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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Sobre el régimen penitenciario

Temprano, antes de entrar al trabajo, mientras toman un café, algunos clientes comentan en el bar:-¿A esos? A esos no les daba yo ni aire para respirar. iPero si son todos unos «chorizos»!

«Esos» son los amotinados en la cárcel Modelo de Valencia. El punto de vista de los que en el bar los calificaban tan duramente es, digamos que comprensible. Pero no es justo, desde luego. Trabajadores manuales, de la construcción según me parecieron, para los cuales la vida no es fácil, tienen que ver desde esa perspectiva simplificadora la delincuencia. Sin embargo, las cosas nunca son así de sencillas. La realidad es muy compleja. Habría que preguntarse por qué ha llegado un delincuente a serlo. Por qué ha cometido el primer delito con el que se inicia la serie que le desliza hacia una, digamos que profesionalización. Cada delincuente es un caso distinto, por supuesto, aunque haya causas comunes que les han empujado a todos hacia una vida, la mitad de la cual, por lo menos, transcurre en la cárcel.

Por causas políticas estuve un mes en la Modelo de Valencia, hace aproximadamente ocho o nueve años. No practiqué el aislamiento, sino que conviví con los «comunes». Me pareció que era lo lógico, aunque mi ¿delito? fuera tan distinto. Y ese trato me reafirmó en la convicción de que en la delincuencia hay una responsabilidad solidaria, de todo el mundo. No voy a extenderme en explicar esta evidencia porque mi finalidad es otra. De lo que quisiera hablar es del régimen penitenciario, de lo absurdo que es y de la necesidad de que se reforme. Pero antes es preciso decir que la sociedad rechaza muchas veces -muchísimas- y empuja al delito, a todos los que margina injustamente. Una sociedad don de no exista la igualdad de oportunidades -o lo más parecido a eso- es una sociedad que no puede considerarse inocente ni juzgar al delincuente como si no tuviera nada que ver con él.

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Pero este es, digo, otro tema. Como lo es también, aunque en este punto se entra ya en el del régimen penitenciario, el que estén en una misma cárcel -que aquí, en Valencia, se llama Modelo, no sé por qué- quienes cumplen condena -o esperan juicio meses y meses- por una imprudencia más o menos temeraria, conduciendo, pongo por caso, y quienes el delito es el robo con reincidencia. Porque el primer caso no es el de un delincuente de los que se llaman «comunes», sino el de un infractor, aunque imprudente también voluntario, de unas normas de circulación. Y propongo estos dos casos extremos pero habría que matizar mucho más. Las relaciones entre delincuentes pueden impedir la reconversión de algunos en ciudadanos como cualesquiera otros. Si de verdad se tratara de «reformar», habría que agrupar a los internados de manera que la tarea reformadora pudiera llevarse a cabo. Porque no es el mismo el lenguaje, ni el trato, que habría que dar a unos u otros. Entre un barbero, empleado civil del Ministerio del Aire, que robó cable de un aeropuerto para venderlo a fin de atender a los gastos de la boda de su hija, con la mala fortuna de que el cable paralizó la torre de mando el día mismo en que llegaba el rey de la Arabia Saudita, quien tuvo que desviarse hasta otro aeropuerto cercano, y un habitual del pequeño robo al que también conocí, que con el importe de lo que había sustraído en el Borne de Barcelona alquiló un taxi y lo retuvo varios días hasta que se le acabó el dinero, por darse el gusto de vivir «como un señor», hay grandes diferencias. No existe la maldad innata que aboca al delito fatalmente, sino una serie de circunstancias que van empujando hacia él.

En absoluto abogo por la supresión de las cárceles y los códigos. Creo en cambio que su existencia no exime a nadie de la responsabilidad social. Es demasiado cómodo decir eso de «el que la haga que la pague», porque en cierto modo, con nuestra indiferencia por los problemas de una sociedad que discrimina, «la hacernos» todos un poco y algunos un mucho. Pero por lo que sí abogo es por que la cárcel no sea, como es ahora, un lugar en donde lejos de «reformar» a nadie, se le embrutece. Y que no hay exageración en esta palabra queda probado por las formas de vida que sumariamente describo.

En las celdas, donde hay que instalar una o tres personas, nunca dos ni cuatro, hay un común -no un water- instalado en un rincón junto a una palangana a la que cae el agua del grifo. No hay, pues, desagüe, sino que cada vez que se llena es preciso vaciarla en el común que está a la vista, es decir, que no lo cubre nada de la mirada de los que habitan la celda. Por consiguiente, su uso ha de hacerse mientras la celda está vacía o volviéndose de espaldas los companeros, o bien sosteniendo entre dos una manta mientras el otro lo emplea.

No hay sillas, ni bancos, en ningún lugar de la cárcel, fuera de la «biblioteca» de cada galería, donde los libros que se pueden leer son: «Cómo hacer amigos», «Cómo criar abejas» y cosas así. Hay alguna novela, pero la más amena que yo encontré -y aproveché para leerla- era «Las memorias de ultratumba», de Chateaubriand. Así que en el patio, donde hay que pasar todo el tiempo que no se está en la celda, sólo puede uno sentarse en el suelo. Otro tanto ocurre en las galerías, donde se permite la estancia cuando llueve. Claro que la picaresca funciona y por poco dinero -por pocos vales, con los que le canjean a uno el dinero, que así circula con la fluidez determinada por la Administración- se pueden obtener bancos construidos con madera de cajas de botes de leche, etcétera, e incluso pequeñas mesas que son toleradas pero no legales.

La comida se sirve en platos cuarteleros y hay que llevarla a la celda para comerla, bien utilizando los bancos si se tienen, bien sentándose en el borde de la parte baja de la litera. Si uno quiere beber el vino que permiten, ha de ser después de la comida, previo pago de su importe y bebiéndolo ante el oficial, que exige que se sacuda el vaso después de haberlo consumido. Claro que, inexplicablemente, por un sistema de tapas de plástico transparente para los vasos, hay reclusos que hacen como si lo bebieran y lo sacuden incluso, logrando, a pesar de todo, conservarlo.

Se levanta uno temprano, a las seis, es «contado» a la puerta de la celda y dispone de media hora para su aseo personal y el de la celda. Inmediatamente después se sirve el desayuno -de la calidad de las comidas es mejor no hablar- y hay que salir al patio. No se puede ir a la celda para nada salvo que se obtenga un permiso y explicando la causa. Hay otro «recuento» en el patio antes de la comida y después de ella hay un descanso en la celda hasta que se sale, sobre las dos, de nuevo al patio. Se cena y, cuando le toca a cada galería, puede presenciarse el programa de TV hasta las nueve, hora de volver a la celda, volver a ser contado y en la que queda uno «chapado», es decir, cerrado por fuera, hasta la mañana siguiente. A las diez se apagan las luces inexorablemente.

Se censuran las cartas que se reciben; hay que entregar abiertas las que se envían; es del arbitrio de los delegados por el director qué libros se pueden recibir del exterior, así como qué revistas. Los periódicos, pocos, van a las «bibliotecas» de las galerías previamente censurados. ¿Qué se puede hacer durante todo el día? Trabajar para «redimir pena» cuando se está ya condenado, no antes, es decir, cuando hay sentencia firme. Leer los aburridísimos libros de las «bibliotecas» mencionadas; tomar refrescos en los «chiringuitos» donde sirven también comidas; jugar a la pelota, al ajedrez -con tableros que no facilita la dirección, sino que han entrado desde el exterior por su tolerancia-, etcétera.

En punto a higiene no se puede uno duchar más que el día de la semana que le toque, aunque con dinero se puede conseguir del vigilante, que suele ser un internado, la posibilidad de la ducha diaria.

Creo que el relato, que no es exhaustivo, permite comprender cuáles son las condiciones dé vida de una cárcel. ¿Por qué no hay comedores? ¿Por qué los servicios higiénicos no están separados, al menos por un tabique, del resto de la celda? ¿Por qué no hay desagüe y un lavabo en lugar de tener que vaciar la palangana cada vez que se llena? ¿Por qué tanta restricción en el uso de las duchas? ¿Por qué ... ?

Dentro de las normas que entonces regían, tuve que entrevistarme con un funcionario de prisiones que estaba encargado, por lo visto, de llevar el fichero sicológico de los internados. Con nosotros, los «políticos», la conversación era de trámite. Yo aproveché para charlar de su función. Discretamente me dijo que era más bien formal dado que no tenían instalaciones adecuadas para un tratamiento por grupos que facilitara la, digamos, «reforma». Sin embargo, parece evidente que instalar comedores, resolver el problema de los servicios sanitarios de las celdas, tan degradantes, poner bancos en los patios, facilitar actividades que permitieran llenar el tiempo, mejorar las bibliotecas cuyos fondos parecían seleccionados por damas más o menos apostólicas, etcétera, es algo que se puede hacer ya, desde ahora mismo. Y no se hace. Seguramente porque la organizacion penitenciaria está basada en la idea de que la cárcel debe ser inhóspita para que sea un castigo. Pero ¿no es suficiente castigo estar privado de libertad? ¿Por qué no tratar de que dentro de ese mundo muchas veces alucinante que es una cárcel, se den las condiciones necesarias para que la dignidad humana no se degrade con instalaciones como las descritas?

Los motines de estos días, probablemente suscitados por la esperanza de presionar para obtener una amnistía del mismo modo que se ha concedido -gradual- a los políticos -punto de vista ciertamente equivocado en la comparación, pero quizá no en la finalidad, porque sacar a la calle a un preso común es ofrecerle una nueva posibilidad- me ha recordado aquella estancia en la Modelo de Valencia y lo que tuvo de experiencia sobre unas condicion es de vida que no ayudan, precisamente, a que la conducta de los internados cambie. Todo lo contrario.

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