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Editorial:La declaración del Gobierno / y 3
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La poIítica exterior

LA DECLARACION del Gobierno en la parte que se refiere a las relaciones exteriores de España contiene puntos programáticos generales para salir del tema sin demasiadas concreciones, pero precisa algunos otros que resultan significativos. Decir que España «continuará el proceso de normalización de sus relaciones con todos los países de¡ mundo» es poco decir, por su vaguedad; ocultar ' al mismo tiempo el espinoso problema de las relaciones con Israel, es poner en tela de juicio la amplia y genérica declaración citada. Representan un avance sobre la situación anterior, desde luego, las referencias expresas a los principios de las Naciones Unidas y a los derechos humanos. Pero todo ello sigue anclado todavía en el terreno de las buenas intenciones. Terreno del -que tampoco sale la alusión a las relaciones con Portugal o Iberoamérica.Existen en este terreno otras cuestiones que por su naturaleza deben ser debatidas por las Cortes. Son todas en las que de alguna manera está implicada la soberanía e integridad territorial: las relaciones. con la Comunidad Europea; la restauración de la integridad territorial de España, mermada en Gibraltar; las relaciones con Estados Unidos, en cuanto implican, por cita expresa y literal de la ' declaración gubernamental «la contribución al sistema defensivo occidental»'. En otras palabras, el problema de las bases norteamericanas en España, y el del eventual ingreso en la Organización de¡ Atlántico Norte (OTAN) y en su estructura militar integrada. También cae dentro de este apartado la revisión de¡ Concordato vigente, sistema que no se pone en tela dejuicio a pesar de que el Vaticano ya ha renunciado a apoyarse en él en sus relaciones con la mayoría de los país es de Occidente.

Así mientras la declaración gubernamental señala que las Cortes debatirán sobre el problema de¡ ingreso de España que la OTAN, nada se dice por el contrario de que. los representantes del pueblo ' pueden y deben tratar públicamente -y cuanto antes- el caso de las bases norteamericanas en España. Nada impediría una revisión de los plazos acordados en el tratado de 1976 para desnuclearizar las instalaciones de Rota; plazos que deben ser reducidos. Las relaciones con la CEE son abordadas en una frase que presupone lentitud y prolijidad, al señalar que el Gobierno presentará «la solicitud de iniciacion de negociaciones para la adhesión a las Comunidades Euro peas». Lo menos que cabe pensar después de esto es que el tema va para largo. Bien es verdad que el problema es complejo, y que en la propia Europa los posibles afectados por el ingreso de España ya se están preparando. Francia, Bélgica e Italia han solicitado la modificación de la «Europa verde», en previsión de lo que pudiera suceder. España debe prepararse para una negociación ardua y larga. Pero por lo mismo el Gobierno debe definir cuanto antes sus posiciones y no emboscarse una vez más en la semántica. Por último, hablar de política mediterránea, de «favorecer la seguridad y entendimiento entre los ribereños» y de «creación de un sistema de cooperación regional y de eliminación de tensiones» en la zona resulta bastante irritante, si se piensa en el fracaso de la política en el Sahara y de las graves consecuencias de todo género que puede acarrear. España, impedida de poder jugar un mínimo papel en Oriente Próximo, por haber cerrado sus fuentes de contacto con una de las partes del conflicto, ha contribuido al aumento de tensión en el otro extremo del Mediterráneo y en el norte de Africa. En los dos puntos más graves de la política mediterránea, la posición española está considerablemente debilitada. Un sistema de «cooperación regional» exige una política exterior inteligente y que vele por los intereses nacionales. Adjetivos difícilmente aplicables a la actual situación, toda vez que la política exterior española brilla por sus tonos grises. En resumidas cuentas, quien haya leído atentamente la parte dedicada a política exterior de la declaración gubernamental llegará a una conclusión: el Gobierno ¡carece de política exterior. No ha podido precisar las relaciones de España con Europa, con el pueblo árabe, con Hispanoamérica, ni con los países del Este, sin olvidar el vacío flagrante de una política africana en el continiente negro, donde también España debe asumir su responsabilidad tras el fracaso de la descolonización de Guinea Ecuatorial. Sólo en dos puntos ha sido concreta'esta declaración: en las buenas relaciones -esperemos que no a cualquier precio- con Estados Unidos, y con la Iglesia, la otra «sociedad perfecta» -o máximo grupo de! presión- que coexiste con la del Estado en el interior de nuestras fronteras. Estos eran precisamente los dospuntos concretos, los dos únicos, con Gibraltar, de la política defendida por el ministro don Fernando María Castiella durante los largos trece años que dirigió la diplomacia del general Franco. Integrarse en la estela norteamericana y pactar con el Vaticano. No en balde, los orígenes en política exterior del señor Oreja nacen de aquellos años. Por último, si hay algún terreno en el que las Cortes deben estar presentes es el de la política exterior, qué debe lograr un consenso general por encima de todas las ten dencias e ideologías. A este respecto cabe recordar que el señor Oreja si supo innovar en el terreno teórico, cuando señaló que «hay que implicara la representación popular, y consecuentemente a toda la población de¡ país en la gestación, realización y control de la política exterior». «El Parlamento -añadió entonces el señor Oreja- debe ser el foro adecuado para que, de una parte, sean ex : ami nadas las grandes posibilidades de opción de la política exterior, y de otra para que la necesidad y la conveniencia de ésta sea sentida con auténtica y profunda urgencia por la inmensa mayoría de la nac16n.» i

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