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El poder

El Poder, en el sentido cuasimetafísico de la autoafirmación, sin límites, del hombre -mito de Prometeo, mito fáustico-, el de la aspiración infinita que no admite nada ni nadie que acatar, es, no sé si para bien o para mal, característica esencial de la humanidad occidental. El hombre de Occidente ha luchado cuerpo a cuerpo contra el Dios personal todopoderoso y, tras someter a orden racionalizado y humanístico su potentia absoluta, en nombre de esa misma radicalizada razón negó -o trivializó, lo que todavía es peor- su existencia. Sin embargo, de manera sutil, lo divino persistía en el mundo como difusa experiencia que resulta a la vez demasiado filosofante y demasiado tosco llamar panteista. Hasta que el «desencantamiento» del mundo, operación tan «a-tea», por lo menos, como la destrucción del Dios personal, acabó con aquella experiencia, inmediatamente vivida, de la naturaleza. Y ésta quedó reducida a inmensa cantera, mina o depósito de «materiales» de la inmensa factoría que, a bocamina, se ha montado, merced al poder de la ciencia moderna o tecnociencia, para su explotación.No es mi propósito abordar hoy -otro día quizá sí- esta tremenda problemática de la voluntad humana de ejercicio de un poder cósmico y, dentro de ella, la lucha mundial -USA, URSS- por el dominio no ya de la Tierra sino del mundo entero. Y si la evoco es para insertar aquello de lo que quiero hablar, el magro poder político ejercitable dentro del Estado español, en el marco general dentro del cual se inscribe como minúscula, archimediatizada, porciúncula de poder. Pues en efecto, no ya de poder cósmico. ni siquiera, en su sentido propio. de poder sublunar se trata: sólo del de tejas abajo de la península, y del dominio -delegado- por el hombre español, del hombre español.

Política es, en sentido primario la organización social de la convivencia. Organización que a todos nos incumbe, pues todos somos «políticos», es decir, seres sociales. La mejor organización política consiste en la democracia que, en cuanto gobierno del pueblo por él mismo, suprimiría toda dominación de los gobernantes sobre los gobernados. La democracia, literalmente entendida, es un ideal. No la tenemos ni la tendremos. Debemos, sin embargo, luchar incesantemente por ella, acercarnos más y más a ella. ¿Cómo? Fomentando la participación en el poder a todos los niveles, y suscitanto la representatividad -una representatividad estrictamente funcional- en todas las instancias, no, solamente en la considerada, por antonomasia. política. La vida entera, desde la estructura familiar y la vecinal, hasta la militar y la eclesiástica es, en cierto modo, política, y debe ser, en lo posible, democrática. Pero en otro sentido, el de la hipóstasis o sustantivación de una clase política y, sobre todo, de una estructura de poder, nada menos democrático que lo uno y lo otro. Veámoslo. Empecemos por el comportamiento específicamente político. Parece un mal inevitable el de que unos hombres terminen dedicándose profesionalmente a la política. (Pero cuando menos, es exigible que antes -y deseablemente, después- hayan tenido una profesión conocida, y que no hayan vivido toda la vida del cuento político). Son los hombres que se especializan en la maniobra y la estrategia, en la bien dosificada mezcla de razón instrumental o cálculo político y de prestigio, glamour y capacidad de suscitación de un atractivo personal, todo lo cual, hay que decirlo, tiene poco que ver con el ejercicio personal. comunal e intransferible de la democracia. Como el personal de la «clase política», forman la plana mayor de los partidos. Los partidos políticos son imprescindibles, pues constituyen al nivel político más alto, el medio de «organización» de la democracia. Pero a la vez, constituyen un peligro para la democracia: el de su conversión en aparatos de poder, en fines en sí, y, confesadamente como el mejicano PRI, o no, en partidos -revolucionarios o contrarrevolucionarios, conservadores o liberalizadores- institucionales. Estos partidos, cuando suben al poder, superponen su aparato al del Estado; y mientras permanecen en la Oposición, están opositando a esa superposición que, si se observan las reglas del juego, terminan por lograr, total o parcialmente. El partido en el poder convierte su propio comité ejecutivo en poder ejecutivo, en Gobierno.

En cuanto a la estructura de poder evidentemente, en ningún Estado es democrática. Y no por el hecho de que disponga lo que es necesario en todo Estado moderno de un funcionariado administrativo competentemente acreditado. Ahora bien puede montarse. es el caso de la URSS en su forma-actual, una estructura de poder directamente estatal, como emanación tecnoburocrática del partido. O bien, es el caso de USA. la estructura del poder real. es decir, el sistema industrial-multinacional, puede mantenerse formalmente sepa rada del poder presidencial. Tanto en uno como en otro caso, y en todos los intermedios, se trata de una estructura impersonal o, mejor dicho transpersonal de poder. Por lo mismo, la más difícil de combatir, no digamos de destruir. ¿Cómo luchar entonces? A través de un constante esfuerzo de desmitologización y denuncia de esa sustantivación despersonalizada del poder: y a través de una constante demanda de mera funcionalización de sus ejecutores: que el Estado como Administración, el Gobierno, los partidos y la clase política, en vez de constituir aparatos cerrados sobre sí, sean un sistema de comunicación del pueblo mismo, organizado en populus, y no atomizado, plebs, masa. Pero viniendo ya muy concretamente a la España de aquí y de ahora, yo diría que la, «democracia» invocada por el Gobierno, aquella en nombre de la cual ha ganado el referéndum es, probablemente sin plena conciencia -es más fácil dejar el uniforme que la piel-, residualmente, fascista. Campaña dirigida a la «gente», al individuo aislado ante su televisor, no al pueblo organizado en vecindario. sindicatos laborales y universitarios, asociaciones profesionales y culturales. partidos políticos y también grupos o clubs de pensamiento político. El presidente del Gobierno y su propaganda han hablado -y de hecho sólo ellos han hablado- por la TV a todos los españíoles. Apenas unos cientos de miles han tenido acceso a la prensa democrática. La libertad de prensa es un lujo que el Gobierno puede permitirse sin demasiado riesgo.

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El ensayo, no hay duda. ha dado buen resultado. A los efectos electorales se ha visto que puede lanzarse al mercado político todo un equipo de «múltiples» -poco artísticos. es verdad- presidenciales que. -racias a esta democracia de la TV. no será difícil que obtengan el triunfo. En otras ocasiones he hecho ver que la franquista «democracia orgánica» que por supuesto, no era democrática. tampoco tenía de «orgánica» u organizada más que el nombre. Si los españoles no lo remediamos, aquélla a la que vamos, ni el nombre tendrá: poder -delegado- personal acumulado cada vez más en la Presidencia del Gobierno, aparato estatal con su monopolio publiciatrio, y, abajo, masa desorganizada. Pero. eso sí, será directa: todos los españoles veremos y oiremos a los gobernantes antes y después de haberles votado. Todo el poder por la TV para el Gobierno. Los regímenes evolucionan, la U RSS, desde Stalin, España, desde Franco. La auténtica democracia es un sistema omnidireccional de comunicación. Nuestra «democracia», el monopolio, unidireccional de la comunicación.

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