El viaje real ha reforzado los lazos hispano-árabes
Los reyes don Juan Carlos y doña Sofía llegaron a las tres de la tarde de ayer al aeropuerto de Madrid-Barajas procedentes de Jordania, última etapa de su visita oficial a Oriente Próximo de una semana de duración. Los Monarcas fueron recibidos al pie del avión por el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez; el de las Cortes y del Consejo del Reino, Torcuato Fernández-Miranda; el ministro del Aire, teniente general Carlos Franco, y otras personalidades. Tras escuchar el himno nacional y pasar revista a las tropas del Ejército del Aire que le rindieron honores, don Juan Carlos saludó a los miembros del Gobierno, primeras autoridades madrileñas y embajadores árabes acreditados en Madrid. Seguidamente, y en compañía de sus tres hijos -el príncipe Felipe y las infantas Elena y Cristina-, los Reyes abandonaron el aeropuerto en los helicópteros reales hacia su residencia del palacio de La Zarzuela.
ENVIADO ESPECIAL, Con la llegada a Madrid, a primera hora de la tarde de ayer, de los Reyes de España, que fueron despedidos en el aeropuerto de Amman por el rey Hussein de Jordania, finalizó el viaje de los Soberanos españoles a dos de los países de Oriente Próximo que proyectaban visitar. A falta de que el proyecto se complete con el viaje real a Arabia Saudita y a Kuwait, la presencia de don Juan Carlos y doña Sofía en esta zona, junto a la actividad desplegada por el ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, se inscribe en un propósito de relanzamiento de la política exterior española respecto al mundo árabe, partiendo de la situación heredada del franquismo, e intentando obtener la máxima rentabilidad política y económica de ella.Ni del comunicado conjunto emitido al término de la visita a Egipto ni del que se hizo público ayer como consecuencia del viaje real a Jordania, se deducen datos suficientes sobre la estrategia que pretende en su conjunto España en esta zona. Del reforzamiento de los lazos entre España y el mundo árabe parece, sin duda, que España quiere obtener una posición internacional de protagonismo que, de alguna manera, beneficie sus aspiraciones en zonas hasta ahora menos propicias, como la Comunidad Económica Europea.
La situación española, como, intermediario o portavoz del mundo árabe en la Europa occidental y democrática, aparece tras este viaje como un proyecto atractivo para los intereses españoles. A esto hay que unir el momento tecnológico español, cuyo grado de desarrollo es suficientemente alto para que pueda ser exportado a estos países, y suficientemente elemental para que pueda ser entendido por sus técnicos.
Existen, por ejemplo, grandes posibilidades de que España elabore un modelo matemático para la más racional explotación y programación de inversión de unos setecientos millones de pesetas para astilleros en Port Said, si se acepta el proyecto español.
El 1 de abril llegará a Egipto una comisión de técnicos encargada de realizar un primer estudio sobre las inversiones en el canal.
El tema que plantea en seguida la inversión tecnológica en estos países, especialmente en Egipto, cuyo grado de desarrollo, no cabe calificar ni de incipiente, es la financiación. Y en este sentido, la utilidad de la visita española a la zona reside en que se han previsto, en el marco de una colaboración hispano-árabe multilateral, fórmulas de financiación mediante las que terceros países participen en los proyectos económicos convenidos entre otros dos.
En el aspecto político, observadores experimentados advierten de los peligros de entrar en un «callejón de difícil salida» si España acentúa su política pro árabe en detrimento del principio de universalidad en nuestras relaciones internacionales. El temor a que el reconocimiento de Israel pudiera originar la ruptura de relaciones por parte de varios países árabes, sólo podrá llevar, si el aumento del compromiso español con los árabes se acrecienta -aunque sólo sea a nivel de opinión pública, sin compromisos diplomáticos con creto- a que en el momento en que la realidad se imponga y España reconozca a Israel, sean varios más los países árabes que rompan con España.
Puede pensarse que, para entonces, los lazos económicos entre España y el mundo árabe serán tan fuertes que la ruptura no podrá producirse. Este podría ser uno de los objetivos del viaje que acaba de finalizar, pero no hay que olvidar que los árabes están extraordinariamente sensibilizados con el tema palestino, y cualquier infidelidad por parte de sus consanguíneos españoles la acusarían como una bofetada y les llevaría a romper la baraja.
En definitiva, el viaje real a Egipto y Jordania, que acentuará la colaboración económica y sobre cuyas consecuencias políticas a medio plazo existe disparidad de opiniones, ha tenido un claro resultado positivo: el intercambio de puntos de vista y el conocimiento español, al más alto nivel, de la realidad en esta importante zona del mundo. Algunos problemas menores en la organización del viaje, especialmente en lo que se refiere a las varias lagunas informativas que se han producido a lo largo del mismo, parece que van a subsanarse en el futuro, porque el propio ministro de Asuntos Exteriores ha prometido tomar cartas en el asunto. Todos saldremos ganando.
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