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Hay crisis: va menos público a los toros,

La crisis es evidente: va menos público a los toros. Estos son sólo algunos de los muchos casos que se han dado en diversas plazas durante los últimos meses: En Tarragona, la corrida inaugural de la temporada supuso una taquilla de un millón cien mil pesetas y en festejos sucesivos los ingresos se superaron en muy poca cantidad. La empresa arrendataria del coso de Málaga ha perdido en lo que va de temporada alrededor de los cinco millones de pesetas. En Barcelona, desde que empezó a dar festejos en marzo hasta últimos de junio, no se vendían por corrida más allá de cuatro o cinco mil localidades, y hubo tardes en las que toreaban figuras, con una entrada que rebasó en poco los tres mil espectadores. Ahora, en julio, van mejor las cosas, pero pocas veces se supera la mitad del aforo.Otro tanto pasa en Madrid; donde las corridas veraniegas atraían a gran número de espectadores, los tres cuartos de entrada y el «casi lleno» eran habituales, y en la actualidad difícilmente se alcanzan las diez mil localidades de venta. Las plazas malagueñas, donde por otra parte se están haciendo la competencia unas a otras -Estepona, Benalmádena, Fuengirola, Marbella, la propia capital- vienen haciendo unos taquillajes ridículos.

Parece ser que la razón principal de esta crisis es el descenso del turismo, porque los españoles continúan acudiendo a los toros con la asiduidad habitual de los últimos años. Que asimismo es escasa, por cuanto entre ellos no se cuenta con clientela suficiente para llenar las plazas. Insistimos en que la causa no es que el espectáculo taurino haya quedado desfasado en el tiempo sino que el momento actual de dicho espectáculo es a su vez de crisis, por una clara pérdida de calidad y de emoción.

Por el contrario, las ferias tradicionales se celebran con mejores rendimientos económicos que años atrás y en algunas se ha aumentado el número de festejos, y éste es dato que ratifica aquél aserto de que en España no hay fiestas si no hay toros.

Habrá que acomodar el negocio taurino a la realidad de su ámbito. Cuando el turismo fue floreciente vino bien a las empresas aprovecharlo y se alcanzaron espléndidos beneficios. La situación llegó a ser engañosa: porque el número de espectáculos aumentaba y se multiplicaban las ganancias, quiso hacerse creer que la época era de esplendor para la fiesta. El error fue no combinar estas provechosas posibilidades con el mantenimiento de los adecuados niveles de calidad y autenticidad del espectáculo. Mientras se ingresaba un caudal de dinero, se iba matando la afición. El aficionado no podía estar de acuerdo con la nueva fiesta que se le ofrecía, adulterada en todos sus elementos básicos y sobre todo en cuánto concernía al toro, pero esto no importó en absoluto a las empresas pues si en las plazas no había aficionados sí había turistas, fáciles de encandilar con cualquier alarde, verdadero o ficticio, que se hiciera en el ruedo, y un público de aluvión, atraído por los ecos de esta corriente triunfalista.

Se encuentran ahora las enipresas con el fruto de su equivocada política: al retraerse el turismo no cuentan con una base suficiente de aficionados que haga económicamente defendible el espectáculo. Su solución es rescatar a esos aficionados, y hay vías para ello, pero llevará tiempo. El futuro de los toros en España, a salvo -como queda apuntado- las ferias tradicionales, es más bien oscuro.

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