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No hay voluntad clara de reconstruir Soweto

Soweto vuelve a la vida normal. Los efectos de los sucesos del mes de junio han dejado una huella imborrable. Escuelas reducidas a cenizas, hospitales destruidos, una comisaría de policía sin tejado y sin puertas, descampados con coches y objetos quemados, cervecerías y bares sin amo y sin clientes..., y más de ochenta cadáveres esperando que alguien los reclame y les dé sepultura privadamente, ya que el Gobierno, por miedo a que la emoción de un acto semejante provoque nuevos disturbios, duda si debe o no autorizarlo.

Pero la huella más perdurable es lo que Soweto representa y representará para el futuro de los negros de Sudáfrica. Es ya un símbolo, una bandera que enarbolan los activistas de color, los líderes no blancos contrarios al régimen de John Vorster.

Los niños, a centenares, vuelven a corretear por sus calles y a falta de escuelas -es triste y paradójico que ellos mismos hayan destruido sus propios hospitales y centros de enseñanza construidos v financiados por el Gobierno-. conviertan los sucios y miserables barrios de Soweto en un lugar de diversión. Sonríen, saludan, juegan y se ensucian en las polvorientas aceras y calzadas que no han conocido ni la piedra ni el asfalto.

El viento que sopla en la gran loma sobre la que se asienta Soweto, levanta remolinos de polvo fino que hacen de esta segunda ciudad de África del Sur, un lugar muy poco grato. Se estima que un millón de negros -más de la mitad por debajo de los 20 años-, viven en casas idénticas, pequeñas construcciones de ladrillo, cuatro habitaciones, con un promedio de seis y siete personas en cada una de estas unidades.

Salvo las tres o cuatro avenidas que cruzan paralela y verticalmente este harlem de Johannesburgo, todo el resto de la ciudad carece de calles alquitranadas, no tiene árboles y muchos desperdicios se encuentran esparcidos delante y detrás de las viviendas. Más de trece mil familias se encuentran en la lista de espera para conseguir una de estas lúgubres casas. El Gobierno, especialmente en estos momentos, no parece tener mucha prisa en acelerar un programa de recuperación social en Soweto.

No gastar dinero en la reconstrucción

La reacción de muchas personas blancas, en África del Sur coincide en no gastar más dinero «de los impuestos» para construir escuelas y hospitales que corren el peligro de ser destruidos por los negros. Una carta al director en un periódico local se expresaba de esta manera: «confío en que los blancos, que continuamente son atacados por su crueldad y su opresión, no tendrán que volver a sufrir un aumento fiscal para reconstruir las «townships» que los negros han destruido. Es un trabajo que deben realizarlo los que lo han provocado. Esto les mantendría ocupados y evitaría que fueran tan activos en los disturbios próximos ».

La minoría blanca -en particular los afrikaan, que representan la más genuina esencia del actual régimen y por lo tanto del «establishment» de aquí, sigue firme en sus concepciones, sobre lo que debe ser el país. Es un fenómeno muy frecuente entre la alta clase política sudafricana al revestir cualquier acontecimiento de todo un ropaje de teorías, estadísticas y filosofías que siempre acaban dándoles la razón. Oír hablar a un afrikaan sobre la mayoría negra de la República, equivale a escuchar casi siempre lo mismo: «nosotros les dejamos tranquilos, que se organicen como quieran, que trabajen o no, que estudien si lo desean, que se construyan sus propias ciudades, que se diviertan». Siempre y cuando sea por separado. Que lo hagan ellos.

Esta es la idea de Soweto. Una gran separación. Una gran injusticia si se tiene en cuenta lo mucho que la minoría blanca se beneficia del trabajo de estos hombres considerados tan poco capaces de ejercer sus derechos. Las oportunidades para la formación humana, cultural y política son escasas. Las diversiones son de lo más primitivo. Sólo existe un cine en toda la ciudad -un millón de habitantes-, y la vida social se limita a la bebida en los bares y lugares volantes que se instalan en las esquinas. Cada mes, se gasta más de sesenta millones de pesetas en bebidas, mientras que el 86 por 100 de las casas no tienen electricidad, el 93 por 100 carecen de ducha o baño y el agua caliente casi no existe.

En este ambiente de pobreza y sobrepoblación, el germen del crimen se cultiva muy bien. Cada día se registran dos asesinatos, tres violaciones y 21 ataques serios. Alrededor de mil personas mueren cada año como consecuencia de la violencia. Es muy explicable -el Gobierno tiene razón en este punto- que durante los disturbios recientes el ambiente de criminalidad, entonces a sus anchas, favoreciera la matanza mutua de negros que, además, perdieron el control debido al exceso de bebida.

Un cincuenta y cuatro por ciento de la población activa está en paro. El resto, más de doscientos mil, se levantan muy temprano por la mañana para ser puntuales en su trabajo de Johannesburgo. En trenes y autobuses segregados, sucios, lentos e incómodos, tardan casi dos horas en recorrer un trayecto de unos quince kilómetros. El sueldo mensual medio de estos trabajadores oscila entre dos mil y tres mil pesetas al mes, comparado con las ocho o diez mil de la media del salario de los blancos. Sin embargo, conseguir un trabajo es ya un logro considerable. Y preservarlo constituye uno de los objetivos primordiales de muchos habitantes de Soweto. De ahí nace, parece ser, el respeto que tantos negros tienen por los blancos.

Un sistema cerrado

Conviene destacar este elemento del respeto a los blancos para tener una visión real de lo que ocurre. Muchos negros de Sudáfrica, quizá la mayoría, aceptan este modo de vida. Se han hecho a ella. Es la ley, dicen. Es más, según podía comprobar recientemente al recorrer las calle, de Soweto -recorrido que ha sido interrumpido por la policía que me ha sometido a un amable interrogatorio de cuatro horas y que ha terminado en el edificio de seguridad de Johannesburgo después de haberme pedida y obtenido el carrete de fotos en color hechas en Soweto, no sabía que ningún blanco puede entrar en una «township» si no va previsto de un pase especial-, podía comprobar, decía, que la gran mayoría de negros de aquel ghetto desaprueban los disturbios.

Que es una cuestión de líderes -el Gobierno les llama agitadores-, está bien claro. Y que estos líderes se encuentran entre los mejor educados, los jóvenes estudiantes y todos aquellos que destacan por un motivo u otro en la comunidad, no hay ninguna duda. Tienen tantos elementos a su favor para fomentar las pasiones, los sentimientos y los instintos de las masas de sus conciudadanos que a pesar de la gran vigilancia policial dentro y fuera de Soweto se adivina, quizá más pronto de lo que parece, un resurgimiento de los enfrentamientos recientes.

Se lee poco, casi no se escucha la radio, y los pocos aparatos de televisión se encuentran en los centros comunitarios. Pero el único canal de la televisión sudafricana emite sólo de seis a once de la noche y en sus programas no se incluye ninguna opinión ni siquiera aparecen, de la gran mayoría negra.

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