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Las mujeres y el sacerdocio

«Una vez se ha visto obligado Pablo VI a publicar un documento contra corriente de ciertas tendencias de nuestro siglo. Sabe muy bien al hacerlo que, una vez más, será incomprendido; que se levantarán contra él y contra la Iglesia acusaciones de antifeminismo, de discriminación, de «no estar al día en los avances de la antropología ». Sabe -y dice expresamente- que esta declaración «posiblemente sea dolorosa», pero también que «su valor posítivo aparecerá a la larga, dado que podría ayudar a profundizar más la misión respectiva del hombre y de la mujer».( ... )Por lo demás, la declaración no hace otra cosa que reafirmar y recordar la que ha sido y es doctrina invariable de la Iglesia. Doctrina que la Iglesia no se inventa y que no impone el Papa: pues no es que la Iglesia cierre a las mujeres el ministerio sacerdotal, es que «no puede» abrirlo si quiere ser Fiel a una elección decidida por Cristo.

Frente a ella se alzan hoy quienes hablan de los derechos de la mujer. El planteamiento sólo demuestra ignorancia teológica. Ni el varón ni la mujer tienen derecho al sacerdocio. Es éste un don que Cristo concede a quien quiere y como quiere y del que la Iglesia es sólo administradora.

Y no se hable de discriminación. La Iglesia reconoce y quiere promover cada vez más en su seno una verdadera igualdad entre varones y mujeres. Pero la igualdad de derechos no puede confundirse con la identidad de funciones. ¿Discrimina al varón el no poder alcanzar la maternidad y a la mujer el no poseer la paternidad?

Por otro lado, reducir las aspiraciones de la mujer en la Iglesia a una posibilidad de ordenación sacerdotal es en realidad, recortar el papel de la mujer y desconocer el ministerio de la Iglesia. E incurrir en un lamentable clericalismo. (...)»

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