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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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¿Soñar despierto?

La situación política, social y económica de España se agrava de modo rápido y preocupante. No hace falta ser un lince para verlo, ni el afirmarlo tiene la menor originalidad.Tampoco hace falta ser profeta para prever que, al final del año 76, y con relación al final del 75, la inflación habrá rebasado el 25 por 100, el paro habrá aumentado casi al doble y -digan lo que digan las estadísticas oficiales- superará ampliamente el millón de trabajadores, el déficit de pagos corrientes con el exterior alcanzará los 4.000 millones de dólares o se acercará mucho a esta cifra, y las economías de nuestros vecinos europeos estarán todavía lejos de una recuperación que nos permita pensar que nuestros males van a paliarse mandando nuevas hornadas de mano de obra al extranjero (y viendo aumentar las remesas de fondos que ello nos procura) y recibiendo mayor número de turistas con los bolsillos más repletos que en años anteriores. Alemania y Suiza han yugulado la inflación, pero tardarán en reabsorber el paro; Francia está lejos de poder permitirse optimismos en cuanto al éxito, bastante problemático, del «plan Barre»; la Gran Bretaña, con una moneda en pleno desmoronamiento, ve esfumarse las esperanzas que la evolución de los últimos meses permitió concebir. Pensar que, en ese contexto, ni nuestros gobernantes de hoy ni los que puedan sucederles a corto o a largo plazo, van a ser capaces -por muy competentes que sean, y lo mismo si cambian que si se mantienen las actuales orientaciones políticas-de frenar la inflación, hacer que disminuya el paro, estimular las inversiones y reemprender la marcha hacia la prosperidad, es pensar en lo excusado y hacerse unas ilusiones que carecen de fundamento razonable... a menos que todos los sectores sociales y económicos del país se pongan decidida y disciplinadamente a colaborar en el empeño. Para lo cual es indispensable que renazca la confianza, y que cada uno acepte participar en los sacrificios de todos.

Se comprende que el capital (y no sólo el gran capital, sino también el ahorro pequeño y mediano) se retraiga, se niegue a invertir en el interior, o prefiera invertir fuera, hasta que se aclare el horizonte político, se sepa en qué va a consistir la reforma constitucional y quiénes son los que van a gobernar España en los próximos años. Pero a fuerza de pedir garantías previas, lleva campo de encontrarse dentro de unos meses con una economía exangüe, a la que la inyección inversora le llegará demasiado tarde, y en cuya ruina quedará envuelto.

Se comprende que los asalariados se nieguen a rendir todo su esfuerzo mientras se degrada de día en día el poder adquisitivo de sus salarios y mientras subsisten en el sistema tributario y en los flujos privados de la riqueza, defectos estructurales que los perjudican grave e injustamente. Pero ellos también, a fuerza de condicionar su colaboración, llevan camino de encontrarse un día con que lo único que se puede ya distribuir es la miseria.

Mientras tanto, ¿qué hace el Gobierno? Acaba de darnos a conocer un plan para la restauración de la democracia que, pese a algunos defectos, es muy razonable; y ahora ha de discutir, en las Cortes y fuera de ellas, con la oposición de derechas y con la de izquierdas, que si 300 ó 400 diputados, que si más o menos senadores, que si mayoría absoluta o mayoría de dos tercios para las reformas constitucionales del futuro... Todo ello, sin duda, muy importante; pero que no contribuye lo más mínimo a resolver los problemas, coyunturales o estructurales, que plantea la situación socioeconómica. Mantiene en la Administración central y en los gobiernos civiles, para preparar la transición a la democracia, personas que conservan la mentalidad y las prácticas de largos años de autocracia.

Mientras tanto, ¿qué hace la oposición de izquierdas? Pasar interminables horas en discusiones bizantinas que tratan de conciliar lo inconciliable. Reunirse, visitarse, cenar, almorzar, hablar, hablar, hablar, por un lado; y por otro, agitarse y propagar la agitación por todos los rincones adonde llega su influencia. Como si la huelga general fuese el protestar de las muertes de hoy y conmemorar los fusilamientos de hace un año. Como si la interrupción de los servicios públicos no fuese -pienso especialmente en la huelga postal- un factor de desorganización de la vida del país. Como si cada categoría profesional no tuviese íntimamente ligados sus propios intereses al interés del conjunto social y pudiera salir a flote cuando el país entero se está hundiendo, y ella con él. Como si la explosión de los nacionalismos centrífugos, algunos de los cuales están animados por el propósito -disimulado o abiertamente proclamado- de minar las bases del Estado y desintegrarlo, no estuviese llamada a tener consecuencias nefastas, en todos los órdenes, para las regiones mismas donde el fenómeno se produce.

Mientras tanto, ¿qué hace la oposición de derechas? Por un lado, parece que logra superar la fase de atornización y organizar una fuerza conservadora dirigida por destacados ex ministros de Franco, cuya sinceridad democrática es de elemental prudencia poner en cuarentena y cuya estrecha vinculación a poderosos grupos fínancieros autoriza a sospechar que, más que servirse de ellos el nuevo partido, serán ellos quienes se sirvan de éste para defender, junto a intereses ciertamente respetables, abusivas posiciones de hegemonía y de privilegio. Por otro, moviliza grupos escandalosamente controlados que incrementan, y a veces provocan, la agitación de los grupos de izquierda. Por otro, y en un terreno distinto, practica la huelga del capital: se abstiene de invertirlo o lo envía subrepticiamente al extranjero.

Mientras tanto, ¿qué hace el Ejército? Calla; pero no sabemos si este silencio ha de durar mucho o poco. Observa y reflexiona; pero ignoramos si ha llegado, o si tardará en llegar, a alguna conclusión.

Mientras tanto, ¿qué hace el clero? Habla; pero resulta difícil extraer una línea coherente de los mensajes, orales y escritos, muy distintos y a menudo contradictorios, que continuamente recibimos del alto clero y de los numerosos sectores en que el bajo clero se halla escindido. Lo único que parece indiscutible es que los clérigos españoles están, hoy como siempre, muy politizados y que muchos de ellos parecen empeñados, hoy como siempre, más que en evangelizar la política, en politizar el Evangelio.

¿Y el pueblo? ¿Qué hace el pueblo? Pues el pueblo, cada vez más desconfiado, empieza a pensar en lo que dirá cuando pueda hacer uso de la palabra, es decir, del voto.

Diríase que la oposición de izquierdas está ya convencida de que va a perder las elecciones, y en vista de ello trata o bien de que no se celebren (y, para evitarlas, fomenta una agitación susceptible de provocar el golpe airado de un espadón decidido a infligirnos unos cuantos años más de dictadura; y a ver si cuando caiga la dictadura, hay mejor suerte ... ), o bien de que, si se celebran, las gane la oposición de derechas, a la que se dispone ofrecer la victoria electoral en bandeja de plata, calculando quizá que en las elecciones siguientes, le será más fácil desplazar del poder a los conservadores reaccionarios, que desplazar a los centristas democráticos. En el último supuesto, ya puede andarse con cuidado; pues no se olvide que las próximas Cortes van a ser constituyentes y que un país no puede estar convocando Cortes constituyentes a cada rato, y como la reforma constitucional y la ley electoral subsiguiente, que han de durar cierto tiempo, las haga un Parlamento donde den el tono Silva Muñoz, López Rodó o Fernández de la Mora, me atrevo a asegurar que pasará un camello por el consabido ojo de la aguja antes de que una mayoría, no ya de izquierda, pero ni siquiera de centro-izquierda, logre entrar en el caserón neoclásico de la Carrera de San Jerónimo.

En estas circunstancias, es sin duda muy difícil, pero es absolutamente necesario y no creo que sea imposible, llegar a un amplio acuerdo de todos los que, dentro y fuera del Gobierno actual, e incluso frente a él, están interesados en impedir el hundimiento de la economía, en evitar el caos sociopolítico, en alejar la amenaza de una nueva dictadura, en instaurar una verdadera democracia (y en que la instauren los demócratas, no quienes han hecho cuanto han podido para impedir o retrasar su advenimiento, ni quienes desean convertirla en tobogán por el que deslizarse hacia la tiranía), en estructurar un Estado moderno, orientado a la vez hacia la justicia y la eficacia, en llevar a cabo una regionalización y una descentralización bien hechas, de modo que la

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Viene de la pág. 6gestión de las regiones autónomas fortifique el cuerpo político español y flexibilice su funcionamiento, en vez de debilitarlo y crisparlo. Ese acuerdo puede reunir en un esfuerzo conjunto hombres de muy diversas procedencias que, probablemente, serían capaces de ganar para su empeño la confianza y la voluntad de la mayoría de los españoles.

Ganadas esa confianza y esa voluntad, los ciudadanos aceptarán sacrificios, harán esfuerzos, se impondrán una disciplina y facilitarán, en vez de entorpecerlas, la superación (que, de todos modos, será larga y penosa) de las dificultades económicas y la instauración de nuevas instituciones políticas en el plazo más breve que sea posible y razonable.

Es evidente que no podrá llegarse a semejante acuerdo sin que todos hagan concesiones. Para ultimar la negociación, el Rey habría de desempeñar un papel de árbitro cuya importancia salta a la vista. Y al Ejército le correspondería respaldar el acuerdo y garantizar su aplicación.

Dirán algunos que esto es soñar despierto. Puede que tengan razón. En cuyo caso, me temo que sean demasiados los que duermen sin sospechar, incautos, las amarguras del despertar que les espera.

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