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La recuperación económica de Estados Unidos asegurada hasta finales de 1977

A mediados de 1975 ningún economista razonable se hubiese atrevido a pronosticar que Estados Unidos celebraría el bicentenario de la Declaración de Independencia en una coyuntura económica brillante. Durante dieciocho meses los indicadores sólo registraban síntomas negativos. La producción, medida por el PNB (bienes y servicios producidos anualmente), experimentaba, en 1974, una disminución del 2 por 100, respecto al año anterior. En el primer trimestre de 1975, la caída era en picado. El paro se movía en sentido contrario y la barrera del 8 por 100 se rompía hasta llegar a un 9,2 por 100 de la población activa en mayo de 1975. Y, sin embargo, hoy día la recesión más profunda y prolongada de la posguerra parece superada. Pero las autoridades no han encontrado fórmulas mágicas ni han descubierto ningún nuevo método, sencillamente han aplicado con gran firmeza y energía remedios caseros conocidos y quizá han tenido un poco de suerte con el sentido común de los sindicatos.

La recesión empezó a fraguarse en el auge del período 1972/73. En 1973 la tasa de desarrollo de Estados Unidos era casi un 50 por 100 superior a la media de los diez años precedentes. Algo parecido ocurría en los otros países OCDE. Como las ovejas, todos los países caminaban apiñaditos. El crecimiento de la demanda estiraba de tal modo el uso de los recursos, que los menos elásticos comenzaron a responder con subidas desorbitadas. Primero fueron los cereales y la soja, luego las materias primas y, finalmente, con el repiqueteo de tambores egipcios e israelíes, los productores de petróleo recordaron las victorias de Saladino frente a los cruzados. El precio del petróleo se multiplicó por cinco. Los países occidentales del club de la OCDE echaron sus cuentas y vieron que no podían pagar la factura. Hasta entonces el saldo exterior de la zona OCDE presentaba con regularidad un superávit que se compensaba mediante salidas de capital hacia el resto del mundo. Lo mismo le ocurría a los Estados Unidos con la excepción de los últimos años de la guerra del Vietnam. Pero, a los nuevos precios, la balanza comercial americana se calculó que pasaría de un superavit, en 1973, de 500 millones de dólares, a un déficit superior a los 5.000 millones en 1974 (las previsiones hechas a finales de 1974 para el año 1975 señalaban un déficit comercial de 9.000 millones. Los pronósticos no tenían, por supuesto, en cuenta la recesión que se estaba gestando).Las autoridades americanas reaccionaron con una política presupuestarla cada vez más restrictiva. El déficit presupuestario desapareció prácticamente en 1974 como resultado de un aumento de la presión fiscal y de un desarrollo del gasto público inferior al crecimiento de los precios. Las ventajas concedidas a las personas con menores ingresos se compensaron con un incremento de los impuestos en las categorías de rentas más altas. La política monetaria que ya venía siendo restrictiva continuó con la misma tónica durante 1974, sólo a finales de año las autoridades de la reserva federal comenzaron a mostrarse menos rígidas. En definitiva, la tasa de expansión de los agregados monetarios fue también inferior al crecimiento de los precios y frenó sin muchas contemplaciones la actividad económica.

Este fue básicamente el instrumental utilizado. No hubo política de rentas, ni el Estado pretendió arrogarse el papel de mercado. Lo que sí hubo fue firmeza para aceptar las consecuencias de la estabilización.

Reformas fiscales

A comienzos de 1975 la actividad económica andaba tan deprimida que las autoridades reconsideraron su política de regulación de la demanda. En la primavera se adoptan una serie de reducciones del impuesto sobre la renta (para entenderse, en España hablaríamos de una disminución sustancial del impuesto sobre los rendimientos de trabajo personal) y de un aumento de las deducciones por inversiones, que pasarán del 7 al 10 por 100. La contrapartida exigida por el presidente consistió en una reducción -o por lo menos, en una estabilización- del gasto público.La reducción de los ingresos fiscales supuso el paso de una situación de equilibrio presupuestario a un déficit próximo al 4 por 100 del PNB. Para remediar los posibles efectos inflacionistas del déficit se asignó a la política monetaria un papel contractivo. Los objetivos hechos públicos por el Banco de la Reserva federal sobre el crecimiento de las disponibilidades de dinero parecieron, en principio, que eran muy bajas para estimular una expansión de la demanda global que pudiese impulsar adecuadamente el nivel de actividad. Por otro lado, la necesidad por parte del Tesoro de financiar su déficit en los mercados financieros, tenía el peligro de elevar los tipos de interés y comprometer así el desarrollo de la inversión privada.

Las políticas monetaria y fiscal elegidas tenían, sin embargo, una gran consistencia. El público habla reaccionado ante la inflación y el paro, aumentando su propensión al ahorro y reduciendo el consumo. Este comportamiento acentuaba la contracción de la demanda global por el lado del consumo privado. Las empresas, por su parte, habían tenido que hacer frente a un aumento de los pagos salariales y con la caída de la producción había descendido la productividad y se habían contraído los beneficios. Una reducción de impuestos sobre los perceptores de rentas más bajas podía tener un efecto bastante inmediato para estimular el consumo privado. Las empresas, al mismo tiempo, no tenían motivos para invertir a corto plazo y competir por las disponibilidades de medios financieros. Además, como los ahorros habían aumentado, bastaría con que las autoridades monetarias suavizaran un poco sus tipos de interés.

A mediados de 1975 las medidas fiscales ejercieron una influencia rápida sobre la demanda privada. La tasa de inflación había descendido de un 11 a un 7 por 100 anual y la situación de la balanza de pagos estaba mejorando sensiblemente como consecuencia de una abrumadora disminución de las importaciones, aproximadamente un 29 por 100 en el semestre. Esto se consiguió sin necesidad de depósitos previos o devaluaciones. La única medida importante fue un derecho arancelario de dos dólares al barril de petróleo importado. El paro seguía siendo muy elevado, por encima del 9 por 100 al terminar el semestre y todavía no estaba suficientemente claro que el movimiento de desacumulación de stocks hubiese finalizado (a lo largo de la recesión las empresas habían detenido el proceso de acumular stocks e incluso el de mantener un nivel adecuado). La contracción de la demanda motivaba el que los stocks no fueran repuestos y, en consecuencia, los nuevos pedidos se hacían utilizando los inventarios existentes, lo que impedía que las órdenes llegaran finalmente a los productores.

Empieza la recuperación

El volumen del paro y las dudas sobre el proceso de desacumulación de stocks mantenían una incertidumbre sobre la viabilidad de recuperación, su vigor y su duración. Sin embargo. a medida que avanzaba el segundo semestre se comprobaba que los precios se mantenían en torno a un 6 por 100 y la producción industrial aumentaba un 9 por 100 respecto al semestre precedente. Las empresas habían agotado sus stocks y entraban en una nueva fase de reposición. En resumen, el crecimiento del consumo privado y la reposición de stocks eran los primeros indicios de una recuperación.A comienzos de 1976 -y después de un cuarto trimestre vacilante- la recuperación parecía ya indiscutible, mientras que la batalla contra la inflación se inclinaba del lado de la victoria: la tasa de crecimiento anual de los precios no superaba el 4 por 100. Las ventas de automóviles y de otros bienes de consumo duraderos adquirieron un vigor considerable, lo que confirmaba la solidez de la demanda. Sin embargo, la gravedad de la recesión anterior había sido de tal envergadura que -incluso descontado un crecimiento real en el PNB, en 1976, del 7 por 100- el volumen de paro no se situará por debajo del 7 por 100 de la población activa.

El comportamiento moderado de los salarios ha sido un elemento fundamental en el proceso de recuperación. Por otro lado, las ganancias de productividad han ido en aumento -5,5 por 100 en los primeros seis meses de este año- y han contribuido a una reducción de los costes unitarios de mano de obra y a una vigorosa recuperación de los beneficios. A los elementos positivos del consumo privado y reconstitución de stocks comienza a añadirse el impulso de las investigaciones industriales en bienes de equipo y nuevas instalaciones. Sin ninguna duda y sin excesivo optimismo, la recuperación americana es un hecho que continuará, por lo menos, hasta finales de 1977.

Naturalmente esto no quiere decir que todos los peligros estén conjurados. El paro está todavía instalado en niveles muy altos y no se prevé que pueda descender por debajo del 6,50 por 100. Los peligros de inflación siguen de algún modo latentes. Los precios de los productos intermedios han crecido en los primeros seis meses de 1976 en un 7 por 100, frente a un 2,25 por 100 en el mismo período del año anterior. Las materias primas están, a su vez, aumentando a una tasa del 15 por 100. El binomio recuperación de los beneficios/moderación de los salarios puede alterarse, pese a la elevada tasa de paro, y de ahí las expectativas sobre la próxima negociación salarial de la industria del automóvil. Finalmente la posible sustitución de la actual Administración Ford puede añadir algunas gotas de incertidumbre al mundo empresarial o, por el contrario, provocar el efecto contrario. A lo largo de la historia, sin embargo, los administradores demócratas han traído más prosperidad que sus conservadores opositores republicanos.

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