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San Isidro 77: cuarta corrida de feria

Para carne, no tenían precio

De bravura, media gota; mansedumbre, a chorros; carnes, todas. Los productos de Antonio Méndez que saltaron al ruedo de Las Ventas podrían encuadrarse en la cabaña nacional, mejor que en las ganaderías de bravo. Tenían estampa, eso sí -aunque dos, pequeña estampa, si vale, un cromo-, pero poco más para que podamos convenir que eran toros de lidia.Viéndoles corretear por el ruedo, o pararse -sobre todo pararse, que se paraban muy bien, y mucho- a nadie levantaba de los asientos ese trémolo singular que produce el toro de casta cuando pugna por imponer su ley entre la torería. Si podían levantar de los asientos los hermosos solomillos que se adivinaban bajo la zaína piel.

Ayer, una parte del público se aburrió a modo; otra parte le hacían chiribitas los ojos. Se aburrieron los que habían ido a los toros, para ver toros y toreo, que ya es; les hacían chiribitas los ojos a los glotones. «¡Los solomillos que van al caballo! » «¡Los solomillos que huyen del caballo!» Más bien huían del caballo los solomillos.

Plaza de Las Ventas

Cuarta corrida de feria. Cinco toros de Antonio Méndez, tres bien presentados, dos bajaron mucho, todos mansos, y un sobrero del Jaral de la Mira, sin trapío, que sustituía a otro del mismo hierro, devuelto por cojo; escandalosamente romo, astigordo y manso. Antonio José Galán. Silencio. Bronca. José Mari Manzanares. Oreja protestada. Silencio. Lorenzo Manuel Villalta. Silencio. Palmas.

¿Y qué iban a hacer los toreros con los solomillos, que no fuera jalárselos al caer la tarde, desde los romanos hora nona y desde los jardones, taurina también? Bien, pues jalárselos, como queda dicho, e intentar unos lances, luego unos pases, a ver qué salía.

Desistieron de la tentación gastronómica, pero no de la torera. Y nada salió bien. Lorenzo Manuel Villalta, que venía a confirmar la alternativa y para el que trajeron unas espléndidas mulas de Socuéllamos que arrastrarían los solomillos, se encontró con dos mansos, uno de abrigo y otro de chaleco, y en ellos se estrellaron sus ilusiones. De cualquier forma, en las pocas oportunidades que tuvo, pareció que muy maduro no está para estos trances de verse en competencia con matadores experimentados. Galán, seguramente de vuelta de ilusiones como las que traía su ahijado, fracasó con un torillo y un torazo solomillero, que, naturalmente embestían sin clase, pero también sin malicia. Y Manzanares, pupilo de la empresa, se llevó la orejita con que las presidencias obsequian cada tarde a un matador, porque ésta debe ser la temporada-aniversario.

Pero el caso de Manzanares inerece el punto y aparte ya iniciado. Resulta que, figura del cartel, dio la casualidad que tuvo para sí los (los torillos más cómodos. Su primero, que le correspondió en sorteo, apenas tenía trapío y sus pitones eran escasos, recogidos y romos. Su segundo, un buen mozo del Jaral salió cojo y, devuelto, fue sustituido por otro torillo sin apenas presencia, del mismo hierro, y también -¡qué cosas pasan con las figuras! - de pitones escasos, recogidos y romos.

Ante tan menguada enemiga, se diría que Manzanares se dio a la tarea de jalarse los solomillos o torear, al gusto. Pero ni lo uno ni lo otro. Y en lo que a torear se refiere, señalemos que con el capote se limitó a parar un toro (bien es verdad que sus compañeros no intentaron superarle, excepto Villalta, que dio un farol de rodillas), y con la muleta, citaba fuera de cacho, de costadillo, encorvado y con el pico. De esta guisa, a su primer torillo le sacó una faenita aseada, de donde vino la oreja, que la afición protestó; y al otro, ni eso, porque no se acoplaba, la muleta se le enganchaba en los pitones, unas veces se quedaba descolocado, otras veces salía el pase sin mayores exquisiteces, y así.

Lo dijo un espectador: «Lo mejor, ¡el tiro de mulas! » Y los solomillos. En eso, convengamos, con el corazón en la mano, que los productos de Antonio Méndez no tenían precio.

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