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La Corrala ganó la batalla de la supervivencia

La Corrala ha sido declarada monumento histórico-artístico, quizás como única forma de salvar este rincón madrileño de la destrucción. Las gestiones iniciadas hace tiempo por diversos organismos, entre los que se encontraba el Colegio Oficial de Arquitectos, han conseguido, a la postre, que los diferentes Damocles disfrazados de especulación, planes parciales, insensibilidad y un largo etcétera de males coyunturales, depusieran sus espadas para devolver, ¿por cuánto tiempo? su tranquilidad a las balconadas acostumbradas al chisme y el requiebro, a un barrio anclado en el casco rancio de un Madrid que no quiere ver crecer gigantescos árboles de pisos.El 26 de agosto de 1975 se presentó un expediente, revisado por el Colegio de Arquitectos y firmado por el colegiado Antonio Rubinos, ante el Servicio Histórico, que trataba de demostrar que La Corrala estaba en estado ruinoso. El pasado 12 de febrero se volvió a visar por parte del COAM otro expediente relacionado con La Corrala, aunque esta vez el expediente trataba de demostrar que el edificio, situado en la calle Sombrerete número trece, no estaba en estado de ruina.

Desde entonces, el futuro de La Corrala fue incierto. El pasado mes de abril el Colegio Oficial de Arquitectos solicitaba la declaración de este conjunto arquitectónico como monumento histórico-artístico. Entretanto y después se produjeron dos hechos, dos declaraciones acerca de esta casa, superviviente de la arquitectura popular. De una parte los vecinos protestaban enérgicamente, también a través de Televisión Española, por la posibilidad de derribar La Corrala y de otra, el alcalde de la villa, señor De Arespacochaga, aseguraba el pasado mes de junio que este edificio sería conservado aunque hubiera que expropiar. Con su lenguaje habitual el señor De Arespacochaga dijo en aquella ocasión: «O soy muy poco sensible a estos temas o es que La Corrala no tiene un gran valor, pero lo cierto es que no estamos tan sobrados en Madrid de arquitectura del pasado, como para permitimos el lujo de que desaparezca».

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