Rafa Nadal, un hombre entre niños
Desde pequeño era capaz de jugar con la máxima concentración e intensidad, con un plus de valentía y determinación en las circunstancias más críticas. Bajo presión es el mejor

Ahora que Rafa se despide, me vienen a la cabeza todos esos buenos recuerdos que compartimos juntos, desde aquel episodio de la Copa Davis en Sevilla —un buen empujón para él— hasta la primera vez que le vi jugar. Rebobino y veo a ese chaval que con 12 o 13 años, en un challenger de Bonasport (Barcelona), ya me impactó muchísimo porque tenía una energía descomunal, muy fuera de lo normal. Sin embargo, lo que más me impresionó fue su mentalidad; mientras el resto de los niños eran eso, nada más que niños, él competía ya como un adulto. En ese sentido, y creo que no es ningún secreto, creo que Toni ha sido fundamental y el hombre del que más he aprendido. Más allá de lo meramente técnico, su tío incidió desde el principio en la mentalidad y le preparó para que ningún factor exterior le afectase o le condicionase.
Aquella primera vez ya demostró que, si no le terminaban de salir las cosas, él tenía un plan B, C o D. Más adelante volví a comprobar que siendo un crío tenía una madurez muy diferente; mientras los otros niños se dejaban ir con facilidad, él era capaz de jugar con la máxima concentración e intensidad, con un plus de valentía y determinación en las circunstancias más críticas. Porque en ese terreno, el de la adversidad, ha sido el mejor. Eso es algo innato y a la vez trabajado (volvemos a Toni), y que ha conseguido prolongar de principio a fin. Recuerdo también la primera vez que le convoqué, para una serie en Brno. Tenía 17 años y perdió los dos partidos que jugó, pero se le vio muy seguro y transmitía un mensaje distinto, fuera de lo normal; entonces ya tenía la habilidad de ver el vaso siempre medio lleno. Esa limpieza mental. Y al final logró el punto decisivo.
Desde pequeño fue un tenista muy táctico y ha sabido explotar eso. No conozco a ningún jugador que jugando mal, haya conseguido tantas victorias y mejores resultados que los suyos. Y eso responde a esa búsqueda de soluciones. A la inteligencia. Ha sabido sacarle más partido que nadie a las debilidades de los rivales, del mismo modo que ha sabido evolucionar de manera constante y reciclarse. Siempre han estado ahí su intensidad, su aceleración —superior a la de los demás, por su capacidad para mover la cabeza de la raqueta— y esa garra tan característica, pero no podemos obviar una mejora sobresaliente con el revés, tanto para abrir ángulos como con el cortado. También pulió el saque (sobre todo el segundo) y aprendió a golpear más plano para adaptarse a la tendencia, sin perder, por supuesto, esos cambios de ritmo y de altura tan complicados para el de enfrente.

Creció mucho ofensivamente e interiorizó el juego directo, pero por encima de todo, creo que el rasgo más diferencial es que desde que empezó a competir, supo hacerlo mejor que ninguno bajo presión. En ese sentido, la gran mayoría suele fallar, pero él no. Es el mejor, diría que incluso por encima de Novak Djokovic. Cuando las cosas se ponían feas, Rafa siempre supo poner una marcha más que los demás.
Desde ese punto de vista y el de los resultados deja un gran legado, inspirador para los niños y niñas que empiezan en el tenis, para las escuelas, pero todavía es superior desde el comportamiento. Ha mostrado siempre un profundo respeto por el deporte y hacia los adversarios. Ahora llega el adiós y, personalmente, creo que tiene un mérito increíble que haya conseguido llegar hasta aquí. Quiero darle las gracias por lo que ha proyectado y por el respeto que ha mostrado siempre. Por todo lo vivido juntos. De Brno a Sevilla, y el esplendoroso recorrido que ha ido completando después.
Jordi Arrese logró la medalla de plata de los Juegos de Barcelona 1992, capitaneó al equipo español que conquistó la Ensaladera en 2004 y convocó por primera vez a Nadal para la Copa Davis.
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