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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Converger hacia la democracia

Se suele decir, particularmente por quienes estamos en posiciones de izquierda, que hemos avanzado tanto en la construcción del edificio democrático gracias a nuestro solo esfuerzo y tenacidad. Concluimos, apresuradamente, que hemos llegado donde estamos por el impulso de las fuerzas democráticas, tendiendo a interpretar la expresión «democracia» según el modelo de la izquierda. Ahora bien, temo que ésto no sea exacto. Es menester un acto de crítica sobre nuestras propias posibilidades para que seamos conscientes de que hemos llegado donde hemos llegado, también por la colaboración de un grupo extenso de españoles que han asumido desde la derecha la defensa de la democracia.Si nos dejamos por un momento de abstracciones y llegamos al análisis concreto, habremos de admitir que sobre un pueblo perplejo en general, excluyendo ciertos sectores de la clase obrera y de la clase media comprometida, la consecución de la libertad actual y la apertura clara hacia un sistema democrático formal, se debe a la coincidencia de la acción miltante de la izquierda y a la acción de quienes han entendido que los intereses de la monarquía y los intereses de la clase dirigente coincidían con lo que la izquierda ha defendido hasta ahora. Venían así a converger las fuerzas democráticas en su valoración de la estructura de gobierno y en la referencia general legitimadora de las funciones del Estado. Es cierto que a estos elementos convergentes hay que añadir el desgaste propio del franquismo que, como toda dictadura, se ha Ido destruyendo según permanecía, pero el sentido común dicta y el análisis político y social refrenda, que de una dictadura hubiéramos podido pasar a otra, cambiando o disimulando sus signos externos, de no haberse producido la afortunada convergencia, que acabo de mencionar.

Presidente del Partido Socialista Popular

Un mundo implacabe.Dirección, Sidney Lumet. Guión, Paddy Chayefsky. Intérpretes: Faye Dunaway, William Holden, Peter Finch, Robert Duvall. EEUU. Dramático. 1976. Local de estreno: Cid Campeador y California

Gracias a este proceso convergente y no sólo paralelo como en un principio parecía ser, se han conseguido superar los dos grandes peligros que acechaban al desarrollo del proceso democrático: de una parte que un sector del Estado pudiera alzarse contra el propio Estado, de otra que la violencia social se desencadenase por provocaciones sucesivas cada vez de mayor intensidad, produciendo algo semejante al terror comunitario y sin fronteras cuyo modelo más claro es el de Argentina. Por fortuna, repito, estos dos peligros se han rebasado y aunque no se puede excluir nunca su posibilidad, creo, que no es exagerado decir que son pocas las probabilidades de que puedan repetirse y triunfar.

Estamos pues en un momento en que cualquier actitud que rompiese la convergencia que actúa en favor de la democracia, podría significar la pérdida por ahora, quizás un ahora largo, de nuestra única posibilidad de alcanzar la primera fase institucionalizada de la democracia en nuestro país. Me parece que es necesario hablar con claridad y que se comprenda que es éste uno de los grandes peligros nuevos que nos están acechando, que gentes de uno u otro signo político, de buena intención, pero sin entrenamiento alguno para la conflictividad normal en una situación como la nuestra, no entiendan que la convergencia debe continuar. Las derechas y las izquierdas, hemos de encontrarnos en un terreno común tratamos y con el respeto necesario para que vivir en común no equivalga a hostilizarse en común. Cuando la democracia esté lograda y las opciones se ofrezcan como aptas para la selección y la decisión, podremos contender las fuerzas políticas y entrar en una situación en la que la convergencia pueda sustiuirse por relaciones paralelas entre los distintos sectores políticos, pero, hoy por hoy, esto sería una gravísima equivocación por parte de todos. Parece que han acabado por entenderlo así los partidos de la izquierda y que ese sentido tiene que hayan pedido, casi sin excepción, entrar en la legalidad.

Se vencemos, como parece, el peligro de destruir la necesaria convergencia para llegar a la primera fase democrática, nos queda un segundo peligro respecto del cual también quiero decir algo.

En todo el mundo occidental se está produciendo, por razones que se han expuesto y discutido mil veces, la tendencia a que el ciudadano pierda la responsabilidad respecto de la sociedad y el Estado. En Europa el peligro es muy claro, concretamente en Italia es amenazador, y entre nosotros empieza a serio por la ayuda que presta el mencionado hecho común, que haga tan poco tiempo que nos hemos quitado de encima la losa de la dictadura.

Los Estados se debilitan respecto de ciudadanos que con mentalidad pequeño-burguesa quieren gozar cada vez de mayor independencia, bienestar y ocio, rebasando los límites que impone la necesidad de mantener estructuras comunes que satisfagan exigencias comunes. El Estado se perfila como extraño a la sociedad si se considera la indiferencia cada vez mayor del ciudadano respecto de los intereses comunes, y el desarrollo de la capacidad analítica y anticipadora que hace que el Estado resulte arcaico respecto de una sociedad cuya dinámica es cada vez más irracional y menos coherente. Por otra parte, estructuras de poder que actúen rigurosamente ordenando la administración y decidiendo sobre los problemas comunes económicos, son cada vez más necesarias. En esta disyuntiva las instituciones políticas y sociales tienden a resquebrajarse y se corre el peligro del escepticismo general, del «sálvese quien pueda» y de la brutalidad complementaria o sustitutiva de la ausencia de entusiasmos y responsabilidades.

Insisto que esto es a mi juicio uno de los mayores peligros que corremos: que la desintegración siga aumentando por la ausencia de responsabilidad respecto del trabajo y la indiferencia respecto de las necesidades comunes siempre que satisfagamos las propias, aunque sea a medias.

El peligro general nos amenaza a los españoles de modo muy directo y para eludirlo o detenerlo se necesitan ideas claras, proyectos claros, energía y una actividad cultural ordenada en proporción, de cantidad y cualidad semejantes, al peligro de desintegración que acecha. Para conseguirlo es necesario no sólo que logremos la democracia de un modo convergente, sino que nos sostengamos en la idea de que renovar institucionalmente nuestro país exige tiempo y sosiego en la calle y en el Parlamento. No creo que pueda llamarse hoy progresista a quien no entiende que el camino ha de iniciarse así.

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