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Debate nacional para la conquista de un poder municipal

ENVIADO ESPECIAL, Antes la política se hacía con ideas, ahora se hace con vedettes. Veinticuatro horas antes de que se abran los colegios electorales en Francia, a derecha e izquierda sigue la larga letanía de reproches. Para unos, las municipales han demostrado, una vez más, hasta qué punto la polarización política en Francia constituye un hecho indiscutible. Para otros, hasta: qué punto también la unión de la mayoría o de la izquierda resulta difícil de lograr; y, por último, cómo cualquier variación, por insignificante que parezca ahora, tendrá consecuencias decisivas sobre la vida cotidiana de los franceses.Todo es política, hasta un vaso de agua. Depende de si el agua está o no contaminada, decía ayer el ministro de Justicia, Jean Lecanuet, emulando en sus propósitos a los candidatos ecologistas.

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Muchos de los que se escandalizan ahora con la politización de la campaña ocultan en la manga algunas bazas. Desde 1971, las elecciones comunales en Francia han ido potenciando su contenido político, y ello depende no sólo de las especiales características de la actualidad francesa en estos momentos, sino -y sobre todo- de la, trascendencia de estas elecciones. Los consejos municipales deben intervenir en las elecciones de senadores; gracias a la descentralización, el poder financiero de los municipios aumentó considerablemente en los últimos tiempos, y por último, la prueba electoral de mañana constituye un test, para la mayoría en el poder, y para la izquierda en la oposición, un año antes de las elecciones legislativas. Tres razones poderosas para politizar los comicios municipales; y que, por supuesto, nada tienen que ver con los caprichosos designios de los demagogos, o las arbitrariedades de las vedettes.

La verdad es que las grandes cuestiones nacionales (colectivismo o libre empresa, nacionalizaciones, Seguridad Social, inflación, paro, etcétera) tuvieron prioridad en el debate electoral sobre las pequeñas cuestiones cotidianas, sobre todo en París. La gente de la calle reprocha a las altas instancias burocráticas de los partidos haber dejado a un lado los problemas de todos los días (contaminación, lucha antiatómica, ocio, infraestructura sanitaria o viaria, etcétera), para lanzarse a la defensa o al ataque de los grandes asuntos. Estás batallas de gran envergadura han terminado convirtiéndose en una riña de campanario. A la señora Francois Girclud se le reprocha no tener un acreditado pedigrée de resistente, de modo que la ex directora de L'Express ha tenido que echar mano de sus condecoraciones y de sus compagnons para demostrar sus virtudes patrióticas. El señor Sarre, candidato socialista a la alcaldía de París, le dijo al señor Chirac el otro día, en plena discusión democrática, que era un fascista. Y así, hasta el infinito. Las vedettes de la política no ahorran epítetos a sus adversarios. Pero hay miles de jóvenes, amas de casa, obreros y campesinos que se desinteresan o se inhiben de este psicodrama nacional.

Sondeos favorables para todos

Esta mayoría inhibida podría ser la gran sorpresa de las votaciones de mañana y del próximo domingo, aunque la abstención no parece que vaya a ser espectacular, según las encuestas más recientes y fiables, que son pocas. Una enconada guerra estadística se está produciendo todavía entre los diarios y revistas, que publican a bombo y platillo «los últimos resultados de los sondeos», avalados por institutos de opinión pública, privados en su gran mayoría. Según estos sondeos, todos (derecha, izquierda, centro y ecologistas) van a ganar. Dado que sobre el elector los resultados de estos muestreos pueden tener cierta influencia, ya se han elevado las primeras voces pidiendo que se supriman, aunque otros argumentan que, como los bikinis, estas cifras descubren todo, menos lo más importante.

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