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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El terrorismo no tiene ideología

UN NUEVO grupo de extrema derecha ha regado Madrid de amenazas en esta semana que acaba, invitando a varios ciudadanos a abandonar el país si no quieren morir. Las víctimas en potencia son intelectuales, empresarios y periodistas. Al principio no se le dio mucha importancia al tema, habida cuenta de que los anónimos son el deporte preferido de los grupos incontrolados de guerrilleros fascistas. En los periódicos ya no es novedad que nos avisen telefónicamente de una bomba a punto de estallar en nuestra sede social y las secretarías de todos los directores de publicaciones están repletas de comunicados en los que indignados lectores avisan de su decisión de pasar al ataque físico contra tal o cual redactor.No obstante, esta vez los anónimos han sido recibidos en cadena, con las mismas características y con las mismas amenazas, La discreción inicial guardada por los amenazados -en EL PAÍS se recibió la carta el pasado lunes- ha empezado a romperse cuando se ha sabido que, en efecto, hay o debe haber una lista que está siendo utilizada por alguna organización dedicada a este insano deporte de desear la muerte al próximo.

Este Grupo VI del Comando Adolfo Hitler no tiene muchos antecedentes en los archivos periodísticos. Parece ligado a los mismos grupos de extrema derecha que amenazaron en su día, con similar aviso, a Camilo José Cela, pegaron una paliza a Gala o los que han visitado en ocasiones a pedradas los escaparates de las librerías, embadurnado de pintura la casa de Massiel y tantas y tantas pequeñas o grandes fechorías como la prensa ha relatado.

Pero es preciso pasar de la anécdota a la categoría. Cuando todavía están recientes los asesinatos por la ETA del señor De Araluce y cuatro policías, y las promesas de los terroristas vascos de que seguirán en la lucha armada; cuando no se ha detenido, que se sepa, a los miembros de la ultraderecha que asesinaron a un joven estudiante madrileño -al parecer, en una operación no tan fortuita como en principio se supuso-; cuando los hitlerianos de ahora se dedican a advertir que están dispuestos a asesinar gente, la autoridad debe contemplar que está frente a un proceso de deterioro de la seguridad pública que, de enconarse, puede producir un fenómeno de argentinización no deseado por nadie.

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Esta amenaza sólo puede paliarse con una doble acción: la primera, de mantenimiento de la autoridad, persiguiendo a los autores de los crímenes y castigándoles ejemplarmente. A este respecto hay que decir que las represalias de extrema derecha tomadas en el País Vasco después del asesinato quíntuple de San Sebastián han desacreditado la imagen de autoridad del Gobierno. El terrorismo ETA no justifica el terrorismo de signo contrario, y el Estado -si quiere sobrevivir- no debe admitir en la calle la dialéctica de las pistolas. El hecho de que una organización terrorista de izquierda mate a sangre fría a cinco ciudadanos no es justificación, ni siquiera remota, de la lenidad con que el vandalismo de la extrema derecha ha sido contemplado. O el Gobierno recupera el privilegio de mantener el orden en las calles, conforme a las normas y reglas de todo Estado de Derecho, o no se padrá llevar a cabo normalmente el proceso de cambio emprendido.

La segunda medida es política. Hace falta lograr un consenso general de los ciudadanos en contra del terrorismo generalizado. No tiene sentido seguir atribuyendo de manera indiscriminaaa y ambigua al terrorismo marxista las acciones delictivas que se han producido. El terrorismo no tiene ideología, no la debe tener a los ojos de la Ley. Querer meter en el mismo saco a las organizaciones políticas y sindicales que participan de la dialéctica de la lucha de clases con los pistoleros de uno y otro lado es contribuir a la confusión y hacer el juego a los que disparan. El Gobierno debe dar la medida de su prudencia y de su serenidad, de su energía sobre todo, en este tema. Porque será imposible, de otro modo, desarrollar un proceso electoral mínimamente libre.

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