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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Antonio María de Oriol

Hace un mes que Antonio María de Oriol está ausente de los suyos y de los no suyos, de todos. Acabo de hacer un viaje a un país lejano y muy ajeno, si se puede decir así, de España. La única pregunta sobre España era siempre la misma: ¿Tiene usted alguna noticia del pobre señor Oriol?, ¿cuándo cree usted que lo liberarán?Antonio Oriol vive, gracias a Dios, pero está fuera de la vida. Lo de menos es que las condiciones materiales de ella puedan ser duras y en cualquier caso inhumanas, porque el secuestro, todo secuestro, sea cualquiera su móvil, es inhumano. El tiene reservas espirituales para soportar y sobrellevar e incluso sublimar, esas incomodidades, porque una cárcel, que es donde está Antonio, es el lugar donde toda incomodidad tiene su asiento. Tampoco el riesgo mismo de la vida, que parece alejado, quebrantará su espíritu. Esto lo sabemos bien los que le conocemos. Ni le falta espíritu ni le falta valor físico para afrontar esa situación límite en la que está viviendo, si es que se puede llamar vida a una forma de ella que es su negación.

Yo pienso sobre todo en lo que estará pensando y repensando Antonio, en las largas, interminables horas de su cautiverio. A qué hondura habrá llegado buceando en la soledad de su propia conciencia, reviviendo, en esa desolación en que vive, todo el proceso de su vida en libertad y en normalidad con los suyos y para los suyos y para su país.

Pero pienso sobre todo en ese encuentro dramático con sus secuestradores. Dramático, no por lo que tenga en sí el hecho del secuestro, sino por ese contacto en que dos mundos tan lejanos y más que enfrentados, tan recíprocamente ignorantes y ajenos el uno del otro, como puedan ser el tradicionalismo y la profunda religiosidad de Antonio Oriol y la concepción ácrata y atea de la vida.

Porque habrán hablado y hablarán largamente, pienso dado el tiempo transcurrido. Y hablando no, siempre se entiende la gente pero se acortan las distancias y se establece una relación, un diálogo, que antes de ese encuentro, era impensable.

Los anarquistas -o lo que sean- habrán descubierto el ser humano que subyace cuando se traspasan con la convivencia los prejuicios, las negatividades, o simplemente el odio , con que revestimos a los que consideramos, nuestros enemigos. Habrán descubierto la bondad, la hombría de bien del ser humano que se llama Antonio Oriol; su presencia de ánimo, su integridad, su desconocimiento de cualquier forma de cobardía. Todo ello en tanto esté en posesión plena de su conciencia. Este, a su vez, si es que ese diálogo se ha producido con un mínimo de sinceridad y espontaneidad, habrá también establecido con sus secuestradores una relación más humana de la que la violencia y la injusticia del secuestro, le hubieran podido hacer sospechar después de los primeros terribles momentos.

Yo no voy a condenar el secuestro de Antonio Oriol, porque un secuestro es algo que se condena por sí mismo. Lo considero como la forma de violencia y de coacción más terrible e inhumana contra la libertad y la dignidad de la persona, del ser humano, sea cualquiera su nombre, su posición, su más o su menos. Ninguna doctrina política que quiera seguir mereciendo ese nombre puede traspasar los límites infranqueables que separan cualquier pensamiento político del terrorismo.

España está abriéndose paso, aceleradamente a la libertad y a la democracia. Esto no lo pueden negar ni desconocer los secuestradores de Antonio Oriol. Un diálogo profundo entre los españoles se está restableciendo como presupuesto de la convivencia que Dios quiera que llegue finalmente a reinar en una España, convertida ya en Reino. Todo lo que se haga contra esa incipiente convivencia, es terrible.

A un Gobierno no se le puede emplazar. Pero un Gobierno es mucho más consciente y mucho más sensible a las corrientes de opinión y a la realidad de los problemas, y más y especialmente de esta clase de problemas, de lo que la gente. pueda pensar. Lo digo porque me consta así.

Si los secuestradores de Antonio Oriol dejaran de serlo por voluntad y decisión propias, habrán dado una medida humana mucho más espectacular y ejemplar que esa. retención «sine die» de un hombre inocente de las demandas que ahora están en juego.

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