Encrucijada española
Sale a la luz el diario EL PAIS con énfasis liberal. Esta palabra, que se ha puesto de moda, debería abrir horizontes de comprensión, pero de hecho despierta recelos y hasta levanta ampollas. Ciertamente, si queremos un diálogo que no se quede en intercambio de monólogos, convendrá precisar conceptos para usar esta palabra con discernimiento, desprendiéndola de la aureola de imprecisiones grandilocuentes que la dan tan amplias resonancias, pero la convierten en caldo de cultivo para las más amargas discusiones. Es notorio que la palabra liberalismo ampara dos procesos mentales distintos, pero con una raíz común.
Un proceso mental es el que sigue la línea de una lógica unidirecional y unidimensional, que lleva necesariamente a una postura radical, diríamos, a un dogmatismo antidogmático. Otro proceso mental es el que sigue la línea pragmática de una lógica vital, que responde a la complejidad de la vida con sus diversos valores y sus varias direcciones y dimensiones. Este proceso lleva a una postura moderada, fluctuante, indiferenciada, indiferente, oportunista y un tanto despectiva.
La postura radical se desinteresa de la verdad objetiva, porque no admite la posibilidad de conocerla. Sólo admite la versión subjetiva que se detiene en la imagen aparente y que elabora una opinión, condicionada por un interés. Esta postura dice que respeta por igual todas las opiniones.
La postura moderada admite la posibilidad de conocer aspectos de la verdad, aproximaciones más o menos informadas a la verdad, punto donde se inserta lo concreto en lo universal que da sentido a lo concreto. Esta postura respeta las opiniones según sea el valor de sus respectivos fundamentos. Sabe que las soluciones de detalle no son adecuadas para satisfacer las expectativas globales de base. Tampoco las soluciones globales resuelven los problemas de detalle.
En nuestras latitudes es casi desconocida esta postura moderada. Excepto en casos excepcionales, lo que se da entre nosotros son las posturas beligerantes, excluyentes, rígidas, extremosas. No es excepción la postura que se dice liberal. Se presenta con un tremendismo poco atractivo para la mayoría de las gentes que no son tremendistas, pese a nuestra raíz celtibérica.
El proceso mental que se da al norte del paralelo que pasa por Oxford tiene poco que ver con el celtibérico que se da en nuestras latitudes. Lo que allí es juego divertido o ingenioso de discrepancias a las que se da un valor intrascendente, aquí es enfrentamiento, esquinado sin cuartel.
El muestrario atractivo de matices que ofrece el liberalismo nórdico es poco efectivo en esta hora para hacer frente a la apisonadora del espíritu, a la máquina aniquiladora de hombres que es el materialismo dialéctico.
El proceso mental que se da en nuestras latitudes está lleno de retazos, de ideas, de copias de segunda mano que buscan compensar su falta de originalidad, radicalizando el culto a la libertad, que al identificarse con una pretensión de independencia, es una divagación para entretener la amargura de los débiles y para solaz de los que se creen fuertes y aspiran a dominar.
La raíz común de ambos procesos mentales en un humanismo «yo-céntrico», disgregador y conflictivo, totalmente ajeno al humanismo centrado en los dos ejes que responden a la doble naturaleza del hombre: Ia espiritual y la material.
El humanismo «yo-céntrico», al identificar libertad con independencia, y reducir el «yo» al «yo-individual», rompe los vínculos de lealtad que integran el «yo-individual», con el «yo-social» o «nosotros», en el «yo-personal», cuya encarnación más entrañable es la Patria, núcleo de tensiones de armonía entre la conciencia individual y la conciencia asociativa. Así deja que actúen en solitario las tensiones de conflicto frente a las cuales es inevitable un montaje de intimidación. Al centrar el o» en lo individual caprichoso e indisciplinado, considera que la única fidelidad inteligente es la del que es «fiel a sí mismo». Su lema es «yo a lo mío, y a los demás, que les parta un rayo». Ni que decir tiene que el fruto de esto es la muerte de toda lealtad, de toda generosidad fecunda en grandes hechos.
El humanismo «yo-céntrico», además de separar lo individual y lo social en la persona, pretende separar los dos ingredientes o aspectos de la sociedad humana, el político-económicó, y el religioso-espiritual, reduciendo lo religioso a una emoción subjetiva intangible e incoercible, y lo político a lo racional tangible y tipificado.
En esta hora, cuando los desarrollos tecnológicos han alterado profundamente las bases del antiguo orden social, con sus costumbres heredadas, sus campos de identificación aceptada, y el juego de deberes y derechos no sujeto a contestación, es importante movilizar la energía de la disciplina mental que integra el «yo-individual», y el «yo-social» o «nosotros", en el «yo-personal». Así se llega a considerar legítimo sacrificar lo individual, en aras de los valores que convierten al individuo en hombre capaz de darse cuenta de que siendo hijo de Dios, es hermano de otros hombres con los que puede comulgar, con sentido del deber, en los valores resumidos en una palabra: Patria.
Si ésto no se ha visto antes así, quizá ello es debido, no tanto a los que han buscado el progreso y la libertad en una emancipación del individuo, cuanto a los que han buscado una evasión ante la dificultad de armonizar las exigencias de adaptación a los desarrollos tecnológicos que postulan nuevos cauces de información y decisión, tipificiaciones y concentracionesde poder, con las exigencias de mantenimiento de las líneas básicas de sensibilidad humana que postulan por el contrario, multiplicación de opciones, diversificación de centros de decisión, campos para la improvisación, la inspiración y la participación voluntaria.
Todo lo que conduzca a la armonía entre ambas exigencias es bueno. Supone una cierta dosis de flexibilidad para la adaptación a lo cambiante y una raíz de lealtad a lo permanente para que esa adaptación no rompa la identidad.
A lo mejor, si la emancipación de la conciencia individual llevaba al desacuerdo, ahora será posible la conciencia de la interdependencia que lleva al acuerdo. Es cuestión de actitud y de medida en la raíz.
Con estas precisiones, quizá surgirá una versión genuinamente «nuestra», y por elIo, fecunda, de la libertad personal responsable en la solidaridad, en la equidad y en la interdependencia, con lo cual será posible el rearme mental del que tanto se habla y que necesitamos para hacer frente al desmoronamiento moral y social. Algo que necesitamos, aunque no nos demos cuenta de ello.
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