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El escándalo del Perico Muangsurin no puede repetirse

Los bochornosos incidentes desencadenados anteanoche en el Palacio de los Deportes a consecuencia de la proclamación de Muangsurin como vencedor sobre Perico -veredicto que no tuvo, por otra parte, nada de escandaloso- deben mover a reflexión. La gente del boxeo debe tomar medidas para evitar repetición de sucesos como éste, que, de continuar, terminarán hundiendo del todo a un deporte que cada vez lo es menos. Las declaraciones del presidente de la Federación Española, Roberto Duque, al final del combate no fueron del tipo de las que contribuyen a calmar los ánimos, sino lo contrario. Por ahí habría que empezar a atacar.Roberto Duque declaró al final del combate que «como presidente de la Federación no debía hablar, pero como aficionado calificaría el veredicto como robo e injusticia». Anunció su propósito de interponer un recurso oficial, y se quejó de que «vivimos en un país de quijotes».

Quijotes acaso los haya en España, pero no fueron quijotes precisamente lo que se vio en el Palacio de los Deportes, sino más bien energúmenos faltos no ya de quijotismo, sino de un mínimo de civilización. Energúmenos que, una vez leídas las declaraciones del presidente de la Federación Española de este deporte, pensarán que hicieron bien al armar el alboroto que armaron.

Ni en el caso de veredicto más injusto del mundo se puede admitir que la reacción de un público llegue a las cotas de salvajismo que alcanzaron los sucesos de anteanoche, pero lo más grave del caso es que el veredicto no tuvo nada de escandaloso, sino que fue absolutamente justo. No es ésta una impresión personal, sino que se pudo ver ayer reflejada por casi todos los cronistas especializados de la prensa madrileña en sus respectivos diarios.

Las decisiones de combates importantes a los puntos siempre están expuestas a polémicas, porque el tema de quién ha boxeado mejor puede, en muchas ocasiones, ser opinable. A modo de solución para ser recogida por quien corres ponda, podía ensayarse un fórmula que propugnaba no hace mucho un buen aficionado, Carlos Suárez, que en tiempos ejerció la crítica de boxeo en el diario Dicen, de Barcelona: la fórmula consistiría en que la puntuación del árbitro y los jueces se fuese dando conocer al final de cada asalto. Eso haría que el público fuese conociendo el curso del combate, que tomara afición a su vez a llevar la puntuación al detalle -y no guiarse por la impresión de vacías reacciones en los últimos asaltos del púgil que lleva perdida la pelea- y evitaría sorpresas. La fórmula podría resultar útil, y valdría la pe na ensayarlo. Como valdría la pena que hombres que ocupan cargos altos, como Roberto Duque, contaran hasta diez y reflexionaran un poco antes de hacer declaraciones poco beneficiosas para el deporte por el que se interesan, y también que el público participante en un espectáculo olvidara condiciones patrioteras a la hora de enjuiciar el resultado final.

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