Felipe
Lo que me gusta de Felipe es lo que me gusta del Camborio: que es aristocracia del pueblo, voz de clavel varonil. Felipe es como Lola Flores, sólo que a la viceversa: pueblo asumido, pueblo decantado, pero no pueblo integrado.-Más claro, jefe -dice el quiosquero.
Me llama por teléfono desde París el periodista Miguel Veyrat:
-Que soy un pobre emigrante y me he quedado sin votar.
Medio millón de españoles en Europa y un millón en América. Si a la victoria de Felipe le añadimos los votos potenciales de los emigrados, de los jóvenes y de los otros partidos de izquierdas, España es hoy un país socialista. De hecho, lo es. Este delicado giro hacia la izquierda que ha pegado España se debe en buena medida al mozo remoreno y sevillano.
-Pero usted antes era rojo -dice el parado.
-Yo, además de rojo, soy de izquierdas.
Estuve el otro día en el cuartel general del PSOE, en Cuatro Caminos, con Rosa Mateo y con Khelladi, el embajador de Argelia, y allí me enseñaron los montones de correspondencia que reciben todos los días. Estamos, pues, ante un socialismo epistolar y con buena caligrafía. En Madrid dominan Chamberí, Cuatro Caminos y parte de Vallecas y Carabanchel. Pero me he tendido un rato a la sombra de las muchachas rojas que han estado de adjuntas en algunas mesas electorales:
-En Argüelles estaban empat ados Suárez y Fraga. En la prolongación de General Mola mandaba Fraga.
La calle es suya. Al menos, ese trozo de calle. En cuanto a la democracia cristiana, hay que decir que en España hay demócratas y hay cristianos, pero por separado, nunca porjunto, que al español no le caben tantas ídeas, debajo de la boina. De ahí el descalabro. Al personal hay que venderle una sola idea: o la rosa de Felipe o el capullo de Suárez. A mí me parece que Felipe González, Camborio de dura crin, viva moneda que nunca se volverá a repetir, está haciendo tranquilamente, en esta España aportuguesada, la revolución de la rosa.
Puro pueblo, ya digo. Yo no soy del PSOE ni lo quiero ser, pero me alegra mucho que Felipe el Hermoso del socialismo haya salido adelante, pese a la igualdad de oportunidades del franquismo (nació en 1942). Es el gitano de Garcia Lorca que se ha llevado al río la democracia y nos la devuelve sucia de besos y arena. Pero hermosa.
Lo que en otros no.envidiaban, Felipe, ya lo envidiaban en ti: zapatos color corinto (y tan corinto), medallones de marfil, y ese cutis amasado con azucena y jazmín. Cuidado, Felipe, con los siete primos de Benamejí, que son de la Unión de Centro Democrático. No tengas que acabar llamando a la Guardia Civil y muriéndote de perfil. El andaluz Federico, que era un genio y sabía de España más que nadie (por eso le mataron), anticipa la guerra civil en el Romancero gitano y anticipa su fusilamiento en la muerte del Camborio. Los siete primos de Benamejí -para qué voy a explicártelo, Fefipe- son la oligarquía.
Andalucía, el Sur profundo y faulkneriano, que tiene su Faulkner en Alfonso Grosso y la nueva narrativa andaluza, con nombres como Manuel Barrios y Luis Berenguer o Antonio Burgos, da de vez en cuando al Cordobés, a Carmen Sevilla, a Felipe González. Excepciones morenas de una raza diferente. Unos se integran y otros no se integran. Carmen Sevilla o el Cordobés son pueblo integrado. Esperemos que Felipe no se integre.
Al Camborio lorquiano lo matan sus primos, aunque él, en la lucha daba saltos jabonados de delfín. A Federico lo fusilan en Granada sin que mi amigo lan Gibson pueda llegar a tiempo de sacar una foto. Luego, el Camborio y Lorca resucitan plagiados en el Antonio Vargas Heredia, rey de la raza calé, de doña Concha Piquer. (Mis respetos, señora, que el conde de Lavern, apócrifo, me pone sus discos y lloramos juntos.) Pero Felipe González, mozo de Monleón que se fue a arar temprano para luego remudar con despacio, es la verdadera vuelta del Camborio y Federico, con el alma de nardo del árabe socialista, aunque en el puño lleve una rosa. Que no le compren los alemanes, ni le vendan los Benamejí oligarcas. Los Benamejí no son los Garrigues, pero, de todos modos, que no le vendan ni le compren. Que no caiga el mimbre de sus manos ni de su boca el clavel, ni de su boca el clavel.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.