Política e imaginación
El profesor Julián Marías -tan vinculado a Ortega- considera en su artículo, publicado el jueves 2, la posibilidad de imaginar un partido. Es decir, considera posible un partido imaginario.Yo he sentido por Ortega un profundo respeto como intelectual. Sus escritos, como para muchos de nosotros, jóvenes aún, han sido y son un prodigio en el marco de la labor intelectual española. Ortega fue original, sorprendente. Pero como hombre político, o más exactamente, su faceta política como hombre, no pudo ser más desdichada.
¿Por qué? Porque no es lo mismo, querido profesor Julián Marías, la imaginación aplicada a lo político que la política imaginaria. Este país nuestro, necesita políticos con imaginación. No soñadores. Políticos, hombres vinculados, comprometidos en política. Hombres que militen, que trabajen, que imaginen en el seno de los partidos existentes. Los partidos que existen en una sociedad, deben su presencia a una realidad incuestionable: sus militantes. Y éstos lo son porque el esquema propuesto y aceptado incide -con todos sus humanos defectos- en una realidad humana, en una de terminada sociedad. Iglesias, por ejemplo, no imaginó un partido: lo hizo, lo construyó. Consideró la realidad de una lucha social y le dio forma política. Por eso, a pesar de todos los avatares, su partido forma parte de nuestra historia, aun que para muchos no cuenta la historia del proletariado español.
Esto es lo que Ortega -como tantos otros intelectuales españoles- no comprendieron, y por lo que leo, escrito por usted, nunca llegarán a comprender. Que los políticos y no los intelectuales, soportan el peso de una historia que las más de las veces el intelectual o no comparte o no comprende: la historia de una sociedad cargada de intereses, de luchas, de contradicciones, de medios; de posibilidades... El político se sumerge en un mundo en el que no siempre se acierta, en el que los errores se arrastran, en el que la crítica personal y de los otros, es un motor vivo de realizaciones. El intelectual contempla ese mundo y, cómo no, puede y debe criticarlo, pero con el respeto siempre a una sociedad que no debe ser confundida con lo utópico, con las abstracciones soñadoras, con el prodigioso pensamiento, que, en el encuentro de una perfección inexistente, se, vuelve amargo, pesimista, disolvente.
Seamos, por primera vez en este país, lógicos. Lo que existe se encuentra realmente vinculado a una sociedad: la nuestra. Si algo más debe de aparecer en el contexto, no dude profesor, que aparecerá. Entre tanto la problemática es o debe ser perfectamente clara: ruptura o continuidad, nuevo Estado o antiguo régimen, libertad o dirección política, derechos u obligaciones o sólo obligaciones. Así de claro, así de riguroso. Porque estaremos consagrando una vez más nuestro profundo temor a lo futuro. No crea, profesor que por ello, enfrentados en la lucha política los intereses y las clases- se renueven antiguas violencias, si son in necesarias. El instinto de conservación no se pierde en los políticos ni en las masas. La Historia, en su resultado final de todos los días, es mucho más coherente y lógica, de lo que los alambiques de laborato rio están acostumbrados a predecir.
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