Matar al Caimán
Vaya por Dios, ahora el temblor del Gobierno son los indecisos, los que no saben si sí o si no, esa última franja incontrolable de la sociedad, que es el margen de irracionalismo que todo grupo humano se concede a sí mismo.-O sea, los que matan caimanes a pedradas en el zoo, que ya se han cargado dos -dice el parado.
Exactamente. Este pueblo lleva cuarenta años matando el caimán, tirando piedras al río, perdiendo el tiempo por las afueras, de espaldas a una política que le volvía la espalda. Iba yo a comprar el pan y me encontré a Miguel de la Quadra-Salcedo, con su barba de Orellana:
-Después de cuatro meses fuera de España, no entiendo nada de lo que está pasando.
Claro. Miguel viene del siglo de oro, de la conquista de América. Miguel es un Orellana que se incorpora al presente a través de la televisión. Cuando partieron sus naves dejó una España imperial, y ahora se encuentra con que, al llegar, ha puesto pie en una conferencia de Santiago Carrillo.
Miguel es un marginal y un indeciso que no mata caimanes, sino que les hace entrevistas en la cuenca del Amazonas, para Prado del Rey. Me llama Mariano Guindal, reportero entusiasta:
-Que estoy haciendo una encuesta sobre el voto de los famosos.
-Méteme entre los que matan el caimán.
Matar el caimán, matar la araña, hacerse el loco, perder el tiempo, alquilar un desierto y barrerlo. Eso es lo que ha hecho el pueblo español durante cuarenta años. Me lo dijo Skinner, el gran maestro del conductismo, en Nueva York, cuando yo estaba allí de limpiacristales en las Naciones Unidas, que me había enchufado Jesús Hermida:
-My boy, el hombre no es más que su conducta.
Los conductistas americanos y los demócratas del SEU no soportan la indecisión ni la imprevisión. Pero resulta que la conducta general del hombre se caracteriza por la capacidad de romper con su propia conducta y de matar caimanes de vez en cuando, con tirachinas.
O sea, que hay conductas políticamente imprevisibles, todavía, en España, a pesar de Pedro Maciá y otros locutores con la imparcialidad esculpida a navaja.
Parece que los hombres del presidente, los bomberos de Fraga y los progres del PSOE corren en este momento hacia el zoo para evangelizar a los indecisos que están allí matando caimanes a pedradas, tan pacíficamente.
El país mismo es un enorme caimán aletargado durante cuarenta años en las orillas del Nilo de una dinastía faraónica y vertical que se sucedía a sí misma. En mis felices cuarenta ya se cantaba aquello de Se va el caimán, y lo prohibieron por si era alusivo. Alusivo no sé si era, pero desde luego era anacrónico, porque faltaba mucho. Canciones para después de una guerra termina con esa musiquilla, y Marcelino Camacho, que estaba a mi lado en el cine, me dijo:
-Supongo que eso es alusivo.
-Cómo lo ves, Marcelino.
Los indecisos. Unos cuantos millones de indecisos. Los políticos quieren despertar a pedradas el caimán del letargo nacional. Suárez y los suyos deben recordar que esos indecisos los fabricaron ellos por el Imperio hacia Dios. Y que matar el caimán a base de pedradas televisivas o balas de goma, es una gamberrada.
Tirando piedras al río, matando caimanes caimán él mismo, el pueblo español tarda en despertar de su letargo y llora lágrimas de cocodrilo, con Carlos Arias, por el bien perdido Carrillo dijo el otro día en el Eurobuilding, más o menos, que el comunismo se ha hecho demócrata por causa de la bomba atómica. Pero a nosotros nos gustaría que el eurocomunismo fuese algo más que el miedo a la bomba. Algo así como un humanismo en libertad. Si no, el país puede volver al sudoroso letargo de los caimanes. Y esos varios millones de indecisos en vez de votar se irán al zoo a matar el caimán. Y yo con ellos.
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