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Contradicciones en la CEE, ante la posible pérdida de su influencia en el Mediterráneo

A ninguna cancillería europea le ha pasado desapercibido el hecho de que el nuevo ministro de Relaciones Exteriores de España, señor Oreja, haya elegido, como escenario de su primera actuación en Europa, Viena en lugar de Bruselas, es decir, el Este en lugar del Mercado Común. Tanto en los círculos políticos franceses y alemanes, como en la Comisión Europea (órgano ejecutivo de la CEE), se empieza a creer que esta circunstancia viene a avalar las tesis iniciales de algunos expertos de la comunidad en el sentido de que el proceso liberalizador español se encamina ahora, en el campo internacional, más hacia la captación de intereses norteamericanos que hacia los de la CEE.En medios diplomáticos muy allegados a la coalición socialdemócrata liberal de la RFA, se nos señaló el lunes 12 que el próximo establecimiento de relaciones entre Madrid, la URSS y todas las naciones de la órbita soviética tendería, precisamente, a «equilibrar» ese cambio de rumbo de la política exterior hispana.

No existe, sin embargo, un consenso absoluto en torno del asunto. El propio señor Oreja acaba de declarar que no se adoptarán sobre ese punto «medidas inmediatas», y algunos especialistas comunitarios piensan que el proceso podría retrasarse unos meses para evitar "reacciones demasiado fuertes» por parte de los grupos ultraconservadores de España.

En Bonn se estima que uno de los efectos principales de la política hispana consistiría en una serie de facilidades para el aprovisionamiento de la flota soviética en el Mediterráneo occidental. «Tales facilidades -se nos explicó en la OTAN-, no afectarían en absoluto la presencia militar norteamericana, puesto que los Estados Unidos cuentan con bases determinantes en la península. Por tanto, la iniciativa consolidaría únicamente el "control compartido" en la zona -sobre todo en Oriente Medio y en la costa norte y occidental de Africa-, a cargo de Washington y Moscú, sugerido en varias ocasiones por el señor Kissinger; pero sí haría más incierto el futuro del "tercer poder" -europeo, según París, pero en realidad francés-, preconizado por el gaullismo.»

Como es lógico, esa perspectiva no puede menos que inquietar al presidente Giscard d'Estaing, especialmente por razones electorales. Ese sería el motivo de la importancia, casi inusitada, que París ha querido dar, el domingo pasado, a la revista de la escuadra francesa en Tolón, y del anuncio presidencial de que ésta sería «refórzada» nada menos que en 53.000 toneladas (hoy 77.000 en total). Algunos observadores indican también que el viaje del señor Suárez a París habría servido, en parte, para tratar de calmar las aprensiones del Eliseo.

Si a ese «cambio» se unen la posibilidad de que Gibraltar pase de nuevo en un plazo razonable, a poder de Madrid, y las dificultades que plantea la ejecución del acuerdo de Lomé, concluido en 1975 entre la CEE y 47 países africanos, en su mayoría ex colonias francesas, puede decirse que el señor Giscard d'Estaing se encuentra, en vísperas electorales, con el comienzo del derrumbe de su política en el Mediterráneo, base de la «independencia» heredada del gaullismo. El señor Mitterrand tiene, por fuerza, que sentirse feliz.

Posición de la RFA y de Gran Bretaña

En lo que se refiere al porvenir inmediato, otro tanto ocurre en Bonn y en Londres. El señor Foot, líder del ala izquierda del laborismo puntualizó en mayo que «sólo la pérdida de influencia francesa en el Mediterráneo podría obligar a París a olvidar la Europa de De Gaulle y a pensar más en la de Schumann y en la de De Gasperi». En cuanto a Bonn, ha sido el señor Schmidt quien con más decisión ha frenado hasta ahora los proyectos de cooperación financiera que Francia intenta imponer a los «nueve», en beneficio de los signatarios de Lomé. «La comunidad -llegó a decir el canciller en Luxemburgo- no tiene por que pagar los negocios y la política de Francia en Africa». Por lo demás, Alemania y Gran Bretaña comprenden perfectamente las causas de la apertura española hacia el Este. «lgual que los Estados Unidos -habría recordado el señor Brandt-, Madrid puede conseguir así petróleo a precios convenientes, y además ampliar su comercio exterior en un momento en que la participación comunitaria en las exportaciones españolas se ha reducido en el 20 por 100. ¿Qué puede ofrecerle ahora -habría apuntado el presidente del SPD a un dirigente español-, la CEE a España? Ningún préstamo equivalente al que acaban de darle los Estados Unidos, y una incorporación muy condicionada y a largo plazo. Es evidente que cualquier gobierno español, liberal o no, tiene que buscar una salida, aunque sea a costa del rompimiento de una supuesta política europea en el Mediterráneo, que en el fondo sólo responde a los intereses de París. »

No obstante, desde el punto de vista estratégico, ni Londres ni Bonn las tienen todas consigo. El «desarrollo definifivo» de dos únicos poderes en el Mediterráneo puede representar, en pocos anos, la sujección total de la CEE a Washington, e incluso la desaparición de los últimos restos de su influencia comercial en el norte y en el centro de Africa. La «multipolaridad del poder», de la doctrina Kissinger, se transformaría así en simple bipolaridad. «El acercamiento de España a la URSS -afirmó ya en 1975 el almirante Sanguinetti- reduciría la intervención europea en el diálogo entre los Estados Unidos y la URSS». Después de Helsinki -reconoció Brandt- Europa, que no es sorda, se está quedando muda.»

Estas son, por el momento, las reacciones provisionales de Europa ante la «inminente» reanudación de la «conversación» de Madrid con Moscú, interrumpida en 1939.

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