonio Garrigues Walker

Profesor del Instituto de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca

Es posible que Daniel Willey tenga razón cuando en «un delicioso estudio» asegura que «son muy pocos los teólogos cristianos que saben verdaderamente lo que es liberalismo económico y los que conocen el funcionamiento de la economía de mercado». Así lo estima el señor Garrigues Walker cuando acusa a la Iglesia de «incultura económica».

Es, en cambio, absolutamente seguro que el señor Garrigues Walker muestra un desconocimiento fabuloso de la doctrina de la Iglesia, tergiversa el sentido de los textos, milita en favor de un liberalismo económico trasnochado y pernicioso.

La Iglesia y el capitalismo

Desgraciadamente, el apoyo ideológico que la Iglesia ha prestado al capitalismo hay que situarlo entre los cultos que el Concilio reconoce sin paliativos. Se equivoca, sin embargo, radicalmente el señor Garrigues Walker cuando cree que alguna vez ha defendido el lucro como motor esencial, la competencia como ley suprema de la economía y el derecho de propiedad privada como absoluto e incondicíonado.

Desde León XIII en la Rerum Novarum, pasando por la Quadragesimo Anno, de Pío XI, el discurso de Pío XII el 1 de septiembre de 1944 y su Carta a la XXVI Semana Social de Italia de 1956, hasta la Mater et Magistra, de Juan XXIII, no faltan los documentos en que el liberalismo económico es claramente rechazado.

Recomiendo vivamente a su rigor científico no sólo la lectura reposada de estos textos, sino la degustación de la doctrina de nuestros grandes teólogos del siglo XVI sobre el derecho de propiedad y a través de Santo Tomás de Aquino, una inmersión gozosa en las escasaniente ambiguas expresiones de los Santos Padres, para reposar finalmente en la enseñanza de Jesucristo sobre la riqueza y en la práctica de la comunidad de bienes en los primeros cristianos.

Con ocasión del viaje que el señor Mikoyan (a la sazón ministro de la U RSS) realizó a Estados Unidos para convencer a los banqueros norteamericanos, los rusos decían maliciosamente que un judío es capaz de engañar a seis cristianos, pero un armenio es capaz de engañar a seis judíos (Mikoyan era armenio). Me atrevería a afirmar que un capitalista es capaz de realizar la proeza de engañar a los trece juntos.

Y eso es lo que le ha pasado a la Iglesia; los cristianos nos opusimos en principio al capitalismo para terminar aceptando ciertos principios y estructuras que se oponían a las exigencias de la fe y del amor cristiano.

Individualismo trascendentalista

El señor Garrigues se rasga las vestiduras por la pretensión de la Iglesia de valorar cristianamente estructuras y situaciones y de orientar las libres opciones de los cristianos en conformidad con su profesión de fe. Porque «Cristo no dio a su Iglesia una misión propia en el orden político, económico y social».

Curiosa lectura la del señor Garrigues. En aras de la «honestidad intelectual» que niega a la Iglesia y de una lógica elemental que parece desconocer, le invito:

En primer lugar a que continúe la lectura del texto que cita: «Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina.»

En segundo lugar, a compaginar su oposición a la intervención de la Iglesia con su aparente aceptación del texto del Concilio en que se afirma el derecho «de dar su juicio moral incluso sobre materias referentes al orden político».

El señor Garrigues se muestra defensor celoso de la libertad y la autonomía de los cristianos y reduce a la Iglesia a la misión de recordar, no exigir, a todos el amor a Dios y al prójimo. Nada de juzgar el orden objetivo, porque la moral se refiere exclusivamente a la intencionalidad del sujeto. ¿Por qué no solicita de Joaquín Ruiz-Giménez la exégisis del texto que cita?

Usted, señor Garrigues, lo que pretende es que la Iglesia, cuando ve a un cristiano que tiene suspendida una piedra sobre la cabeza del prójimo, con evidente intención de dejarla caer, le recomiende el amor, pero no le advierta la obligación de retirar la piedra.

Al fin y al cabo, la ley de la gravedad no se halla formulada en el Evangelio y la Iglesia debe prohibirse eljuicio sobre lo que pasará si se deja caer la piedra. Si el que se halla debajo muere, la muerte objetiva no empañará el valor religioso del acto realizado «con buena fe».

Como si puesto el liberalismo económico, no se derivasen necesarianiente la explotación y la opresión de los más débiles por los más poderosos la consideración del consumidor como oveja que hay que esquilar y del concurrente en los negocios como adversario que hay que abatir, el amor al poder y al dinero como metas de aquellos «cuyo Dios es su vientre».

El dualismo del señor Garrigues privatiza la vida cristiana y la reduce al foro,de la conciencia; su «espiritualismo trascendentalista» pretende ignorar que el amor de Jesús engloba a todo el hombre, en su interioridad y en sus relaciones sociales, desconoce olímpicamente el carácter radicalmente comunitario de la vida cristiana, que no es más que una misteriosa participación en la vida de un Dios identificado con el amor.

Su pretendida libertad, señor Garrigues, no es más que la libertad egoísta del hombre asocial que lleva directamente a la jungla. Como alguien decía: es la libertad del zorro libre en el gallinero libre. No es, en todo caso, la libertad del cristiano fiado en que la verdad nos hará libres, porque la verdad se hace en el amor.

La científica inmortalidad del capitalismo

Permítame que me tome a broma «su» ciencia económica. Afirmaciones como la suya se despachan con una sencilla bibliografía, sin necesidad de acudir a los teóricos socialistas. En el mundo capitalista existen economistas distintos de Rostow y Friedman.

¡Pobres obispos asaltados por todos los lados en nombre de la ciencia! El «cientismo» que usted defiende se halla en bancarrota desde hace mucho tiempo y sus resultados son manifiestos. Su negativa a introducir la ética en la vida económica va en contra de las más modernas corrientes de pensamiento y pertenece al liberalismo más trasnochado que, además, pertenece al campo del recuerdo histórico. Posiblemente es lo que está retrasando la aparición de su tercer escrito.

Usted ha cometido dos graves errores. Ha desconocido la capacidad de «aguante» de nuestros obispos; le aseguro que es superior a la suya y dará cuenta de ella. Al tiempo. Tampoco ha percibido la enorme capacidad de «digestión» de la Iglesia.

Un tal Marx (Carlos) ya anunció en el siglo XIX que el capitalismo moriría de «Indigestión»; incapaz de digerir con sus relaciones de producción las fuerzas productivas que él mismo creaba. Para mí ha sido motivo de larga reflexión comparativa.

Porque el Espíritu se halla en la Iglesia, ésta se halla a punto de terminar la digestión del capitalismo que amenazó convertirse en mortal digestión, gracias a los múltiples errores que cometemos los cristianos con la jerarquía al frente. Y se prepara ya para el siguiente bocado.

El capitalismo liberal que usted defiende con notable anacronismo ya murió de indigestión. El nuevo también morirá, pero estoy seguro de que me va a sobrevivir. Créame que siento no presenciar el óbito.

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