_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿La Iglesia "caballo de Troya "del centro?

La polémica que en las páginas de EL PAÍS sostienen el profesor José Luis L. Aranguren Y el profesor José María Martín Patino, provicano general de la Diócesis de Madrid, da lugar a reflexiones de una enorme actualidad y a matizaciones completamente nuevas en el tratamiento del problema católico en España.Creo sinceramente que tanto Aranguren como Patino simplifican excesivamente el planteamiento, a fuerza de tipificar demasiado dos actitudes contrarias: la confesional y la laica. Verbalmente, al menos, ambos parecen estar de acuerdo en que, en nombre de la misma fe cristiana, se supere el confesionalismo. Aún más, Aranguren llega a «suscribir la bella alerta de Patino de que la Iglesia no debería renunciar a crear su propia cultura». Quizá la diferencia, por parte de Aranguren, es que él concibe la. cultura cristiana, no como una realidad «custodiada, intangible, inmutable», sino como una especie de contracultura, «incesantemente creada y recreada desde fuera del poder». Pero uno y otro admiten que a una fe determinada. corresponde una cultura determinada: con ello queda desdibujado el pluralismo cultural que trajo consigo la primera proclamación del Evangelio, y que se plasmó en el agudo conflicto que desgarró dos tipos culturales (incluso de dimensión religiosa) diferentes: judíos y griegos. La solución de San Pablo fue la de negar el monopolio del Evangelio a cada una de las dos culturas, en cuyo seno podría desarrollarse sin más la dinámica evangélica.

Cuando a lo largo de los siglos del cristianismo se ha ido identificando con un determinado tipo de cultura, ha perdido automáticamente su universalismo y se ha visto obligado a pactar con la cultura, cuyo color había asumido, compartiendo con ella el poder en una u otra forma.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia y el mundo, reconoce expresamente esta aterritorialidad de la Iglesia respecto de todas las parcelas históricas de la cultura humana.

Ahora bien, lo que Aranguren reprocha a Patino es que su «requiem por un poder político de la Iglesia española» no deja de ser una bella frase, quizá un sueño utópico, al que no corresponde desgraciadamente la realidad. Para ello, Aranguren ataca frontalmente lo que él llama el taranconismo, según el cual la influencia de la Iglesia se ejercería, en un futuro inmediato, a través de una sutil y disfrazada colaboración con el suarecismo, donde la jerarquía tendría colocados hombres-clave, como los ministro de Educación y de Justicia, ambos procedentes de la Santa Casa (Asociación Católica Nacional de Propagandistas).

¿Quién lleva la razón? A mi modesto entender, ninguno y... ambos a la vez. Y me explico. Tanto Aranguren como Patino parten, como por inercia, del presupuesto de una Iglesia monolítica, cuya jerarquía forma un conjunto sinfónico y que tiene un influjo decisivo y cuasi mágico en el pueblo fiel. Pero hoy, doce años después del fin del Concilio Vaticano II, la estructura de la Iglesia es muy diferente. Existe una Conferencia Episcopal, algo parecida a un parlamento democrático: con su derecha, su centro y su izquierda. Además, la influencia de la jerarquía en los fieles es muy relativa, como contradictoriamente lo reconoce el propio Aranguren, cuando afirma que «de todos modos, tales electores se habrían tomado por sí mismos tal libertad, como se toman la de usar medios anticonceptivos; entre la izquierda, lo menos que hay que decir es que la jerarquía eclesiástica tiene muy poco prestigio».

Yo creo que no se trata de que la jerarquía eclesiástica haya perdido prestigio (aunque esto es también muy cierto), sino de que la base eclesial está superando rápidamente el complejo edípico de amor-odio frente al Papa, los obispos y los curas, reduciendo su actitud a una postura relativizadora, como aparece en los documentos de las primeras comunidades cristianas, sobre todo en el Nuevo Testamento.

Por otra parte, no creo mucho en el taranconismo. La actitud del presidente de la Conferencia Episcopal ha sido de ruptura con la que tradicionalmente había seguido la jerarquía eclesiástica. Me consta que en el Vaticano no estaban contentos con esta postura, ya que allí se volvía a pensar en un partido católico a imagen y semejanza de la DC italiana. También me consta de los cabildeos de pasillos, llevados a cabo por algunos obispos y altos dignatarios de la Iglesia española con los que, procedentes de la Santa Casa, o forman parte del actual Gobierno o por lo menos siguen teniendo relevancia en el espacio mayoritario del actual poder.

En todo caso, estoy de acuerdo con Patino y Aranguren en una cosa: en el riesgo constante de un enfeudamiento de la jerarquía eclesiástica en la maquinaria del poder, que, hoy por hoy, se llama «Centro». Pero, sin embargo, actualmente dentro de la Iglesia hay muchos más espacios de libertad, desde donde ejercer con cierta eficacia esa denuncia profética, que propugna Aranguren, y que, en principio, también defiende Patino.

Porque, si no fuera así, ¿cómo Podría hablar yo mismo con plena sinceridad, sin que mi emplazamiento de hombre de Iglesia sufra ningún cambio substancial?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_