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El partido de Suárez

Adolfo Suárez está a punto de lograr lo que hace unos meses era difícil de imaginar: un partido. El intento era difícil, sin una tradición democrática en que apoyarse y sin unos mínimos presupuestos ideológicos que le dieran consistencia. Un partido que se define más por lo que no es que por lo que es; un gaullismo que nuestro DeGaulle particular -Franco- no propició; un esfuerzo supremo por vestir las propias vergüenzas políticas con ropas socialdemócratas, liberales, democratacristianas.El momento inmediatamente posterior a las elecciones es el ideal para realizar esa proeza. Detrás están unas elecciones ganadas. Unión de Centro Democrático fue creada precisamente para ganar. Ahora, los votos en que se materializó aquella victoria son el mejor argumento para hacer el gran partido centrista. El otro gran argumento es la expectativa del nuevo Gobierno en formación, con su secuela de cargos a todos los niveles. Ya no se ofrecen puestos determinados en las listas de candidatos. Ahora se ofertan carteras y se vislumbran subsecretarías, direcciones generales. El poder.

Nadie debe rasgarse las vestiduras porque la opción victoriosa se reparta el botín político de la Administración Pública. Lo que ocurre aquí de llamativo es que el proceso es radicalmente inverso. UCD, o como se llame el definitivo partido de Suárez, se está haciendo al revés de como se hacen los partidos. Los partidos se hacen para alcanzar el poder y se logre este objetivo o no el partido existe. Porque tiene una base, su base, y una ideología aglutinadora. El Centro, en cambio, sin ideología y sin base, cuenta nada menos que con el triunfo. Con la promesa fundada de que se obtendría hizo Suárez una coalición electoral. Ahora no se conforma con un grupo parlamentario que mantenga la coalición en las Cortes. Adolfo Suárez está decidido a hacer, desde su atalaya presidencial, el partido imposible. Y lo hará. A la objeción de que no tiene bases, Suárez contestará esgrimiendo los millones de votos obtenidos por el prepartido. A falta de ideología, Suárez exhibirá una agenda de trabajo a corto plazo.

¿Por qué ese empeño de Suárez en crear el gran partido imposible? ¿Sólo por asegurar la disciplina de voto en unas Cortes en las que cuenta con una mayoría relativa y endeble? Al lógico deseo de Adolfo Suárez, como todo político de permanecer en el poder, se añade en este caso la gran ocasión de contar por el tiempo que sea con el apárato estatal, Pero es claro que en la naciente democracia española -que el propio Suárez ha ayudado a traer, obedeciendo a la Corona-, la permanencia en el poder va a haber que asegurarla desde abajo. La oportunidad de las recientes elecciones ganadas, permite, además, a Suárez pasar factura a los diputados y senadores electos y erigirse en líder de una formación política que con el tiempo eche raíces y termine sosteniéndole.

Si, como se comenta en las alturas, la definitiva consolidación de la Monarquía no se producirá hasta que en este país exista un Gobierno de izquierdas, Suárez comienza ya a preparar su regreso como recambio de ese Gobierno.

Son proyectos personales legítimos, siempre que la tenacidad en lograrlos no ponga en peligro nuestra incipiente situación democrática. Consolidarla es, en este momento, mucho más importante que consolidarse. Cuando todavía nos encontramos en una situación democrática vergonzante en la que las grandes novedades -como la del saludo de don Juan Carlos a Santiago Carrillo- pretenden aminorarse con ocultamientos infantiles, es-necesario que. las actuaciones públicas sean diáfanas y noprevalezcan los intereses personales. Es preciso, también, que el Poder crea en su propia política.

El Adolfo Suárez al que todos aplaudimos que hiciera un uso abundánte del decreto-ley para evitar el paso por unas Cortes antidémocráticas de determinados temas importantes, no puede ahora, por la inercia del hábito adquirido, establecer de penalti una reforma adminístrativa o regular nada menos que la Radiotelevisión, sin atenerse al parecer de las flamantes Cortes. Ni siquiera la urgencia de estos temas debe hurtarlos a los legítimos representantes del pueblo. No es cuestión, tampoco, de negociar con los partidos o de demostrar que los proyectos de textos legales son profundamente democráticos. Para ese viaje sobra el Congreso de Diputados y el Senado, en los que es forzoso que crean especialmente quienes los han inventado.

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