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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La dificultad de ser patriota

Aconseja Karl Kraus releer a todos los escritores, a los buenos y a los malos. A los primeros, para hacerles justicia, a los segundos, para desemascararlos. Encarezco esta vez la relectura con cita del gran catador vienés, habiéndolo hecho otras simplemente a capella. Frente a la avalancha de la oferta pseudocultural de nuestra sociedad de consumo, estimo que volver a- abrir las páginas de un libro que, por ya leído, no nos procura información novedosa, utilitaria, equivale a tomar la distancia precisa para llegar a distinguir en, lo que se lee «las voces de los ecos». Y me apresuro, por cierto, a ejercer la primera distinción: la relectura en cuanto profundización, esto es, progreso del acervo cultural, poco tiene que ver con el montaje de revivals, tan de moda ahora por nuestros pagos editoriales, y hasta es probable que resulte opuesta a semejante procedimiento, con el cual, para suplir carencias en mi maginación distribuidora, se disfraza de actual lo que si bueno, ha sido siempre actual y lo seguirá siendo, y si malo o nada más que mediocre más valiera dejarlo en el limbo de los anaqueles, de los catálogos de los diccionarios.El mejor estímulo para releer a Thomas Mann, percatándonos al hacerlo de que su experiencia ilustra nuestras vicisitudes presentes. es adentrarse en las páginas. breves y tupidas, de Los orígenes de una novela. Las publicó su autor en 1949, dos años después dé que viese la luz la novela. Doctor Fausto, a cuya génesis se refieren. E igual que dicha novela -lamento a la par que, improperio por todo un mundo que se derrumba- constituye la cifra máxima y final de la ventura creadora de Mann, resulta este diario de su producción un verdadero manual en el sentido de repetición viva, de una problemática tan múltiple y tan unitaria, tan integradora de hechos nuevos y tan fiel a su punto de arranque como lo es la del premio Nobel de 1929.

Thomas Mann:

Los orígenes del doctor FaustusAlianza Tres, 1976.

He empleado adrede el término producción (y que sea el lector quien lo entienda o no con armónicos a lo Macherey). Y lo he hecho porque en este diario acredita Mann su virtud en aunar la espontaneidad de la inspiración, cuyos datos sólo pueden fijarse a medias y oscuramente, y el acarreo meticuloso, tenaz, conscientísimo de subsidia, de materiales que fundir en el aliento creativo. Búsqueda de in formación y vivencia, en la música, en la teología, en la medicina, en el alemán antiguo, en Lutero, en Nietzsche, en Shakespeare preceden a la redacción de cada capítulo de Doctor Fausto. Los consultores reclamados para cada caso son siempre nombres ilustres de aquella emigración alemana que la Francia de los primerísimos años treinta no supo retener y sin la cual no hubiese alcanzado la Universidad estadounidense de la posguerra cotas tan altas de originalidad y universalidad: Schönberg, Tillich, Adorno, Walter, Werfel. Frank, Neumann, Klemperer, Feuchtwanger y un nutrido etcétera. El gusto de Mann está en todas estas indagaciones dotado de una selectividad que adelanta lo que más tarde se pondrá justa mente de moda. Valgan estos ejemplos: su atención a Shakespeare se centra en los Sonetos; lee «impresionado y, como alemán, algo avergonzado». las novelas, una tras otra de Conrad, y entre múltiples consideraciones musicales del a caer la siguiente: «Después de Purcell. nada queda de refinado».

En sus cuadernos del exilio acusa Brecht a la tetralogía sobre José, cuya última novela entrega Mann en 1943, de ser una «enciclopedia del hortera». Al lector del diario que comentamos le asaltará, si no conoce Doctor Fausto, la sospecha de que tras tanto preparativo el resultado sea también, ya que no hortera, por lo menos pedantesco, enciclopédico. Sospecha que se redoblaría al leer en el diario que, avanzado ya el proyect de la novela, «falta casi campletamente la composición de figuras humanas del libro». Y, sin embargo, la vida colma las mil y pitó de páginas en que un «amigo» (parodia de Mann) narra la historia alemana del compositor Leverkühn (en -el que hay de Mann «más de lo que pudiera creerse»). Vida, además, en un sentido especialmente reduplicativo, porque no se enfrenta sólo con la muerte, sino con ese poder diabólico que consiste en el «supremo enfriamiento». La oposición vida-muerte tiene en Doctor Fausto un trasfondo que la alivia, puesto que son mucho más exterminadores los efectos de la oposición vida-imposibilidad de amar que es la que impone la conversación con el infierno. Y no es un azar que en el diario de la novela la oposición, de estirpe nietzscheana, entre literatura y vida ceda en tensión. No sólo en fechas estamos aquí lejos de aquella queja de Tonio Kröger (1903): «... estoy mortalmente cansado de exponer lo humano sin tener nunca parte en ello ». Así como en Doctor Fausto la catástrofe es más devoradora que en cualquier otra obra de su autor, en el diario de su escritura campea algo así como una reconciliación con el final nada parecida al olimpismo contradictorio, atormentado de tantos otros personajes mannianos. La vida no se opone a la literatura cuando ésta se fragua en cámaras aún más letales que la de la muerte misma.

Las dificultades que Mann tuvo para ser patriota desde la implantación del poder nazi en Alemania están abundante mente consignadas en el diario. Es aleccionador que la ruptura con los camisas pardas, tras la cual comienza el exilio, la consume el novelista con un acto cultural: su conferencia sobre Wagner, en 1933, en la que entorpece la utilización desaforadamente nacionalista que del gran músico hicieron el pintor de brocha gorda y sus secuaces. Ya en el exilio denuncia antes que otros los juegos impotentes de la burguesía confiando en los nazis su defensa contra el socialismo. La «emigración interna» alemana, la de los supervivientes, le resulta en general sospechosa. Hubiese compartido, según él, «honradamente» el destino de Alemania aunque Hitler siguiera en el poder. Tras la muerte de Roosevett, con el paneuropeísmo de Churchill, protesta contra la intención de rearmar a Alemania frente a Rusia. En 1952 vuelve a Europa definitivamente, pero Fija su residencia en Suiza, «el país donde se dice en alemán lo que es agradablemente contrario al carácter alemán». «La voluntad es el destino» escribió también. Tal vez por eso le sobrecogió la muerte, en 1955 cuando pensaba escribir una novela sobre Erasmo, una novela europea.

Lamento tener que añadir que la traducción que publica Alianza Tres es delictiva. Como no soy Fiscal renuncio a aportar pruebas.

Por un error técnico, el presente artículo de Jesús Aguirre apareció ayer seriamente mutilado en nuestra sección de libros. Lo reproducimos íntegro hoy a fin de enmendar el error.

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