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Charo López,

la de la voz ronca y los ojos absolutamente negros, está en paro artístico. « Nadie me llama», dice, y recuerda con nostalgia los días de plató, los buenos días dormidos, más que perdidos, en su dossier abultado de chica solicitada por los directores de cine y productores de televisión. Charo, con el sex-appeal de una desgana cariñosa y resbalona, aguarda en su alcoba oscurecida, con cualquier viejo guión al alcance de la mano y el despertador alerta, dispuesto a que te giren la manecilla de la aguja pequeña.

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