Milton Friedman, Nobel de Economía: el poder del dinero
Milton Friedman ha sido galardonado, dice la Real Academia Sueca de Ciencias, por «sus estudios en los campos del análisis del consumo, historia y teoría monetarias, y por su demostración de la complejidad de la política de estabilización». La elección de las contribuciones del economista de Chicago a la ciencia económica está, desde luego, hecha con cuidado, ya que no resulta fácil seleccionar en el caso de un autor cuya producción entre libros y artículos especializados rebasa ampliamente el centenar de títulos.La función de consumo keynesiana experimentó con el paso del tiempo complicaciones teóricas y empíricas que la alejaron de la sencilla relación primitiva que unía el consumo con el producto nacional. Los estudios del comportamiento de las familias habían venido observando que sus gastos de consumo parecían estar influídos por otras rentas diferentes de las corrientes. De acuerdo con estos hallazgos, Friedman formuló en Una teoría de la función de consumo, publicada en 1957, su hipótesis de la «renta permanente». De acuerdo con dicha hipótesis, el consumo de una familia es proporcional a su renta permanente; es decir, la renta media que espera obtener a lo largo de un cierto horizonte temporal. Lo que Fried man no llegó a precisar, y que los intentos empíricos han aproximado después, fue cuál era esa proporción y cuál la longitud de ese horizonte temporal.
La aportación de Friedman a los estudios históricos está recogida en una monumental Historia monetaria de los Estados Unidos: 1867-1960, escrita en colaboración con Anna J. Schwart y publicada en 1963. Ciertamente la obra es de las que hacen época, no sólo por la riqueza de su material estadístico y la profundidad de los diversos contextos institucionales que subyacen en esos casi cien años de historia de su país, sino por la coherencia de una visión teórica a partir de la cual explicar hechos tan diversos como el fracaso y posterior creación de un sistema de bancos centrales, la inflación causada por los descubrimientos de oro o la II Guerra mundial, la gran contracción de 1929 y el fracaso de la política monetaria de la época., etcétera.
Y es precisamente esa teoría monetaria la que constituye acaso, el aspecto más conocido y polémico de la obra de Friedman. Como exponente máximo de lo que se ha dado en llamar la «moderna teoría cuantitativa», Friedman propugna que la cantidad de dinero es la fuerza dominante en la evolución de las magnitudes económicas. Una y otra vez, en su libro La teoría cuantitativa del dinero publicado en Chicago en 1956, y en numero sos artículos, Friedman expone esta moderna versión de una vieja teoría.
No es difícil criticar el sistema teórico de Friedman. Como más de una ha señalado, no llega nunca a precisar si la velocidad de circulación del dinero debe tratarse como una constante, una variable exógena, o más bien como el resultado de un complejo sistema de interrrelaciones económicas. Tampoco resulta aceptable su tajante visión de que dicha velocidad no se ve afectada por los tipos de interés. En resumen, partiendo de un rechazo del análisis de estática comparativa de un Patinkin, por ejemplo, Friedman no llega a precisar cuál es el verdadero papel del dinero ni cuáles la velocidad de ajuste y el «timing» de las variables monetarias de su modelo.
Pese a, estos defectos es indudable que él ha sido el responsable de un cambio profundo en los esquemas de política hoy en día vigentes. Con gran insistencia ha recomendado una y otra vez una política de crecimiento estable de la oferta monetaria. De esta forma, venía de decir, se evitarán bruscas oscilaciones en la marcha de las magnitudes reales y será factible conseguir un crecimiento real sostenido, una tasa de paro adecuado, y dominar la inflación.
No viene al caso exponer aquí los fundamentos teóricos de . los consejos monetarios de Friedman, pero es justo reconocer que su insistencia en la estabilidad de la función de demanda de dinero ha hecho que a partir de los primeros años de la década de 1970, los principales bancos centrales del mundo establezcan sus objetivos de política monetaria en términos de un crecimiento deseado de la cantidad de dinero -definida de formas diversas- y releguen a un segundo plano los tipo de interés, que constituían la variable clave en los esquemas del pensamiento keynesiano.
Resulta difícil enjuiciar el acierto en la concesión de un premio Nobel. Personalmente uno puede creer que la filosofía política rabiosamente individualista de Friedman y su oposición a cualquier tipo de intervencionismo estatal son deformaciones de una tradición de «laissez-faire» muy americana; pero que básicamente responden a un contexto intelectual y social sano. Ahora bien al mismo tiempo es difícil olvidar que muy desfigurada, ha constituido la falsilla sobre la cual se han elaborado políticas económicas odiosas por sus costes humanos.
En último lugar elegir es equivocarse. Si Friedman merece una distinción como la que acaba de recibir, es posible preguntarse por qué no la reciben economistas como Tobin, Brunner, Boulding, o la señora Robinson, por mencionar sólo cuatro entre los más destacados.
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