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La equiparación del castellano y el euskera sigue sin solución

En el País Vasco casi nadie se atreve hoy a negar el derecho a una organización administrativa especial. Pero en este contexto en el que parece defenderse el hecho diferencial vasco, desde las mas opuestas tribunas políticas, de dentro o fuera de la legalidad vigente, resulta que el euskera se encuentra arrinconado a unos límites que hacen dudar a algunos hasta de su propia supervivencia.

En el debate político sobre lo vasco son muy escasas las referencias al idioma y ello a pesar de que el pueblo se ha definido a sí mismo durante siglos a través del término euskaldun, que etimológicamente significa poseedor de la lengua vasca.

La conciencia de que el euskera puede desaparecer definitivamente del mundo de los idiomas vivos, ha hecho nacer a nivel popular múltiples iniciativas de defensa: extensión de las ikastolas o escuelas vascas, crecimiento geométrico del volumen editorial y aplicación del bilingüismo a ciertos niveles profesionales. En suma, el vasco ha demostrado su voluntad de luchar por la supervivencia del idioma, aunque para ello haya tenido que salvar durante años no pocas hostilidades oficiales.

«Esta voluntad de supervivencia -dice Luis María Mújika- está bien clara. Hace cien años había unos 460.000 vascoparlantes y hoy esta cifra ha subido a los 650.000. Pero, al mismo tiempo, el porcentaje sobre toda la población ha descendido del 70 al 24 por 100 y a estos niveles, o se adoptan medidas urgentes o el idioma terminará por desaparecer»

En este descenso espectacular del porcentaje de vascos que hablan hoy el euskera, ha jugado papel esencial la inmigración. «No se trata de negar a nadie el derecho a venir al país vasco en busca de trabajo, pero al mismo, tiempo hay que dotarle de los medios necesarios para asimilar nuestra cultura y, por tanto, nuestro idioma.»

Un largo olvido

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A niveles oficiales y aún haciendo un paréntesis sobre una larga época caracterizada por una abierta oposición al idioma, es cierto que el olvido del euskera es todavía patente. La ley de Educación y el decreto sobre lenguas vernáculas, han oficializado una situación de dominio de un idioma llamado nacional sobre otro regional.

«Resulta urgente -añade el señor Mújika- superar esta situación disglósica mediante la cooficialidad del castellano y el euskera a todos los niveles de la administración y la enseñanza. Si esto no se produce, de poco servirá la fuerza literaria que llegue a tener el idioma. Le ocurrirá lo mismo que le está sucediendo al castellano en Filipinas.»

«La situación actual exige -escribe Luis Haramburu-Altuna- que en el País Vasco el castellano y el euskera tengan una cooficialidad pedagógica, de forma que el niño cuya lengua materna sea el euskera, se le enseñe el euskera como primera lengua y el castellano como segunda, y al niño vasco cuya lengua materna sea el castellano, se le enseñe ésta como primera lengua y el euskera como segunda. El niño vasco, según este estatuto de cooficialidad, se escolarizaría en ambas lenguas.»

La ausencia de un planteamiento de este tipo ha hecho que los porcentajes de vascoparlantes hayan disminuido casi al mismo ritmo en que se incrementaba la población inmigrante. En este sentido, resulta revelador que mientras en Cataluña la asimilación del idioma autóctono alcanza a un 80 por 100 de los inmigrantes, sólo un 2 por 100 aprenden el euskera en el País Vasco y esto, en las zonas rurales.

El descenso coincide con las primeras oleadas de inmigración que se inician con el montaje de la gran siderurgia vasca. Por aquel entonces, un 80 por 100 de la población vizcaína hablaba euskera, mientras que hoy sólo lo habla un 20 por 100. En Guipúzcoa era vascopar lante el 95 por 100 de sus habitantes y hoy hablan euskera sólo el 45.

Capitalismo culpable

«Los culpables de esta situación -dice Luis María Mújika- han sido el aparato administrativo del país y el gran capital vasco, al que no ha importado sacrificar la identidad cultural en aras de una eficacia económica. Los paganos han sido en realidad los propios inmigrantes, a los que se ha explotado económicamente sin facilitarles medios de arraigo en un nuevo contexto cultural.»

Para luchar contra esta situación, han desarrollado un particular esfuerzo a partir de la década de los sesenta las ikastolas. En 1963 contaban con 500 alumnos. Hoy son más de 30.000, distribuidos en cerca de 200 centros. Las ayudas oficiales han sido nulas a lo largo de toda la primera etapa y hoy siguen siendo totalmente insuficientes.

«La Diputación de Guipúzcoa concede subvenciones de 250.000 pesetas al año, cuando los gastos de la más modesta ikastola superan los dos millones. El Ministerio de Educación subvencionó por su parte durante el curso pasado a lo centros de Guipúzcoa con 49 mi llones de pesetas, siendo así que los presupuestos estaban por encima de los 200 millones.»

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