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Tribuna
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Democracia y federalismo

Partido Nacionalista VascoUna de las características fundamentales de la democracia es la participación. Democracia originariamente es la participación del ciudadano en el ordenamiento jurídico del pueblo. Todas las demás características: decisiones por mayoría, respeto de las minorías, puesta en juego periódicamente de todas las opciones, etcétera, son consecuencia de ello.

Esta participación en un tiempo directa, se ha ido transformando según han ido pasando los tiempos en indirecta, y se ha ido alejando más de los ciudadanos.

Los Estados actuales no responden a las necesidades del mundo moderno y del avance en todos los aspectos de las relaciones humanas. La facilidad de comunicaciones, la necesidad de ampliar mercados, el intercambio de los conocimientos técnicos, e industriales, la interrelación cultural han hecho que las estructuras estatales actuales se hayan hecho pequeñas e insuficientes, y estén exigiendo un marco institucional más amplio que responda a las exigencias del momento.

La formación de Europa responde a esa exigencia al mismo tiempo que aspira a servir de contrapeso a la división de hecho del mundo en zonas de poder por los dos grandes bloques que pretenden dominarlo.

Pero al mismo tiempo, esos Estados son demasiado grandes para el ejercicio de una verdadera democracia, para una participación activa y real del ciudadano. Los centros de información, de decisión y de ejecución están demasiado lejos de él.

Su participación se limita a que de tarde en tarde participa en unas elecciones de personas que le representen, después de una somera exposición de hechos y de intenciones por parte de los candidatos que a menudo son olvidados por éstos, después de su designación y sin que el ciudadano elector pueda controlar !a actividad legislativa o administrativa. más que de manera poco eficaz por formación de una opinión pública cuyo poder real es muy limitado y cuya eficacia es grandemente atenuada por la actuación de grupos de presión y por el control interesado de los medios de comunicación.

Esto explica la desafección o tibieza que se nota para la democracia en amplios sectores y la fuerza de los ataques a que se ve sometida por quienes pretenden implantar estructuras políticas que salvaguarden sus propios intereses políticos o económicos, o perpetuar el poder que tienen o conquistar el que aspiran tener.

La existencia de los actuales Estados, está basada en una noción de soberanía que la evolución política inexorable tiende a hacer estallar.

El egoísmo estatal, lo estamos viendo palpablemente en el Estado actual en que se encuentra la Europa en formación, pretende no ceder ninguna arte de esa soberanía a ninguna institución superior y se defiende con todas sus fuerzas contra lo que enseguida califican peyorativamente como intromisión en sus asuntos internos.

Tampoco cede nada hacia abajo. La soberanía del Estado es total indivisible e inalienable, lo abarca todo y se extiende a todo. A lo sumo suele delegar unas pequeñas partes de esa soberanía cuya amplitud y alcance son extrictamente controlados.

Contra este concepto que está hoy en crisis, se plantea otra concepción de las instituciones políticas, la federalista.

Parte el federalismo de la constatación de la existencia de entes naturales, con personalidad propia que tienen derecho al pleno desarrollo de esa personalidad que la sociedad tiene la obligación de defender y ayudar.

Todos estos entes naturales tienen soberanía propia y no delegada en su ámbito geográfico, y en el ámbito de su actividad propia y específica, no debiendo ceder a una instancia superior aquello que pueda hacer por sí mismo con eficacia y sin merma de sus obligaciones de solidaridad, sin el ejercicio de los cuales no pueden alcanzar el desarrollo de su propia personalidad.

En una democracia estas obligaciones de solidaridad se ejercen en la participación efectiva y real en instituciones políticas superiores y éstas instituciones superiores tienen a su vez la obligación de defender y ayudar esta participación.

Los Ayuntamientos e incluso los barrios, las regiones, las nacionalidades, el Estado mismo en el caso de Estado plurinacional, las instituciones supraestatales actualmente en formación, son los ámbitos en que el ciudadano ha de aportar su participación.

En este escalonamiento, los centros de información, decisión y ejecución, de que hablábamos más arriba, se acercan al ciudadano, y éste puede participar directa y personalmente, controlando permanentemente su desenvolvimiento y sintiendo la satisfación de la obra ejecutada con su propia colaboración.

Cuando partiendo, no de las consideraciones teóricas y lógicas arriba indicadas, sino de derechos de las nacionalidades que componen el Estado Español, se ha propugnado para éste una estructura federal, se ha contestado dogmáticamente por ciertos medios y ciertas personalidades que esta estructura no era aceptable en el Estado actual de desarrollo económico por que es demasiado caro.

Aunque fuera verdadero, lo que tendrían que demostrárnoslo, este argumento no sería aceptable por ser meramente materialista y porque no debe ser el dinero el determinante último de una decisión política siempre que el gasto pueda ser soportado.

Pero el hecho es que no es verdadero. Para mostrarlo basta con echar una mirada a algunos Estados estructurados federalmente: por ejemplo: Alemania y Suiza.

Discutiendo este asunto con personalidades de la República Federal Alemana, nos afirmaban rotundamente que la estructura federal existente en su país no era sensiblemente más cara que la que hubiera sido en un Estado centralista, pues en éste no hubieran existido organizaciones administrativas de Estados federados, pero sí hubiera habido que montar unas estructuras provinciales delegadas de la Administración central casi tan importantes como aquellas.

En cambio la estructura federal produce una agilidad tal que compensa y con creces lo que pudiera tener de oneroso el federalismo.

Se toman decisiones con rapidez, pues no hay que esperar a que los problemas se planteen como tales en todo el Estado, sino que son sentidos y captados inmediatamente y directamente por el Estado federado.

Las soluciones aplicadas tienen en cuenta las condiciones reales locales, y la ejecución no tiene que sujetarse a reglamentaciones generales que por serlo no se adaptan exactamente a las diferentes situaciones.

Los fracasos, si los hay, quedan limitados en su amplitud y en su costo.

Otro de los argumentos que se emplean también contra la estructura federal es el del pretendido contrasentido de que en estos momentos en que se va a unas instituciones más amplias e incluso supraestatales, se pretenda «desmembrar» las estructuras centrales hoy existentes.

Precisamente la tendencia y la necesidad de la formación de grandes bloques con el grave riesgo de masificación social, cultural y espiritual, exige la contrapartida de comunidades naturales de tamaño humano que sean garantía y ambiente de su pleno desarrollo personal, en medio de su propia cultura, de sus propias costumbres, de su propio modo de ser y de su propia concepción del hombre y del mundo.

Y efectivamente, vemos resurgir los movimientos nacionales y se puede constatar con asombro que el sentimiento nacional es en todas partes más fuerte que los de clase, los de pertenencia a corrientes políticas, a fórmulas filosóficas y culturales.

Somos pues partidarios de una estructura federal del Estado Español.

- Por imperativos de nuestra conciencia nacional.

- Por exigencia de nuestra concepción de la democracia y de la participación.

- Por la necesidad a construir un mundo más humano y adaptado a la dimensión del hombre.

- Por eficacia. Y creemos que al hacerlo no nos mueven móviles meramente egoistas, sino que propugnamos algo conveniente para todos los pueblos del Estado Español con los que hemos de convivir y a los cuales tenemos que mostrar nuestra solidaridad.

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