Los parados
Iba yo a comprar el pan y me encontré a Gonzalito Torrente Malvido, viejo amigo de los días de vino, rosas y café Gijón:-Parece que se te ve cara de parado, Gonzalo.
-No lo creas. Mañana empiezo a trabajar en una revista.
Vale. Me alegra que los escritores de mi generación vayan encontrando trabajo. Pero somos una generación de parados, y, aunque todos los días salen revistas nuevas, no sé si va a haber una revista para cada parado. Me lo ha dicho Carmen Rico-Godoy:
-Las revistas son todas iguales. Todas parecen la misma.
Ya lo decía D'Ors en los felices años 40, cuando yo le hacía los recados y le llevaba la glosa como a otros les llevan la cartera:
-Los poetas de hoy se parecen como un Adonais a otro Adonais.
A las revistas políticas, ahora, les pasa lo mismo. Se me quejaba un día Saritísima Montiel (que por cierto no me llama desde que sabe que me escribo con la Nadiuska):
-Yo hice El último cuplé y luego todo el mundo quiso hacer El último cuplé.
Somos un país de imitadores y de parados. Si los poetas de postguerra se parecían como: un Adonais a otro. Adonais, los hombres de mi generación nos parecemos como un parado a otro parado:
-Pues usted no puede quejarse, que colaboraciones no le faltan -me dice el parado- Escribe usted más que don Cristino Martos.
No hablo por mí, claro. Hablo por ese millón de parados que anda fluctuando por el país, como una nube humana y flotante, como un jirón patético de la incapacidad de nuestros economistas y nuestros gobernantes. Anoche torrié café en el Comercial con Ernesto Parra, joven valor literario de veinticuatro años que está parado:
-Quiero hacer algo. Lo que sea.
Y me da su hermoso libro de cuentos, Silabario. Porque se habla mucho del paro obrero, pero está también el paro intelectual. Jesús Torbado, siempre amenazado por el paro literario, se ha decidido a ganar el Planeta para poder comprarse un paraguas este invierno.
Alfonso Grosso, gran prosista, ha quedado el segundo y también está en paro porque le echaron de la Editora Nacional cuando mi amigo López de Letona dejó el cargo. Con los parados de la Editora está también Diego Jesús Jiménez, alto poeta de Cuenca. De vez en vez nos asomamos a las inmensas latitudes de los parados:
-Estoy volcado, tío. Sin un duro.
Lara tendría que dar un premio de novela a cada parado. Ramón Tamames, tercero en la votación del Planeta, escribió su novela durante una temporada de paro en Carabanchel. Porque aquí, o te paraba el empresario o te paraba Fraga.
-La vas a liar con ese libro, macho -le dije a Ramón cuando me dio a leer el original-. Tiene trilita.
Al parado de mi barrio y a mí (incluso puede que a don Cristino Martos) nos preocupa fundamentalmente el paro obrero, claro, pero no hay que olvidar el paro de intelectuales, profesionales, empleados, periodistas, mayores de cuarenta y otras gentes. O sea, el otro paro, del que se habla menos. Lo dijo Areilza en la presentación del libro de Gil-Robles:
- Sin cuarenta años de dictadura no haríamos el número 29 entre los países industriales del mundo.
Ni tendríamos un millón de parados. Luego está la picaresca del parado, claro. Los que prefieren cobrar el subsidio de paro y hacer chapuzas, en lugar de colocarse regularmente. El empresario, el capitalista, el banquero franquista, el rico, acuden a este argumento para tranquilizarse:
-Si es que los obreros son unos golfos.
Eso. Pues vamos a esperar a que el millón de parados se ponga en marcha. Ádemás de una mayoría silenciosa, ahora tenemos una mayoría camastrona. Y qué reme dio. Habría que volver a hacer grandes películas históricas, como en los tiempos de Cifesa, y emplear a los parados como extras en los movimientos de masas. Por eso se hacía tanto cine histórico en la postguerra: para disimular el paro, y utilizar a los minusválidos de la contienda: Para dar una idea de la grandeza imperial de España basta con poner el millón de parados alrededor de Aurora Bautista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.