¿Qué separatismo?
Ramón Trías Fargas, dentro de la serie de artículos que está dedicado a las inquietudes que vive Cataluña, subraya hoy el equívoco de quienes sostienen que el separatismo está profundamente arraigado en aquella región.
1. Creo y afirmo que Cataluña quiere contribuir.al engrandecimiento de España, para con ello fortalecer una futura Europa digna, fuerte y justa. Y ahora pregunto: ¿Son estos los destructivos pensamientos de un conspirador separatista? ¿Son éstas siquiera menguadas ilusiones de un provinciano? Pues bien, insisto que en este estado de ánimo le sorprenden a uno muy dolorosamente las repetidas e inesperadas acusaciones de separatismo. ¿Por qué se pronuncian? ¿Porque queremos con amor sin límites a Cataluña? No me parecería que ello fuera ni justo ni prudente. Sobre todo cuando se trata con un pueblo como el catalán que es mesurado siempre, menos en los momentos realmente cruciales de su historia.2. Hay muchos amigos míos de fuera del Principado, que me conocen bien y saben que soy sincero. Pero ni siquiera ellos quieren ser convencidos. «¿Qué significa un caso tan singular -me dicen- como el tuyo? Es una gota de agua en un mar separatista». Claro que esta duda sólo la pueden aclarar unas elecciones libres, cuyo advenimiento espero que estos amigos propicien. De momento yo sé lo que quiero. Federalismo, incluyendo a Portugal, y ni un paso más. Autonomía estatutaria, mientras se llega rápidamente al mismo. Y fórmulas especiales y concretas muy elaboradas en el plazo muy corto. Y esto último sólo porque hay cosas que no admiten la espera mínima que imponen soluciones más perfectas. Cada año que pasa sin enseñanza en catalán, por ejemplo, es una pérdida irreparable para la juventud catalana. Mi propuesta gustará o no, pero no es para rasgarse las vestiduras. La puede hacer cualquier español. Precisamente porque no somos separatistas tenemos derecho a hablar tan claro como cualquiera y tenemos derecho a ser oídos como todo el mundo. Si hemos de formar parte de España recabamos el derecho a influir sobre su configuración actual y futura. Yo sé que estas ideas mías no me corresponden en exclusiva. En Cataluña las comparten muchos. Mientras las elecciones nos dicen cuántos, qpiero recordar algunos casos que marcan.
Juan Maragall, poeta catalán y catalanista, no tuvo empacho en gritar el año 1908: «¿Españoles? ¡Sí! Más que vosotros». Pero, cuidado, que no se trataba de la España de Romero Robledo, ni de la «marcha de Cádiz», ni de tantas otras cosas que sabemos.
Quince años más tarde, Francisco Cambó decía: «Mi convencimiento es que la solución del pleito cataláii ha de buscarse dentro de España y por vías de concordia».
En 1932 Rafael Campalans, socialista y catalanista, escribe un libro que titula significatívamente: Hacia la España de todos. Y en un momento dado proclama: «El separatismo -traduzco- entendido como finalidad última, es una cosa monstruosa, porque es inhumano».
Pero donde esa veta integradora de la política catalanista se manifiesta más claramente es en Enrique Prat de la Riba, padre del nacionalismo catalán moderno. Concibe a una Cataluña regenerada trabajando para reunir a todos los pueblos desde Lisboa al Ródano, dentro de un solo Estado español expansionado. Y de esta forma, soñaba, la nueva Iberia podrá intervenir activarriente en el gobierno del mundo. Una visión de imperio, grande, distinta e imposible. Pero una visión opuesta a toda idea separatista o disgregadora. Se concibe en ella a Cataluña como el motor de una España renovada y grande. Este es un planteamiento constante en Cataluña. Seis siglos antes de que naciera el nacionalista Prat de la Riba, Jaime I el Conquistador ponía su política de reconquista al servicio de un ideal español, afirmando textualmente: «Todo lo que No hacemos es ante todo al servicio de Dios y después para salvar a España». ¿Separatistas esos hombres? Permitan que lo dude.
3. Quedamos en que mientras no se demuestre lo contrario, Cataluña no es separatista. Y quedamos también en que, muy concretamente, yo no soy separatista. Y dejo constancia, asimismo, de que considero ofensivo que se me ponga en duda a este respecto, no tanto por lo de separar como por lo de mentir. Y más me duele esta ofensa gratuita si pienso, como no puedo dejar de hacerlo, que muchas veces los que la profieren no se angustian tanto por la grandeza de España que ellos han contribuido a disminuir, ni tampoco por la defensa general de sus respectivas regiones, que tienen abandonadas. Piensan en un centralismo que ellos saben manipular desde Madrid y que les permite controlar sus lugares de origen y sus intereses particulares en un alarde caciquil, que es en España más viejo que el tiempo. Nadie tiene derecho a acusar a nadie de lo que no es. Pero menos que nadie el que acusa de lo más para desacreditar lo menos. No es legítimo, políticamente, hablar de que todo es separatismo para impedir -implicando traición- que se hable de federalismo, de autonomía e incluso de descentralización.
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