Un "giscardismo" a la italiana trata de crear Agnelli
La reunión que el senador democristiano Umberto Agnelli está teniendo con unos cincuenta colegas parlamentarios no ha pasado tan en sordina como aquél hubiera querido. En el hotel Hilton, de Roma, en la sala donde suele reunirse la logía masónica, ha leído un informe sobre la situación política italiana que hoy la prensa juzga «programático». En torno del joven senador y hoy manager supremo de la Fiat. se ha reunido un nutrido grupo de peones. Se llama peones a esos parlamentarios democristianos que están un poco cansados de obedecer siempre al vértice del partido, olvidando a veces al electorado que en definitiva los sentó en el Parlamento. A la reunión no ha asistido ningún capataz del partido. Sólo técnicos, economistas y científicos: perros sueltos de 35 a 50 años, súbditos sin monarca, que no han querido crear una nueva corriente, y menos la corriente de san Hition, como hoy los denomina el extraparlamentario Il Manifiesto. En vez de una corriente -dicen-, una simple agregación de personas. En otros términos, son los giscardianos de la democracia cristiana los que se mueven. En Italia, sin embargo, cuando la democracia cristiana se mueve o algo se mueve en ella es preciso estar atentos. La democracia cristiana es algo muy serio como para dejarlo en manos de sólo los democristianos. Así se dice que pensaba «el abogado» Gianni Agnelli. Creyó que había que reformar la democracia cristiana «para salvarse», y para ello había que entrar en ella y por eso a ella mandó a su hermano menor Umberto. Al observador frío se le ocurre preguntarse que se le ha podido perder en un partido de «inspiración cristiana» a un señor con millones. Umberto ha tenido mucho cuidado en reiterar que no se trata de conjuras de palacio. ni de tender insidias al agnóstico y abstemio Gobierno Andreotti, sino simplemente subrayar la línea de renovación del partido que representa el secretario Zacagnini. Los objetivos son claros. La radicalización de la vida política conduciría necesariamente a la fractura de un país que con las elecciones del 20 de junio pasado se ha demostrado constitucionalmente unido. Existe la posibilidad de un bipartidismo total, pero con un partido comunista sin autoritarismos y con una democracia cristiana renovada. El otro camino es hacer una democracia cristiana integrada en las modificaciones de la sociedad italiana, con una línea abierta a los socialistas y las fuerzas laicas intermedias. Se trata, pues, de proponer de nuevo un centro izquierda, pero únicamente desde el presupuesto necesario de la «renovación». Umberto. como su hermano Gianni, reconocen que la responsabilidad de esta operación es la de la democracia cristiana, y no les falta razón.
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