Un borrón en el currículo de Nadal: Arabia y su feminismo torpe
El polémico vínculo de última hora con el régimen autocrático, en forma de embajador, empaña una trayectoria modélica en lo deportivo y lo humano
Con la memoria fresca todavía del anuncio de su año sabático, cuando al aficionado le embargaba todavía la melancolía por el ídolo caído en combate, llegó el anuncio que todo lo enmarañó, el pasado enero. Rafa Nadal había firmado un acuerdo con Arabia Saudí, concretamente con la Federación Saudí de Tenis. Para ser su embajador. En el acuerdo figuraba también el compromiso de abrir una nueva sede de la academia que lleva su nombre, que tiene ya el globo salpicado de centros. Desde Mallorca a Estados Unidos o Kuwait. Si la primera extensión de aquella escuela mallorquina se ubicó en Anantapur (al sur de la India, muy cerca de la Fundación Vicente Ferrer), con todas las connotaciones positivas que aquello tenía; la última (que se sepa) se levantará en terreno saudí. Con todas las connotaciones negativas que conlleva.
En un momento en que el tenista –afectado por una lesión en el psoas ilíaco– había puesto un punto y aparte en su trayectoria deportiva y trataba de recuperarse para disfrutar de su último baile nos sacudió la decisión menos bienqueda de su carrera. Explicaba Nadal que quería “ayudar al crecimiento del deporte e inspirar a una nueva generación de tenistas en Arabia”, también “fomentar el talento”.
Y la noticia se hizo indigesta.
Siempre se había exigido tanto Nadal, en la pista y fuera de esta, que la opinión pública le exigió del mismo modo más a él que a cualquier otro. Ya hacía tiempo que algunos de los ídolos de la Liga se habían dejado seducir por los petrodólares, caso de Cristiano Ronaldo o Benzema; y desde entonces la sociedad asistió con exotismo y estupor al éxodo de futbolistas también jóvenes. Además, España había digerido la marcha de Jon Rahm a la liga saudí de golf sin que este afrontara una crítica feroz. Se asumió, por el contrario, que casi cualquier ciudadano en condiciones similares hubiera cometido el mismo pecado. Pero con Nadal la vara de medir no era la misma.
Hubo una frase en aquel anuncio que ayudó a ello. “Mires por donde mires en Arabia Saudí puedes ver crecimiento y progreso. Y estoy entusiasmado de ser parte de eso”, dijo. Y como no añadió más contexto a su alocución, al aficionado español se le quedó mal sabor de boca. Además de un país de “progreso”, obvio en su skyline (Arabia Saudí es el mayor exportador de petróleo del mundo), es también un país dirigido por una oligarquía real que maltrata a sus conciudadanos, especialmente a las mujeres y los homosexuales, que atenta contra los derechos humanos y donde nos solo persiste la pena de muerte, sino también las ejecuciones públicas. De acuerdo con los últimos datos publicados por Amnistía Internacional en 2023, Arabia Saudí ejecutó a 196 personas en 2022, la cifra anual de ejecuciones más elevada registrada en el país en los últimos 30 años.
Así que tampoco las declaraciones posteriores de Nadal en una entrevista en La Sexta acabaron de apaciguar las aguas. “Arabia es un país que se ha abierto al mundo”, defendía. Con sus reglas, claro. No tolerables para una sociedad democrática. Sin embargo, Nadal aceptaba “el reto”, decía, porque “el deporte tiene el poder de cambiar vidas”. Apelaba a su “coherencia” y sus “valores”. Y prometía retratarse si no lo lograba. Precisamente, la próxima semana, Nadal visita Riad para participar en una exhibición. Pero no estará solo. Le acompañarán, entre otros, Carlos Alcaraz o el serbio Novak Djokovic. Esa cita entregará, según han precisado los organizadores, un millón y medio de dólares a cada participante (1,3 de euros) y seis (5,4) al ganador.
En la citada entrevista, Nadal acabó también retratado al mostrar su posición respecto al feminismo. Para empezar, decía no ser hipócrita cuando explicaba que está a favor de la igualdad de oportunidades, pero no de la igualdad salarial. Recurría además al manido argumento para sacudirse la etiqueta de machista –”tengo una madre, una hermana…”–, al tiempo que matizaba: “La igualdad es que se lleva a unos extremos…”.
Capaz de inclinarse ante el poder, la proyección y el impacto de Serena Williams, Nadal ponía muchos matices al discurso feminista, lo que le granjeó el feo de parte de la sociedad. De entre esos y esas que critican la escasa profundidad de su discurso en temas de mayor calado hay muchos fans de Nadal. Muchos que seguirán emocionándose cuando rememoren su resiliencia en la pista, sus mordiscos a infinidad de trofeos o la tierra de París en sus calcetines blancos. A pesar de la mancha en su currículo de deportista perfecto. Porque esa felicidad compartida no se borra fácilmente.
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