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Tribuna:
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Dos ideas de la política

La «apatía política», por más que Lipset y otros la interpretasen como un síntoma de confianza en las instituciones, durante la época en la que se hablaba del «fin de las ideologías», hoy es ya considerada por todos como una grave mutilación. Pero eso no obsta a que el actual politicismo, explicable por la circunstancia actual de difícil paso de la predemocracia a la democracia, sea para muchos de nosotros muy poco excitante. El espectáculo a que asistimos, de lucha primaria por el poder y yo diría que de etología del animal humano, de logro de un dominio «territorial» -Fraga es quien más elementalmente representa tal actitud-, exceptuados los protagonistas y sus secuaces, sólo puede interesar al hombre medio por transferencia de la pasión futbolística al combate político, pues, en efecto, y como se ha dicho recientemente, de un «duelo político», mucho más que de la suscitación de una verdadera conciencia política se trata. Por ello las tomas de posición y la corrección de posiciones, el deslizamiento de unas a otras, el acercamiento o alejamiento entre los distintos jugadores -es decir, los marcajes y desmarcajes-, a los que no tomamos parte en el juego nos aburren. Y, por otro lado, todavía menos serio, el afán de figurar, de pasar de tercera a segunda división -a más no se puede aspirar-, de merecer la consideración de «personaje político», de hacer declaraciones que a nadie importan ni objetivamente representan nada, nos hace reír.Creo que somos muchos los casi tan alejados del frenesí político como de la apatía política; quienes, por vivir la política íntimamente unida a una moral democrática, al cambio estructural y a la izquierda cultural, permanecemos indiferentes ante las «maniobras» y el forcejeo políticos; los que tenemos el convencimiento de que el sueño de esos políticos a título individual o, con optimismo, de una peña de amigos, consiste en llegar a formar parte del Establishment, del sistema establecido, objetivo que, de algún modo, y gracias a que se habla tanto de ellos en los periódicos, ya lo van consiguiendo. Pues debemos ser conscientes de que los partidos, una vez legalizados e incluso antes, tan pronto como su existencia consta, se establecen, se configuran ya como aparatos del Estado, ya que no, por el momento, de gobierno, frente o junto al cual se presentan como alternativa.

La idea que nosotros, los que no entramos en el juego y duelo político, tenemos de la política es muy otra: política como moral, política como cambio estructural y cambio cultural, política que empieza mucho antes del día que corresponda votar -o forcejear para que se vote- y se prolonga mucho más allá de ese acto ritual, importante sin duda en la coyuntura actual, pero meramente como el urgente desatamiento final de lo que, a juzgar por lo que cuesta, bien atado se dejó. Fue Merleau-Ponty quien escribió que «el voto consulta a los hombres en reposo, en un paréntesis festivo, fuera de su oficio y de su vida». Mas la democracia real se realiza desde el oficio y desde la vida y es, para el obrero, democracia industrial; para el ciudadano, democracia administrativa que comienza ya con los problemas del barrio y de la calle y, si es campesino, en los del pueblo. Frente al superficial politicismo al uso, una comprensión política profunda percibe la dimensión política de la vida entera: cultural, religiosa, pluralista nacional y regional, ecológica, administrativa, socioeconómica, profesional, familiar y sexual, de la cotidianeidad, también. Política que ha de ejercerse comunitaria, directa, particípatoriamente, y que sólo por imposición de la necesidad, y en los niveles superiores, se constituye como representativa, pero sin dejación del poder Popular, exigiendo el mantenimiento de la relación directa de los representantes con los representados y la fiscalización por éstos de aquéllos.

Adviértase que lo que estoy propugnando aquí no es exactamente una participación política de «manos limpias» frente al inevitable ensuciarse las manos de los políticos profesionales. Como hace tiempo se dijo, sólo mantiene limpias sus manos... quien no tiene manos, o el que no las usa para nada. La vida humana no es nunca angélica y cualquier opción que dentro de ella se haga lleva consigo graves renuncias, por supuesto, y también sacrificio, daño o cuando menos perjuicio para otros. No, el compromiso político que aquí se propugna no pretende preservarse sin mácula, porque es imposible -aunque sí, por supuesto, sin caer en corrupción-, sino cumplirse con seriedad, frente a la nuda «voluntad de poder» y, con frecuencia, ni eso, simple y frívolo deseo de «figurar», como antes vimos.

En fin, yo resumiría mi actitud parafraseando la razón -Nulla aesthetica sine ethica- que en su día me diera el querido José María Valverde para renunciar a su cátedra, del modo siguiente: Nulla politica sine ethica. O, dicho de otro modo: política para el cambio democrático, socioeconómico y cultural, y no para detentar poder u ostentar «representación». Y todavía de una tercera manera, sólo en apariencia diferente- el intelectual no debe entrar en ningún Establishment, ni en el de la clase en el poder, ni, según la idea de Gramsci, en el de la clase que se lo disputa y que siempre, se quiera o no, termina por ser representada-suplantada por el partido correspondiente. Tampoco marginarse. Ha de criticar el sistema y luchar contra él desde relativamente dentro de él, con un pie dentro y otro fuera de él, desde la base, apoyándose en ella.

¿Solo entonces? Ya queda dicho que no. Rotundamente, no. Más acompañado, con toda probabilidad, que los líderes de muchos partidos políticos..

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