Aumenta el número de mujeres en el Parlamento italiano
Incluso entre los más piadosos democristianos, mientras con todo su prestigio se oponía al divorcio provocando un referéndum nacional abrogativo, el viudo Amintore Fanfani se rejuvenecía, casándose con una mujer más joven, más guapa e inteligente. También se llegó a decir que cierta viveza de la mirada y del tono de voz que de repente recobró otro «santón» tan importante como el presidente casado Aldo Moro -el paciente y lento artífice del centro-izquierda-, se debía a un enamoramiento o devaneo con un estudiante de 25 años.Sea lo que fuere lo cierto es que nunca se vieron tantas mujeres en un Parlamento occidental, ni... oriental. He aquí la cuenta: los comunistas presentaban nada menos que 146 candidatas, en vez de 76 en 1972. De ellas fueron elegidas 36 en el Parlamento y 9 en el Senado. La Democracia Cristiana puede contar con dos senadoras y ocho diputados. Es natural, sin embargo, que en proporción el triunfo se lo hayan apuntado los radicales: el 55 por 100 de sus candidatos eran mujeres y lograron sentar en el Parlamento a una guapa, Emma Bonino, y a una fea, Adele Faccio, ambas portabanderas pasionarias de la libertad de aborto en Italia, que todavía sigue siendo ilegal. Democracia Proletaria llevó al Parlamento sólo a una mujer, Luciana Castellina, también guapa y más fresca que la veterana y única diputado socialista Anna María Magnani Noya. Lógicamente, el socialista es el partido que menos renovó sus cuadros. Por los republicanos entrarán en el hemiciclo nada menos que Susanna Agnelli, hermana del presidente de la FIAT, Gianni, y del administrador, Umberto, quien en las sesiones conjuntas de las dos camaras podrá codearse con su querida hermana, como cuando eran pequeños.
Ninguna presencia femenina, como es natural, entre los liberales, socialdemócratas y los neofascistas y ello puede ser símbolo de su esterilidad ideológica y de sus tácticas políticas equivocadas. Los socialdemócratas, porque hablan de los valores de la libertad en términos demasiado abstractos para una mujer, practicaron un anticomunismo pasado de moda de hace 40 años. Los liberales, porque todavía echan la cuenta de la bolsa de la compra con metros económicos de la época de Giolitti o todo lo más de Einaudi. Los neofascistas, porque su innato «machismo», como generador de fuerza, les hace sonreir y olvidar al «sexo gentil», a la «otra mitad», al «sexo débil», al «corazón y motor de la farnilia». Justo es, pues, que hayan perdido.
Y estando así las cosas, justo es que se sienten en el Parlamento italiano quienes hablaron de los problemas reales y concretos de la mujer: limitar los hijos, no soportar a la suegra, ser responsables y realmente iguales, como la Constitución quiere. Las mujeres italianas no esperaron al tiempo, como Catalina, y se lanzaron. Ahora podrán hablar de sus problemas sin improperios. ni invectivas de cruzada laica; vendrán incluso a pactos o discusión con el anciano Pontífice Pablo VI sin proferir los insultos sacrílegos de una reciente manifestación en Roma, que por pudor de crónica son irrepetibles. Durante la campaña electoral no se hicieron procesiones con la «Madonna» ni rogativas, pero muchas monjitas italianas y de todo el orbe, que en Roma viven en sus «casas madres» y de sus casas de huéspedes para peregrinos, rezaron sin duda alguna por tanta «disolución».
La disolución femenina italiana no es mayor que la de otras partes. El paso de la familia patriarcal a la «nuclear», la industrialización y la exigencia de «fuerza-trabajo», las conquistas de los electromésticos y anticonceptivos, son factores comunes. Lo que falta es la toma de conciencia y la racionalización del problema. Esto último es lo que ganan las italianas, luchando, como Santa Catalina, contra la pestilencia de la ignorancia. Según el chiste internacional, después de hacer el amor, las italianas solían decir: «¿Qué pensarás de mí ahora?», como las españolas: «Tenemos que confesarnos otra vez». Ni el «que dirán», ni la confesión, ni la buena reputación, ni el arrepentimiento son sustitutivos de soluciones ponderadas y racionales que es lo que quieren las mujeres italianas.
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